18 de julio de 2019

EL MUNDO MÁGICO DE GHIBLI

En nuestro último día en Japón tenemos una sorpresa para nuestros peques. Hemos reservado una visita muy especial. Un lugar mágico donde la animación cobra vida y uno puede meterse dentro de un gatobus. Con salas de exposición muy interesantes, cámaras de proyección, luces estroboscópicas, bocetos, dibujos, maquetas y… ¡hasta un cine! Se trata del museo Ghibli.

Ya llevamos días preparando la visita: hemos estado viendo unas cuantas de las películas que forman parte del famoso estudio de animación. Son muy diferentes de las películas a las que estamos acostumbrados en occidente, pero no por ello han dejado de gustarnos. Lo que más nos llama la atención son la calidad de sus dibujos y las melodías de sus bandas sonoras; te transportan realmente a mundos de ensueño. No son las típicas películas en  las que los protagonistas son guapos, listos o extraordinariamente valientes. Son niños normales a los que les pasan cosas extraordinarias. No encasillan a nadie ni te empujan a la perfección. 

A los niños les han encantado y cuando les hablamos de ir a visitar el museo se muestran muy interesados. Si tuviéramos que quedarnos con una película sería la de Mi vecino Totoro, quizá la más emblemática de todas. Nuestros peques sólo piensan en conocer a Totoro y subirse al gatobus. 

Pero llegar hasta el museo no es nada fácil y la visita nos supone invertir la práctica totalidad del día. Se encuentra en el parque Inokashira, en el barrio de Mitaka, lejos del centro de la ciudad de Tokio. Para llegar hasta él nos toca recorrer la extensa red de trenes hasta alcanzar la línea Sobu y bajarnos en la estación de JR Mitaka (tardamos más de una hora). Después nos toca caminar un tramo de unos 20 minutos hasta llegar al museo; el paseo es bonito y tranquilo y no se nos hace pesado. El barrio de Mitaka es un barrio residencial lleno de casas y, como no tenemos prisa, no se nos hace largo ni pesado. El día aguanta: nublado (para variar) pero no llueve. Cuando nos acercamos al museo nos sorprende ver grupos de abuelos haciendo unas animadas clases de tenis, mientras un precioso cartel nos indique que el parque está ya cerca y que vamos en la dirección correcta.

Tampoco ha sido fácil conseguir las entradas. Y es que no se pueden comprar en ventanilla. Se compran por anticipado y sólo son válidas para un día concreto. Como nosotros hace tiempo que preparamos el viaje ya lo sabíamos y las reservamos desde España hace meses. ¿Hace meses? ¡Qué exagerados! Pues no. De eso nada. Si quieres ir al museo las tienes que reservar con 3 meses de antelación (al menos es la forma como las conseguimos). Y además no sirve hacerlo de forma aproximada: si decides ir el 18 de Julio las tienes que reservar el 18 de abril. Así va el tema. Si no, te quedas sin entradas. Además, tanto para hacer la reserva como luego para poder entrar tienes que enseñar el pasaporte. Y no son nada baratas (80 euros los 4). Tela marinera. Nos consolamos pensando que si cuesta tanto conseguirlas es porque lo que hacen es cribar a la gente para que puedan visitar el museo de forma más placentera en grupos reducidos. ¡Y una leche! ¿Grupos reducidos? ¿Qué es eso? La cola que nos encontramos al llegar es de órdago. “¡Pero si nosotros ya tenemos la entrada!” – le decimos a un empleado. Claro. Como todos los demás. Ya vemos que la visita va a ser algo movidita. Para variar.

Justo al entrar nos encontramos con una enorme figura de Totoro, uno de los personajes más emblemáticos del estudio Ghibli. Es imposible no esbozar una sonrisa nada más verlo. Ya podemos ver la enorme y espectacular casa – museo. Nuestras preocupaciones por la cola se esfuman rápido. La cola avanza deprisa. Son más de las 11:00 hrs y se confirma que pasaremos el día allí. ¡Hay tanto que ver! A medida que vamos entrando en la casa nos invade la sensación de que estamos dentro de una historia de animación: puertas pequeñas que sólo pueden ser cruzadas por niños, paredes curvas que crean una atmosfera única, escaleras de caracol, ascensores de otros tiempos, pasarelas, … Realmente es como entrar a un mundo de ensueño.



Aviso. No se pueden hacer fotos dentro. 
Empezamos visitando la planta baja. Allí hay una de sus exhibiciones permanentes: una enorme sala donde se nos enseña como se las ingeniaban para hacer que los dibujos cobraran vida. Con una serie de paneles y cajas con múltiples dibujos y mediante el empleo de efectos estroboscópicos, vemos como las imágenes cobran vida. Es realmente mágico. Nuestros niños flipan. Y nosotros también. La sala también muestra diferentes cámaras de proyección y te enseñan cómo se mostraban las imágenes en las salas de cine antes de la llegada de la época digital. Es alucinante ver una diminuta imagen de un dibujo proyectada en movimiento y a gran escala en la pared de enfrente. Es como viajar al pasado.

Al salir de la sala nos dirigimos a la sala de cine. Sí, tienen una. Es la sala Saturno con capacidad para unas cien personas. En esta sala proyectan cortos distintos, realizados por Hayao Miyazaki y son exclusivos para el museo (no los puedes ver en otra parte). Hacen proyecciones cada media hora. Como hay tanta gente decidimos ponernos enfrente de la puerta de la sala de cine a hacer cola con suficiente antelación (unos veinte minutos). En nada ya tenemos gentío detrás. Conseguimos entrar los primeros y nos situamos en primera fila, expectantes. Hemos visto un cartel a la entrada indicando la proyección del día y se trata ni más ni menos que del corto de Mei y el gatobús, toda una primicia. El corto nos transporta rápidamente a la película de Totoro, con los mismos personajes y la misma banda sonora: en él, Mei se encuentra con un pequeño gatobús del que no tarda en hacerse amiga con ayuda de un caramelo. No tardarán en emprender un mágico viaje a las profundidades del bosque a encontrarse con otros gatobuses y con su antiguo vecino: Totoro. La película es muy visual y casi no hay idioma, por lo que no nos cuesta seguirla a pesar de que está en japonés (no hay subtítulos). Dura unos diez minutos y se pasa en un suspiro. ¡Un pasote!

