Viajar
a Nikko desde Tokio es bastante fácil, aunque supone una importante inversión
de tiempo. Primero hay que llegar hasta la estación central de Tokio en nuestro
tren de la línea Kehin Tohoku (son 5 paradas y tenemos que llegar a eso
de las 09:00 hrs, ya que los billetes del siguiente tren los tenemos reservados).
Nos toca madrugar. El tren va más vacío de lo que nos pensábamos (suponemos que
en este país la gente madruga mucho más para llegar al trabajo) aunque tarda lo
suyo (y es que aquí las distancias entre paradas son considerables; entre 3 y 4
minutos). Cuando llegamos al siguiente tren ya nos está esperando en el andén
(¡no nos ha sobrado nada de tiempo!). Es un shinkansen que nos lleva
hasta Utsunomiya (tarda 50 minutos). Aprovechamos para
desayunar allí (llevamos leche, galletas y pan); en Japón se permite comer en
este tipo de trenes (sí está mal visto alzar la voz o hablar por teléfono; si
lo quieres hacer te tienes que ir a las zonas que hay entre vagones (junto a
los WC). Entonces cambiamos a un tren local, el JR Nikko (incluido en JR
Pass). El trasbordo está muy señalizado y, además, es imposible perderse: todo
el mundo que se baja (turistas en su gran mayoría) va hacia allí. El tren tarda
otros 50 minutos y no tiene asientos asignados, pero conseguimos sentarnos sin
problemas. Como hemos conseguido mapas de Nikko y tenemos la inestimable
ayuda del señor Google, aprovechamos para diseñar la logística del día y
decidir qué vamos a visitar allí. Para optimizar el tiempo, decidimos comprar
un all- day bus pass con la compañía Tobu, pues la zona de los
santuarios y templos está algo alejada. Se puede hacer caminando, pero es tarde
y no queremos que se haga más tarde. Llegamos a la zona de interés casi a las
12:00 hrs. En total hemos invertido aproximadamente más de 3 horas en llegar a
Nikko, dos líneas de metro, dos trenes y un bus.
Descubrimos
que hoy, a pesar de ser lunes, hay un montón de gente ya que es día festivo en
Japón. Así que nos despedimos de hacer una excursión tranquila en día laborable
y con poca gente. Le echamos un rápido vistazo al salón principal del templo
Rinnoji; las entradas nos parecen caras y no queremos perder más tiempo. Nos vamos
directamente a visitar el santuario Toshogu, la razón principal para
visitar Nikko. El santuario alberga el mausoleo de Tokugawa Ieyasu, el primer
shogun Tokugawa. Si bien en un principio el santuario Toshogu era más
bien modesto, el tercer shogun y nieto de Ieyasu, Iemitsu, decidió ampliarlo y
dotarlo de decoraciones espectaculares durante su gobierno. El santuario
sorprende por su ostentación y sobre todo por el brillo de sus tallas de madera
y decoraciones, que mezclan imágenes budistas y sintoístas. Para llegar al
santuario atravesamos un primer torii de piedra; a su izquierda tenemos
una bonita pagoda de 5 pisos. A partir de este punto nos encontramos con la
billetería: la broma nos cuesta 1300 yenes por adulto (menos más que Laura
entra gratis). Tenemos que hacer cola para acceder a una máquina automática que
no acepta nuestra tarjeta de crédito (empezamos a ir justos de efectivo; Fani
ha repartido todo lo que nos queda por días e intentamos no salirnos del
presupuesto diario). Atravesamos la puerta principal del santuario con sus
dioses guardianes y llegamos a una primera zona del recinto donde hay una serie
de edificios de preciosas tallas de madera, coloridas y muy elaboradas. Dos
tallas sobresalen por encima de las demás: las tallas de madera de los 3
macacos (que no ven, no hablan y no oyen el mal) y la de los elefantes.
Tras esta zona llegamos a la puerta Yomeimon, muy decorada, que nos permite acceder a una segunda zona donde tenemos 2 rutas posibles: o ir a ver el templo principal o subir al mausoleo del shogun. Empezamos por el mausoelo: tomamos el camino de la derecha y pasamos por la puerta Sakashitamon, famosa por tener una talla de madera de un nemurineko o gato dormido. Sólo hay una talla y si te despistas es fácil pasarla por alto. Pero nosotros ya la buscábamos ( a lo Indiana Jones ) y con la ayuda de nuestros peques, no se nos pasa por alto. El acceso al mausoleo es una pasada: el camino alterna pasarela con escalinatas y pasa por un inmenso bosque. El mausoleo es algo más austero que los edificios que hemos visto abajo, pero sigue siendo todo un espectáculo, especialmente por sus tallas de madera. El tiempo está nublado, pero afortunadamente no llueve. Por el camino nos encontramos unas tablas de madera con inscripciones. Son deseos. David y Laura descubren uno muy interesante :)
Al bajar, nos vamos directos al salón principal Honden, el centro neurálgico, por decirlo de alguna manera, del santuario. Su puerta de acceso, la Karamon, no se puede cruzar: hay que entrar por una zona habilitada a su derecha. Hay que descalzarse y dentro no se permite hacer fotografías (como suele ser habitual en todos los templos principales de este país).