Después subimos a las plantas superiores para proseguir la visita del museo. Subimos por la escalera de caracol (sólo es de subida) y nos plantamos en otra de sus exposiciones permanentes: la recreación del estudio donde Hayao Miyazaki trabajaba. Está todo recreado con total fidelidad: mesas, libros, estanterías, lápices, pinturas, acuarelas y centenares de bocetos de sus animaciones y películas más famosas por todas partes. Hay magia en todas partes. 

Después nos damos cuenta de que empezamos a tener hambre y decidimos comer en la cafetería del museo (son casi las 14:00 hrs). Hay gente por todas partes, pero con un poco de paciencia y de mano dura de Fani conseguimos sentarnos en una mesita en la terraza exterior con unos frankfurts, unas patatas fritas y agua fresca. Es hora de cargar pilas.





Nuestra siguiente parada es una sala de exhibición temporal. En ella se nos muestra a través de dibujos que recrean escenas de las películas del estudio, como se tratan las sombras y se van incorporando al dibujo para crear una imagen más real. Nos muestran primero el boceto del personaje (o personajes) que lo conforman. A partir de él, te van mostrando otros bocetos donde van incorporando diferentes elementos como paisajes naturales, lluvia y, finalmente, las sombras. Vemos diferentes ejemplos extraídos de diferentes películas como Mi vecino Totoro, Porco Rosso o La princesa Mononoke. Es muy chulo. Lástima que las explicaciones sólo estén en japonés, aunque te haces una idea igualmente. Como esta parte interesa algo menos a nuestros peques decidimos pasar a una sala con más sustancia para ellos: la sala del Gatobus, el sueño de cualquier niño que haya visto la película de Mi vecino Totoro. Se trata de una sala donde hay una recreación del famoso gatobus en el que los niños (repito: SÓLO los niños) se pueden montar y jugar con los makkurosuke (las bolitas de polvo con ojos) que hay por ahí esparcidas. Hay una pequeña cola y un par de empleados del museo que regulan el acceso y vigilan que hacen las fierecillas dentro del autobús. Tanto David como Laura disfrutan la experiencia un montón.

Después subimos a la terraza superior, a la que se accede por una escalera de caracol de hierro forjado donde nos encontramos con una estatua a tamaño real (unos 5 metros) del robot de la película El Castillo en el Cielo. Imposible no quererse fotografiar a su lado. De nuevo tenemos que hacer cola para poder hacerlo en exclusiva. Rápidamente se pone a llover y bajamos después de hacer las fotos y de echar un rápido vistazo.



Empezamos a pensar en acabar la visita (llevamos cerca de 5 horas dentro). Imposible no pasar por su tienda; les habíamos prometido a nuestros peques comprarles algún regalito. Tanto David como Laura se lanzan sobre los muñecos de peluche y, para nuestra sorpresa, escogen un par de gatobuses antes que a Totoro. ¡No nos extraña! ¡Hoy hemos tenido sobredosis de gatobus!

El camino de vuelta a la estación de tren se pasa en un suspiro: ha dejado de llover, ya no hay gente y los niños van emocionados jugando con sus peluches. En la estación decidimos merendar antes de salir. Compramos unas pastas en una panadería y nos las intentamos comer en un Starbucks con los cafés y unos vasos de leche. A mí me pillan comiéndome un donut de chocolate y me lo tengo que acabar fuera. La vuelta nos supone de nuevo coger unos cuantos trenes y más de una hora de trayecto. Llegamos al hotel a media tarde y nos ponemos, con gran pesar, a hacer las maletas. Y es que, colorín colorado, nuestro viaje toca a su fin.

Para la cena guardamos una última sorpresa: hemos localizado un restaurante cerca del hotel donde preparan parrilladas de carne a un precio moderado. Tienen un menú infantil muy completo (con ese Fani cenaría) y la carne está tierna y buenísima. Yo y Fani nos pedimos el filete más pequeño; menos mal porque son enormes. Vienen con arroz, maíz, ensalada y sopa de miso. Añadimos refrescos y cerveza y nos queda una última cena deliciosa. Un broche final gastronómico a la altura de un país donde (y cito textualmente a David) “la comida es de 10”.


No nos queremos extender con el día siguiente: los viajes de vuelta son pesados (ya no llevas la emoción de la ida) y se nos hace eterno. Volvemos vía Amsterdam con la compañía KLM (como a la ida). Los horarios se cumplen a rajatabla y la comida es más que decente, aunque llega un momento en que no sabes si está comiendo, cenando, desayunando o volviendo a cenar. Al llegar a Amsterdam ya llevamos 11 horas de vuelo, pero encontramos una sala de juegos con avión a escala incluido donde los niños se desahogan entre risas y pegan una buena sudada.

Sí recordar una pequeñita e insignificante confusión (¡Oh my god!) con el aeropuerto de Tokio. Resulta que salimos desde el de Narita, como bien sabe Fani. Cuando yo ayudé a escoger el hotel me alegré un montón porque teníamos tránsfer gratuito al aeropuerto internacional. “¡Qué montón de preocupaciones nos ahorramos!” – pensé inocente de mí. “¡Esta vez tendremos un inicio de viaje a nuestra altura!” – rematé, infeliz de mí. Que poco podía imaginarme que cuando el conductor del autobús del hotel nos dejaba en el aeropuerto de SALIDAS INTERNACIONALES, no se refería al de Narita. Al llegar ya vemos que nuestro vuelo no figura en ningún panel de salida. Pensamos que es demasiado pronto y que lo anunciarán más tarde. No es hasta pasados 20 minutos que empezamos a tener la mosca detrás de la oreja y que Fani va al mostrador de información a preguntar.

Fani: “Estamos en Haneda”
Jordi: “¿Haneda?”
Fani: “Este no es nuestro aeropuerto. Salimos desde Narita”
Miro el reloj: son las 08:15 hrs y el vuelo sale a las 10:30 hrs. “¿Narita? ¿Y eso por dónde queda?” Entro en pánico. 
Fani: “Está a 80 kilómetros de aquí. En la otra punta de Tokio. Me han explicado donde se compran los billetes del autobús que nos lleva hasta allí y que sale en 20 minutos”
Jordi: “¿Autobús? Ni en broma. ¡A coger un taxi! Y ya podemos cruzar los dedos que si hay retenciones no lo conseguiremos”
Fani: no discute. 
Conclusión: 234e 

La historia finaliza bien, afortunadamente, después de cometer este error propio de principiantes. ¡Parece mentira! ¡Con la experiencia que tenemos! Encontramos un taxi rápido. Las retenciones están en el otro sentido de circulación. ¡Vaya potra! Llegamos en poco más de una hora y la broma nos cuesta la friolera de 234 euros. Y no lo voy a negar: es la vez que he pagado con más alegría y satisfacción un pastizal así a un taxista. ¡Casi le doy un abrazo! Fani consigue rápido un ventanal priority de facturación y no hay colas significativas (¡vaya potra!) ni en el control de seguridad ni en el de inmigración. Nos acaban “sobrando” quince minutitos para tomar una especie de desayuno, aunque a mí no me entra nada. ¡Todavía tengo un nudo en el estómago!

¡Buen viaje, señor Spock!


17 de julio de 2019

ODAIBA Y LA MAGIA

Nuestro penúltimo día en Japón nos tiene reservada una visita muy especial: la de la isla artificial de Odaiba, situada en la bahía de Tokio. Hemos decidido pasar el día entero allí para no agobiarnos y poder disfrutar de un montón de atracciones turísticas. Además, amanece soleado. ¡Ya era hora!

La mejor manera de llegar a Odaiba es utilizar la línea de tren Yurikamome que une Shimbashi con Toyosu y que cuenta con un recorrido con varias paradas en Odaiba. Como ya tenemos decidido pasar el día allí y pensamos usarlo varias veces, compramos el pase de un día para poder subir y bajar las veces que queramos y sin tener que preocuparnos de volver a pasar por caja más veces. Es una línea un tanto peculiar comparada con otros trenes de la ciudad. En efecto, está completamente automatizada y no hay conductor. Además, la ruta está completamente descubierta, por lo que las vistas son realmente espectaculares. Conseguimos sentarnos en los asientos delanteros del primer coche y resultan una auténtica pasada: como no hay conductor, tienes la visión frontal del recorrido sólo para ti y eso es alucinante. Los niños no pueden dejar de mirar y señalarlo todo. Llega más gente con el mismo propósito, pero nosotros ya tenemos la posición tomada. Lo más espectacular es cuando el tren atraviesa el Rainbow Bridge, por su moderno monorraíl. El ambiente es tan futurista que parece que estés en otro planeta.


Nos bajamos en Daiba para nuestra primera parada, la visita al edificio de la Fuji TV, obra del arquitecto japonés Tange Kenzo en 1996. El diseño futurista del edificio no tiene desperdicio, con su revestimiento de aluminio y sus 25 plantas. Empezamos la visita accediendo a las plantas inferiores por unas escaleras mecánicas muy largas y cubiertas por una estructura acristalada. Allí nos espera una figura de gran tamaño de Laugh-Kun, el simpático perro azul que sirve de mascota a la Fuji TV y con el que volveremos a cruzarnos más veces a lo largo de la visita. Nuestros peques ya nos piden la foto con él nada más verlo. Compramos unas entradas para poder visitar el mirador Hachitama, situado en lo más alto del edificio y que ocupa su reconocible esfera. Subimos en ascensor y llegamos al mirador. No es muy alto, pero nos ofrece unas preciosas vistas de la bahía de Tokio y de la zona de Odaiba. Con día despejado no perdemos la ocasión de recrearnos con otra sesión de fotos panorámicas.  Además, se me acerca una simpática empleada del local y me da unas gafas de sol para que éste no me deslumbre durante la visita. ¡Que considerada! La esfera tiene 32 metros de diámetro, pesa 1200 toneladas y se sitúa a 123 metros del suelo. El mirador es de 270 grados y está orientado a la bahía, principalmente.  El Rainbow Bridge se ve precioso desde allí. Cuando terminamos la visita y nos disponemos a bajar Fani me pregunta de donde he sacado las gafas de sol. Yo le digo que me las han dejado para hacer la visita. Entonces miro alrededor y veo que nadie las lleva. O soy el único al que se las han ofrecido (poco probable) o es que se han pensado que eran mías. Votamos por lo segundo. Se las devuelvo a la empleada que me mira con cara de extrañeza. Tierra trágame. Bajamos a la planta 24 donde deambulamos por los pasillos del interior del edificio. No es que haya nada especial que ver pero desde sus ventanales puedes apreciar mejor la esfera y tienes vistas de la parte de la bahía que no se ven desde el mirador.



Los niños salen emocionados con tanta modernidad en un precioso día soleado. ¡Pobrecitos! ¡No saben que hoy les esperan muchas más sorpresas!

Cruzamos a pie la isla (no tardamos más de 15 mins en línea recta de costa a costa) y llegamos al centro comercial DiverCity que no nos interesa en absoluto. Sí nos interesa su entrada donde se encuentra el espectacular Gundam de Odaiba, el RX-0 Unicorn (el modelo actual es de septiembre del 2017). Se trata de una impresionante estatua de 19.7 metros de alto que hace las delicias de niños y no tan niños. Cuando llegamos ya hay mucha gente por sus alrededores. Los niños flipan, claro. Descubrimos que faltan apenas 20 minutos para que empiece una de las sesiones de luz y sonido, la de las 13:00 hrs, en la que el Gundam cambia a modo Destroy. Decidimos hacer tiempo entrando al Gundam Café donde hay una tienda de souvenirs donde no podemos resistirnos a comprarles unas figuritas Gundam a nuestros peques y una camiseta para mí. Esperamos sentados a que empiece el espectáculo; los niños aprovechan para montar sus figuritas y jugar un rato. La sesión empieza y apenas dura un minuto, pero sorprende ver como se mueven algunas de sus piezas y, efectivamente, el robot cambia de posición (o más concretamente, de modo de ataque).


A esas horas el hambre empieza a apretar y decidimos ir a comer. Como no tenemos ganas de entrar en ningún centro comercial optamos por regresar caminando de nuevo al otro extremo de la isla para obsequiar a nuestros peques (¡vaya día que llevamos!) con unas hamburguesas hawaianas en el restaurante Kua´Aina. Están buenísimas, especialmente la de aguacate con sus patatas fritas. Los precios son ajustados y desde el restaurante seguimos disfrutando de vistas de la bahía. Al salir nos encontramos con la réplica de la Estatua de la Libertad. Es muy curiosa de ver, no porque sea espectacular (sus dimensiones son diminutas en comparación con la original) sino por la sensación de que algo no encaja al verla. Lo curioso es que en realidad es una réplica de la estatua que hay en el río Sena en París, no una réplica de la de Nueva York.


Para la tarde tenemos una sorpresa muy especial para todo el grupo: la visita al museo de arte digital Team Lab Borderless. Este museo de arte digital utiliza proyectores digitales para crear obras de arte animadas que se mueven por las paredes, el suelo y el techo en un espacio de 10000 metros cuadrados y es toda una sensación en la ciudad. Nosotros tenemos las entradas reservadas desde España y basta con enseñar el código QR que nos envían por mail la noche previa al día de la reserva. Dejamos nuestra mochila en una taquilla de la entrada y entramos a explorar un mundo virtual de luz y sonido que no deja indiferente a nadie. Nada más entrar nos explican que la visita es libre y que no hay un recorrido en concreto. No hay mapas, reglas ni límites. Nunca habíamos estado en un sitio así. Se trata de ir caminando libremente y de ir descubriendo las diferentes salas y exposiciones al azar. Pronto descubrimos que esta forma especial de visita tiene sus ventajas e inconvenientes. Las ventajas son que como hay TANTÍSIMA gente por todas partes, ésta se reparte enseguida por el museo y no tienes la sensación de hacer cola todo el rato. La segunda es que a los niños les encanta hacer de guías y llevarnos de un sitio para otro y eso les hace ser protagonistas. La desventaja es que, como todo está oscuro y hay poca señalización, enseguida empiezas a caminar por zonas donde ya has estado mientras intentas encontrar las exposiciones más destacadas. Como Fani ya viene estudiada, tiene fijado entre ceja y ceja recorrer una sala con lámparas suspendidas en el techo que van cambiando de color y una enorme sala con una cascada de luz. La segunda la encontramos rápido, afortunadamente. Lo difícil es poder hacerle una fotografía. Y es que la gente no para de hacerse selfies y estropea la experiencia de los demás. La verdad es que pronto descubrimos que, con tanta gente por todas partes, la visita pierde sentido. No entendemos para qué hay que reservar las entradas si luego entra todo el mundo (es como cuando vamos a Port Aventura) y porqué motivo permiten hacer fotografías, lo cual ralentiza mucho tanto la visita como el visionado de las obras.

No tardamos en toparnos con una primera cola; como es bastante larga y ya hemos explorado gran parte del museo, deducimos que debe ser para entrar en la sala de las lámparas de Fani. Avanza muy despacio y “perdemos” cerca de 45 minutos en ella (¡ni que fuéramos a subir al Dragon Khan!). Al final descubrimos que no es la de las lámparas: se trata de una sala donde te tumbas en una red suspendida (como una tela de araña) y ves un espectáculo de luz y sonido de aproximadamente 5 minutos de duración. La experiencia no está nada mal, sino fuera porque este mismo espectáculo ya lo hemos visto y sin colas en otra sala ( pero sin tela de araña ). ¡Rayos y truenos!




Fani empieza a desesperarse, pero intentamos animarla. La sala de las lámparas no puede estar muy lejos. ¡Nos queda la segunda planta por explorar! Descubrimos que llegar hasta ella no es nada fácil, pero utilizando el ingenio y gastando un poco más de tiempo lo logramos. Allí nos encontramos con una zona del museo donde el visitante puede interactuar más con el entorno. De hecho, hay zonas especialmente diseñadas para que los niños jueguen: desde colchonetas, hasta toboganes y globos. Hay ballenas, lagartijas, peces y flores que se mueven por el suelo, por las paredes y por el techo. Imposible atraparlas. Nos sorprende sobretodo una zona donde puedes crear diferentes animaciones en un mural que interactúan de diferente forma con las animaciones que han creado otros. Es muy curioso, la verdad. En esta sala David y Laura pasan un buen rato. Al final los tenemos que “obligar” a salir y es que el tiempo pasa más deprisa de lo que nos pensamos y seguimos sin dar con la sala de las lámparas. 



Después de seguir recorriendo la 2ª planta llegamos a la conclusión de que la sala allí no está y volvemos a bajar a la planta principal a volver a “probar suerte”. Esta vez optamos por hacer trampas (la sala se ha convertido ya a estas alturas de la visita en una “cuestión de estado”) e interrogamos a una de las empleadas del museo sobre su ubicación (foto del móvil en mano). Y es que ya no estamos para tonterías. Llegamos finalmente al lugar y nos encontramos con una pequeña cola. Los niños empiezan a estar irritados. Logramos convencerles: la cola es corta y al acabar nos iremos. Acceden. Lo que no saben (nosotros tampoco) es que esta primera cola te permite acceder a una 2ª zona de espera donde un auténtico gentío espera pacientemente su turno para acceder a la dichosa sala, con perdón. La zona de espera es como las de Port Aventura, con vallas que separan interminables carriles zigzagueantes repletos de gente. ¡Es desesperante! Pero esto es ya una cuestión de estado, repito. Hay que entrar en la sala sea como sea. Invertimos más de media hora. Cuando logramos entrar nos dan apenas 5 minutos de tiempo y nos ponemos como locos a recorrerla. Realmente es muy chula y merece mucho la pena, pero es bastante agobiante para que engañarnos. ¡Misión cumplida Gorbat!




Cuando salimos del museo son más de las 18:00 hrs. ¡Hemos estado dentro más de 3 horas! ¡Para flipar! Estamos cansados y sedientos. Decidimos merendar algo en el centro comercial. Compramos unas chocolatinas en un súper y entramos en un Starbucks a por leche fría para los niños y cafés para los papis. Nos tomamos un merecido descanso.

Decidimos acabar nuestra visita de la isla de Odaiba disfrutando de la puesta de sol cerca de su playa con vistas al Rainbow Brige y la bahía. Lo de playa es un decir porque nos encontramos con una inmensa valla que te impide acceder a ella y hasta con un vigilante incorporado. El acceso está prohíbido y el baño también. Las luces empiezan a encenderse y vemos un montón de barcazas encima del agua con música y turistas dentro disfrutando de una entrañable experiencia y… ¡puajjj! ¡Qué horror! ¡Odiamos los tours organizados! ¡Vámonos de aquí!



Recorremos un rato el paseo marítimo y su enorme oferta lúdica y de restauración. Pero optamos por iniciar el camino de regreso para cenar cerca de nuestro hotel. Estamos cansados, hemos merendado tarde, los precios son altos y no queremos llegar tan tarde como ayer. Volvemos a subir al moderno tren de la Yamanote Line pero esta vez la experiencia no es tan “auténtica” como por la mañana; el tren viene repleto de gente (para variar) y viajamos enlatados. Aunque el día nos depara una ultima sorpresa: desde los ventanales del tren y abriéndose uno paso entre el gentío, asoma una luna llena enorme y preciosa con su reflejo sobre la bahía y el Rainbow Bridge iluminado. ¡Sería precioso en otro contexto! Pero la realidad de Tokio nos engulle. ¡Bienvenido al mundo real! ¡Haber tomado la pastilla azul!

16 de julio de 2019

TOKIO RAIN

El día amanece nublado y amenaza con lluvia. La verdad es que esta última semana de viaje el tiempo está siendo demasiado protagonista para nuestro gusto. Pero no nos queda más remedio que añadir los paraguas y los chubasqueros a nuestra mochila de mano y ponernos en marcha. Sorprende descubrir como nuestros peques, a pesar del trajín que llevamos, no pierden ni el ánimo ni las ganas de caminar. Y es que hoy se cumplen 3 semanas de viaje.

Decidimos arriesgar y dirigirnos al barrio de Asakusa para pasar allí la mañana. Se trata de uno de los barrios más antiguos de Tokio y allí está el famoso templo Sensoji. Para llegar hasta allí utilizamos nuestro JR Pass hasta la estación de Kanda. Allí cambiamos a la línea Ginza de metro (aquí ya nos toca pagar) y nos bajamos en la parada de Asakusa. Imposible perderse; como siempre está todo muy bien señalizado (tramo de trasbordo incluido). Nada más llegar a la calle nos recibe la lluvia. Decidimos refugiarnos un rato en un Starbucks (¡los hay por todas partes!) y esperar a que amaine mientras Fani se toma un café, los niños cazan Pokemons y yo leo algunas cosillas de interés acerca del templo.

El templo Sensoji es el templo budista más antiguo de Tokio y está dedicado a Kannon, deidad de la misericordia. Más que por sus templos, lo que más destacan las guías son sus puertas de acceso: la Kaminarimon o puerta de los truenos y la Hozomon. Como después de esperar un rato en la cafetería vemos que la lluvia va para largo y ya es mediodía, decidimos sacar nuestros paraguas y empezar la visita. Las 2 puertas están separadas por la calle Nakamise a la que logramos acceder por una calle lateral techada. La calle Nakamise es una calle de más de 250 metros de largo y está llena de tiendas de souvenirs y artesanía. También hay tiendas donde te fabrican in situ las famosas galletas de arroz sembei. Y decimos fabrican, porque efectivamente es literalmente así: hay unas cintas donde la masa y posteriormente las galletas, pasan por todo el proceso de fabricación a la vista de todos mientras las dependientas sólo tiene que dedicarse a empaquetarlas y venderlas. Huelen superbien. Me animo a probarlas y… superbajón. Demasiado dulces… Cuando ven mi cara, ni Fani ni los peques deciden arriesgarse. De hecho ya probamos galletas similares en Miyajima y no nos gustaron. En fin…

Nos acercamos primero a la puerta Kaminarimon o puerta de los truenos: se trata de una impresionante puerta de color bermellón con un enorme farolillo de papel rojo en el medio. A ambos lados del farolillo hay deidades guardianas budistas. Esta puerta de 11.7 metros de alto se construyó en el año 942 aunque, como es habitual en Japón, la puerta ha sido destruida muchas veces a lo largo de la historia, siendo la estructura actual del año 1960. El verdadero centro de atención de la puerta es la lámpara gigante de papel con estructura de bambú. Tiene 4 metros de alto, 3.4 metros de circunferencia y pesa 670 kg. Debajo de la  lámpara hay un dragón tallado en madera que nos recuerda mucho al de Bola de Drac. Dicen que da suerte tocarlo, así que no dejamos pasar la oportunidad de hacerlo aunque sea a costa de estropear la foto de alguien. Y es que por allí no dejan de acercarse masas de turistas para hacerse una foto delante del farolillo posando. ¡Y eso que llueve a mares en el momento en que estamos allí!



Recorremos la calle Nakamise en dirección al templo principal. Por el camino nos encontramos con la 2ª puerta, la Hozomon. Impresiona también bastante, con sus deidades guardianas y unas grandes alpargatas de paja, de 2.5 toneladas cada una. En ese momento se pone a llover a mares: ¡un auténtico diluvio cae sobre nosotros! Cruzamos la puerta y entramos en el patio central del templo por la que pasamos lo más deprisa que podemos esquivando tanto charcos de agua como turistas. Al pasar giramos nuestras cabezas a la izquierda para ver una imponente pagoda de 5 pisos. También pasamos por algunas tiendas dedicadas a la venta de productos del templo (amuletos, barritas de incienso, papelitos de la fortuna, …). Cerca de las escaleras de acceso al salón principal, encontramos la zona de quema de barritas de incienso; a pesar de la lluvia también hay gente allí que se dedica a quemar las barritas y llevarse el humo a diferentes partes del cuerpo. Averiguamos que lo que hacen es llevarse el humo a aquellas partes del cuerpo que les duelen o quieren mejorar. No tardamos en acercarnos para echarnos humo sobre la cabeza y es que con el rollo de la lluvia y la presión atmosférica tenemos una buena migraña.

El templo principal está abarrotado de gente: los hay que han ido a rezar, los hay que se resguardan de la lluvia, los hay que lo utilizan de mirador para hacer fotografías de la zona, … Le echamos un vistazo: el techo y las paredes son muy chulos. Son más de las 14:00 hrs y no deja de llover. Decidimos ir a comer. Hemos leído que hay un restaurante con una tempura riquísima, el Daikokuya. Conseguimos llegar hasta él con nuestro google maps y resguardados bajo nuestros paraguas. Resulta que está en obras pero un mapa nos indica como llegar al recinto donde se han trasladado. Conseguimos llegar a él. ¡Y conseguimos una mesa sin esperar! ¡Vaya suerte! ¿Será por la hora? ¿O por la lluvia? La tempura está muy buena pero es caro. Nos pedimos un par de menús y los repartimos con los peques; no nos quedamos con hambre pero tampoco es que nos peguemos un gran atracón.



Al salir del restaurante nos encontramos con la sorpresa de que ha dejado de llover. Sigue nublado pero tenemos tregua. Decidimos recorrer el templo Sensoji en el sentido inverso partiendo del templo principal y pasando por las puertas de acceso y la calle Nakamise. El recorrido es más tranquilo y podemos apreciar mejor las puertas y la pagoda; aprovechamos para tomar alguna fotografía más aunque sigue habiendo mucha gente por todas partes. Acabamos el recorrido en la puerta Kaminarimon. Justo enfrente encontramos el Centro de información turística de Asakusa, un edificio de 8 plantas muy moderno que tiene un mirador en la última planta (la entrada es gratuita) donde disfrutamos de unas bonitas vistas de toda Asakusa, con el templo Sensoji y sus puertas a nuestros pies y los edificios de la Asahi Beer y la Tokio Sky Tree al fondo. Sigue nublado pero, teniendo en cuenta la que ha caído por la mañana, no podemos quejarnos.

Nuestro siguiente destino, es uno de los platos fuertes de nuestra estancia en Tokio. Hemos decidido visitar la Tokio Skytree. Como la visita está muy solicitada y hemos leído que las colas suelen ser interminables, tenemos las entradas ya compradas con antelación para ese día. Por eso no podemos esperar a que cambie nuestra suerte con la climatología en los 2 días que nos quedan en Japón. Cogemos el metro en Asakusa y nos plantamos en apenas 5 minutos allí. Nada más bajar del vagón nos encontramos desde el mismo andén con la gigantesca e impresionante torre. ¡Un auténtico pasote!

El 22.05.2019 se inauguró la Tokio Skytree, la torre de comunicaciones más alta de Japón y uno de los miradores más espectaculares de la ciudad. Está situada en un enorme complejo que cuenta con un centro comercial y tiene dos miradores situados a alturas diferentes: el Tembo Deck (a 350 metros de altura) y la Tembo Galleria (a 450 metros de altura). Nosotros tenemos entradas compradas para el primer mirador; y menos mal, porque el acceso a la Tembo Galleria está cerrado hoy por el mal tiempo. Las entradas que hemos comprado por Internet se cambian en unos mostradores de la 4ª planta, no son nada baratas y nos piden enseñar el pasaporte y es que el Fast Skytree Ticket que hemos adquirido es un pase exclusivamente para turistas y te evita hacer colas (eso sí, es más caro). Ya vamos merendados y nuestra expectación (a pesar del mal tiempo) es enorme.

Con las entradas en la mano nos acercamos a la zona de los ascensores donde nos hacen pasar enseguida. Hay muy poca gente y no se ven colas por ningún sitio. Imaginamos que el factor climatológico ha sido decisivo. Nos metemos en el ascensor con algún otro turista (hay un andaluz) y hacemos la subida al mirador de la Tembo Deck en menos de un minuto (la velocidad que te marcan es de 600 metros por minuto). Nada más bajarnos descubrimos que las vistas son sencillamente espectaculares y que tienes la ciudad de Tokio literalmente a tus pies. No hay mucha gente, pero la que hay está con la boca abierta y sin decir ni pío mirando por los inmensos ventanales de la planta 350 del edificio. Sólo nos interrumpe el fotógrafo oficial del mirador que intenta enredar a todo el que pasa por allí para dejarse hacer un reportaje fotográfico con las vistas de la ciudad al fondo por un “módico” precio. Es un tío muy estridente pero la verdad es que pica bastante gente; uno de sus trucos es el de hacerte una foto con alguno de los dispositivos que lleves (¡se las inventan todas!).


Recorremos el mirador todo emocionados, niños incluidos. No podemos parar de hacer fotos. Descubrimos que hay 2 plantas inferiores que se pueden recorrer: el nivel 345 (con una tienda de souvenirs y un restaurante) y el nivel 340 (con una zona con suelo transparente de la que esperábamos más, sinceramente). Volvemos a subir al mirador del nivel 350: vemos gente que está sentada delante de los ventanales como si guardaran el sitio (¡como si estuvieran por venir los Reyes Magos a camello!): deducimos que se acerca la puesta de sol y que debe ser práctica habitual hacerlo en días de mucha gente para poder tomar la mejor fotografía posible. Queda claro que en el día de hoy no es necesario hacerlo con la poca gente que hay. La verdad es que hemos tenido bastante suerte: hay muchas nubes en el firmamento pero también hay zonas despejadas y hasta llegamos a vislumbrar algún rayo de sol. Lo más espectacular es ver como se desplazan las nubes y van tapando y destapando las mismas zonas de los ventanales en tiempo record; no deja de ser una sensación muy curiosa. 


No tarda mucho en hacerse de noche.Nos tiramos más de 2 horas. Como es obvio, llega un momento en que los niños se cansan y optamos por dejarles cazar Pokemons con el móvil de Fani. La escena es muy divertida: papis moviéndose de ventanal en ventanal para tomar la mejor foto y niños persiguiéndolos para no perder la wifi y quedarse desconectados del juego de Pokemon (y es que la wifi portátil la llevo yo en mi bolsillo). Al hacerse noche vemos como se van encendiendo las luces de la ciudad. No podemos dejar de admirar el espectáculo alucinados ¡La experiencia vale mucho la pena!

Cuando son casi las 20:00 hrs optamos por dar por finalizada la visita y tomamos el ascensor de bajada. Dada la hora optamos por comer en el mismo centro comercial: hay toda una planta (la 3ª) con mesas exteriores y un sinfín de mostradores de restaurantes donde encargas la comida que quieres y luego te la llevas a la mesa. La verdad es que lo encontramos bastante práctico pues puedes combinar menús (y a buen precio) de diferentes locales. Nosotros decidimos no complicarnos y compramos unas raciones muy resultonas de pollo rebozado con patatas fritas. Después decidimos bajar al supermercado de la 2ª planta a por unas raciones de fruta que también nos comemos en unas mesas de por allí.


Abandonamos la Tokio Skytree sin poder dejar de admirarla todavía asombrados. Las vistas desde la calle con el edificio iluminado también son muy bonitas. Un letrero luminoso en lo más alto hace un precioso juego de luces y nos recuerda que el próximo año 2020 la ciudad albergará los JJOO. Son más de las 21:00 cuando nos metemos en el metro para volver al hotel. Nos esperan hasta 3 recorridos y más de una hora de viaje. Nos asombra encontrarnos con mucha gente en los vagones; la mayoría son japoneses que vuelven a sus casas después de trabajar. Y es que la ciudad de Tokio no descansa nunca, sin importar la hora que sea.

15 de julio de 2019

NIKKO

Amanece nublado y con previsión de lluvias intermitentes, aunque menores que el día previo. Ya hemos decidido salir de Tokio y hacer una excursión de un día a la aldea de montaña de Nikko. Es una escapada muy recomendada y no nos quedan más días libres (en los últimos 3 tenemos sorpresas reservadas). Además, necesitamos salir de Tokio.


Viajar a Nikko desde Tokio es bastante fácil, aunque supone una importante inversión de tiempo. Primero hay que llegar hasta la estación central de Tokio en nuestro tren de la línea Kehin Tohoku (son 5 paradas y tenemos que llegar a eso de las 09:00 hrs, ya que los billetes del siguiente tren los tenemos reservados). Nos toca madrugar. El tren va más vacío de lo que nos pensábamos (suponemos que en este país la gente madruga mucho más para llegar al trabajo) aunque tarda lo suyo (y es que aquí las distancias entre paradas son considerables; entre 3 y 4 minutos). Cuando llegamos al siguiente tren ya nos está esperando en el andén (¡no nos ha sobrado nada de tiempo!). Es un shinkansen que nos lleva hasta Utsunomiya (tarda 50 minutos). Aprovechamos para desayunar allí (llevamos leche, galletas y pan); en Japón se permite comer en este tipo de trenes (sí está mal visto alzar la voz o hablar por teléfono; si lo quieres hacer te tienes que ir a las zonas que hay entre vagones (junto a los WC). Entonces cambiamos a un tren local, el JR Nikko (incluido en JR Pass). El trasbordo está muy señalizado y, además, es imposible perderse: todo el mundo que se baja (turistas en su gran mayoría) va hacia allí. El tren tarda otros 50 minutos y no tiene asientos asignados, pero conseguimos sentarnos sin problemas. Como hemos conseguido mapas de Nikko y tenemos la inestimable ayuda del señor Google, aprovechamos para diseñar la logística del día y decidir qué vamos a visitar allí. Para optimizar el tiempo, decidimos comprar un all- day bus pass con la compañía Tobu, pues la zona de los santuarios y templos está algo alejada. Se puede hacer caminando, pero es tarde y no queremos que se haga más tarde. Llegamos a la zona de interés casi a las 12:00 hrs. En total hemos invertido aproximadamente más de 3 horas en llegar a Nikko, dos líneas de metro, dos trenes y un bus. 

Descubrimos que hoy, a pesar de ser lunes, hay un montón de gente ya que es día festivo en Japón. Así que nos despedimos de hacer una excursión tranquila en día laborable y con poca gente. Le echamos un rápido vistazo al salón principal del templo Rinnoji; las entradas nos parecen caras y no queremos perder más tiempo. Nos vamos directamente a visitar el santuario Toshogu, la razón principal para visitar Nikko. El santuario alberga el mausoleo de Tokugawa Ieyasu, el primer shogun Tokugawa. Si bien en un principio el santuario Toshogu era más bien modesto, el tercer shogun y nieto de Ieyasu, Iemitsu, decidió ampliarlo y dotarlo de decoraciones espectaculares durante su gobierno. El santuario sorprende por su ostentación y sobre todo por el brillo de sus tallas de madera y decoraciones, que mezclan imágenes budistas y sintoístas. Para llegar al santuario atravesamos un primer torii de piedra; a su izquierda tenemos una bonita pagoda de 5 pisos. A partir de este punto nos encontramos con la billetería: la broma nos cuesta 1300 yenes por adulto (menos más que Laura entra gratis). Tenemos que hacer cola para acceder a una máquina automática que no acepta nuestra tarjeta de crédito (empezamos a ir justos de efectivo; Fani ha repartido todo lo que nos queda por días e intentamos no salirnos del presupuesto diario). Atravesamos la puerta principal del santuario con sus dioses guardianes y llegamos a una primera zona del recinto donde hay una serie de edificios de preciosas tallas de madera, coloridas y muy elaboradas. Dos tallas sobresalen por encima de las demás: las tallas de madera de los 3 macacos (que no ven, no hablan y no oyen el mal) y la de los elefantes. 






Tras esta zona llegamos a la puerta Yomeimon, muy decorada, que nos permite acceder a una segunda zona donde tenemos 2 rutas posibles: o ir a ver el templo principal o subir al mausoleo del shogun. Empezamos por el mausoelo: tomamos el camino de la derecha y pasamos por la puerta Sakashitamon, famosa por tener una talla de madera de un nemurineko o gato dormido. Sólo hay una talla y si te despistas es fácil pasarla por alto. Pero nosotros ya la buscábamos ( a lo Indiana Jones ) y con la ayuda de nuestros peques, no se nos pasa por alto. El acceso al mausoleo es una pasada: el camino alterna pasarela con escalinatas y pasa por un inmenso bosque. El mausoleo es algo más austero que los edificios que hemos visto abajo, pero sigue siendo todo un espectáculo, especialmente por sus tallas de madera. El tiempo está nublado, pero afortunadamente no llueve. Por el camino nos encontramos unas tablas de madera con inscripciones. Son deseos. David y Laura descubren uno muy interesante :)



Al bajar, nos vamos directos al salón principal Honden, el centro neurálgico, por decirlo de alguna manera, del santuario. Su puerta de acceso, la Karamon, no se puede cruzar: hay que entrar por una zona habilitada a su derecha. Hay que descalzarse y dentro no se permite hacer fotografías (como suele ser habitual en todos los templos principales de este país).  





La visita es muy impresionante, aunque algo deslucida por la cantidad de gente. La acabamos que son casi las 14:00 hrs y empezamos a tener hambre. El problema es que en la zona de la montaña no hay mucha restauración y tampoco queremos entretenernos mucho buscando un lugar para comer. El santuario tiene un museo fuera (que hemos decidido no visitar, con entrada que se paga aparte); decidimos tomar unos sándwiches en su cafetería. El precio es normalito y están muy buenos. ¡Y conseguimos una mesa para poder sentarnos! ¡Todo un lujazo en este país!

Por la tarde empezamos visitando el santuario de Futarasan, situado muy cerca del de Toshogu, por lo que llegamos enseguida tras cruzar un precioso camino (envuelto en decenas de árboles milenarios y enormes lámparas tradicionales de piedra). Es un santuario muy bonito, rodeado de un entorno natural imponente. Además, la gente de repente resulta que ha desaparecido (o están todos en Toshoguo, están comiendo, o quizá se han ido a casa…); hacemos la visita prácticamente solos. El acceso es gratuito, aunque existe una zona de pago (esta vez pagamos). Lo que hace realmente especial al lugar es su entorno, con grandes árboles milenarios. El santuario en sí tiene pocas edificaciones y prioriza los espacios naturales que lo envuelven; así, encontramos recovecos preciosos con jardines. En un extremo del santuario encontramos 2 estatuas de komainu o perros-leones donde los japoneses cuelgan los coloridos omikuji; pero sólo los que no han dado demasiada buena fortuna. También encontramos un par de salones muy curiosos dedicados a uno de los siete dioses de la buena fortuna, en este caso al dios Daikokuten. Con su amigable sonrisa, su saco del tesoro y su mazo, este dios es uno de los dioses favoritos de los japoneses y especialmente popular en templos budistas (de hecho, ya lo vimos el año pasado, durante nuestro viaje a Vietnam). En uno de los salones, hay hasta una exposición de figuras del dios; hasta puedes coger uno de sus mazos y sopesarlo. La visita es chula pero no es todo lo espectacular que esperábamos.



Como aún nos queda tiempo, decidimos visitar el Taiyuinbyo: el fabuloso mausoleo de Tokugawa Iemitsu, tercer shogun Tokugawa y nieto de Tokugawa Ieyasu (el del mausoleo de Toshogu. Como no estaba tan destacado como los demás, no tenemos tantas expectativas. Y resulta que es el que más nos gusta. No nos hagáis decir si es cosa del clima o la ausencia de gente (¡qué tranquilos estamos, por favor!), pero el santuario es una pasada. Es ostentoso y sigue el recargado estilo arquitectónico del de Toshogu, pero queda claro que intenta ser algo más modesto tanto por número de edificaciones como por su decoración (en señal del respeto que Iemitsu sentía por su abuelo). 




Lo más espectacular es llegar hasta el mausoleo: hasta 5 puertas con 4 guardianes cada uno (2 delante y otros 2 detrás) la custodian. Hay escalinatas y el entorno natural es muy chulo. Además, hay un montón de lámparas tradicionales de piedra. Tras atravesar todas las puertas, llegamos al salón de plegarias Haiden y al principal Honden; ambos están interconectados bajo un mismo techo en forma de H. Se puede recorrer el de plegarias (el interior es maravilloso con muchísimas decoraciones, tallas de madera y pilares lacados en oro) y se puede ver el principal desde fuera (allí se encuentra el mausoleo de Tokugawa Iemitsu).






Durante el tramo final del recorrido nos encontramos con una sorpresa; cerca del templo que alberga el mausoleo, en el bosque, una figura oscura se mueve entre la maleza. Tiene la cabeza olfateando el suelo y buscando comida. ¡Es un oso! De repente los pocos turistas que estamos allí nos olvidamos por completo del templo y dirigimos nuestras cámaras fotográficas hacia el oso. Se mueve lento y tranquilo. Está lejos de nosotros, en un punto elevado de la ladera de la colina. Pronto aparecen los monjes del templo para empezar a clausurar zonas y evitar que nos acerquemos al animal. Se les ve algo nerviosos. Enseguida aparecen agentes de la policía uniformados, aunque cuando llegan el oso ya se ha marchado. 



Nuestros niños contemplan la escena con mucha curiosidad y es que no todos los días se ve un oso, aunque esté lejos (¡afortunadamente!). Lo consigo grabar con la cámara del móvil; es muy chulo, la verdad. Conseguimos acabar la visita, aunque hay un edificio al que ya no nos dejan acceder. Al salir, la policía está cerrando algunos accesos, especialmente el del santuario de Futarasan. Vemos como todo un grupo de alumnos de un colegio ve suspendida su visita.
Llegados a este punto, entendemos que la cosa no va a dar más de sí y, como son más de las 16:00 hrs, decidimos empezar a regresar. Bajamos a pie hasta llegar a la altura del puente Shinkyo o puente sagrado, otra de las atracciones turísticas de Nikko. Es, en teoría, uno de los 3 puentes más bellos, según los japoneses (queda algo deslucido, ya que pasa la carretera al lado de uno de sus extremos). Su estructura es muy bonita, con la vista del río, el verde de la vegetación que lo envuelve y su color rojizo. Se puede visitar pagando una entrada y accediendo por el lado opuesto a la carretera. Cuando llegamos justo cierran la billetería (son las 16:15 hrs). De todos modos, desde la propia carretera, las vistas son muy chulas.



Después cogemos el bus y regresamos a la estación de tren. El tiempo, aunque muy nublado, ha aguantado todo el día. Poco calor y nada de lluvia. Las visitas son muy recomendables, mención aparte para la visita del último mausoleo. Como experiencia de un día y, especialmente tras el agobio de los últimos 2 en la gran urbe, es todo un respiro. Eso sí, la vuelta nos vuelve a suponer una inversión de casi 3 horas. ¡Apurando nuestro JR Pass hasta el último día!
Cuando llegamos a nuestro barrio en Shinagawa, optamos por entrar en un local de la zona donde sólo hay japoneses. Comemos mucho mejor que en días previos y a mejor precio: gyozas, arroz, verdura con revuelto de huevo y sopa de miso. Nadie se queda con hambre. Completamos el menú comiendo fruta en la habitación del hotel (la hemos comprado en un supermercado de la estación de tren). Por la noche, recompensamos a nuestros niños con una nueva sesión de cine; seguimos preparando nuestra visita al Museo Ghibli del próximo jueves. Esta vez toca Porco Rosso con sus mágicos hidroaviones y piratas aéreos. ¿Alguién de más?