Tras esta zona llegamos a la puerta Yomeimon, muy decorada, que nos permite acceder a una segunda zona donde tenemos 2 rutas posibles: o ir a ver el templo principal o subir al mausoleo del shogun. Empezamos por el mausoelo: tomamos el camino de la derecha y pasamos por la puerta Sakashitamon, famosa por tener una talla de madera de un nemurineko o gato dormido. Sólo hay una talla y si te despistas es fácil pasarla por alto. Pero nosotros ya la buscábamos ( a lo Indiana Jones ) y con la ayuda de nuestros peques, no se nos pasa por alto. El acceso al mausoleo es una pasada: el camino alterna pasarela con escalinatas y pasa por un inmenso bosque. El mausoleo es algo más austero que los edificios que hemos visto abajo, pero sigue siendo todo un espectáculo, especialmente por sus tallas de madera. El tiempo está nublado, pero afortunadamente no llueve. Por el camino nos encontramos unas tablas de madera con inscripciones. Son deseos. David y Laura descubren uno muy interesante :)
Al bajar, nos vamos directos al salón principal Honden, el centro neurálgico, por decirlo de alguna manera, del santuario. Su puerta de acceso, la Karamon, no se puede cruzar: hay que entrar por una zona habilitada a su derecha. Hay que descalzarse y dentro no se permite hacer fotografías (como suele ser habitual en todos los templos principales de este país).
La visita es muy impresionante, aunque algo deslucida por la cantidad de gente. La acabamos que son casi las 14:00 hrs y empezamos a tener hambre. El problema es que en la zona de la montaña no hay mucha restauración y tampoco queremos entretenernos mucho buscando un lugar para comer. El santuario tiene un museo fuera (que hemos decidido no visitar, con entrada que se paga aparte); decidimos tomar unos sándwiches en su cafetería. El precio es normalito y están muy buenos. ¡Y conseguimos una mesa para poder sentarnos! ¡Todo un lujazo en este país!
Por
la tarde empezamos visitando el santuario de Futarasan, situado muy cerca del
de Toshogu, por lo que llegamos enseguida tras cruzar un precioso camino
(envuelto en decenas de árboles milenarios y enormes lámparas tradicionales de
piedra). Es un santuario muy bonito, rodeado de un entorno natural imponente.
Además, la gente de repente resulta que ha desaparecido (o están todos en Toshoguo,
están comiendo, o quizá se han ido a casa…); hacemos la visita prácticamente
solos. El acceso es gratuito, aunque existe una zona de pago (esta vez
pagamos). Lo que hace realmente especial al lugar es su entorno, con grandes
árboles milenarios. El santuario en sí tiene pocas edificaciones y prioriza los
espacios naturales que lo envuelven; así, encontramos recovecos preciosos con
jardines. En un extremo del santuario encontramos 2 estatuas de komainu
o perros-leones donde los japoneses cuelgan los coloridos omikuji; pero
sólo los que no han dado demasiada buena fortuna. También encontramos un par de
salones muy curiosos dedicados a uno de los siete dioses de la buena fortuna,
en este caso al dios Daikokuten. Con su amigable sonrisa, su saco del tesoro y
su mazo, este dios es uno de los dioses favoritos de los japoneses y
especialmente popular en templos budistas (de hecho, ya lo vimos el año pasado,
durante nuestro viaje a Vietnam). En uno de los salones, hay hasta una
exposición de figuras del dios; hasta puedes coger uno de sus mazos y
sopesarlo. La visita es chula pero no es todo lo espectacular que esperábamos.
Como aún nos queda tiempo, decidimos visitar el Taiyuinbyo: el fabuloso mausoleo de Tokugawa Iemitsu, tercer shogun Tokugawa y nieto de Tokugawa Ieyasu (el del mausoleo de Toshogu. Como no estaba tan destacado como los demás, no tenemos tantas expectativas. Y resulta que es el que más nos gusta. No nos hagáis decir si es cosa del clima o la ausencia de gente (¡qué tranquilos estamos, por favor!), pero el santuario es una pasada. Es ostentoso y sigue el recargado estilo arquitectónico del de Toshogu, pero queda claro que intenta ser algo más modesto tanto por número de edificaciones como por su decoración (en señal del respeto que Iemitsu sentía por su abuelo).
Lo más espectacular es llegar hasta el mausoleo: hasta 5 puertas con 4 guardianes cada uno (2 delante y otros 2 detrás) la custodian. Hay escalinatas y el entorno natural es muy chulo. Además, hay un montón de lámparas tradicionales de piedra. Tras atravesar todas las puertas, llegamos al salón de plegarias Haiden y al principal Honden; ambos están interconectados bajo un mismo techo en forma de H. Se puede recorrer el de plegarias (el interior es maravilloso con muchísimas decoraciones, tallas de madera y pilares lacados en oro) y se puede ver el principal desde fuera (allí se encuentra el mausoleo de Tokugawa Iemitsu).
Como aún nos queda tiempo, decidimos visitar el Taiyuinbyo: el fabuloso mausoleo de Tokugawa Iemitsu, tercer shogun Tokugawa y nieto de Tokugawa Ieyasu (el del mausoleo de Toshogu. Como no estaba tan destacado como los demás, no tenemos tantas expectativas. Y resulta que es el que más nos gusta. No nos hagáis decir si es cosa del clima o la ausencia de gente (¡qué tranquilos estamos, por favor!), pero el santuario es una pasada. Es ostentoso y sigue el recargado estilo arquitectónico del de Toshogu, pero queda claro que intenta ser algo más modesto tanto por número de edificaciones como por su decoración (en señal del respeto que Iemitsu sentía por su abuelo).
Lo más espectacular es llegar hasta el mausoleo: hasta 5 puertas con 4 guardianes cada uno (2 delante y otros 2 detrás) la custodian. Hay escalinatas y el entorno natural es muy chulo. Además, hay un montón de lámparas tradicionales de piedra. Tras atravesar todas las puertas, llegamos al salón de plegarias Haiden y al principal Honden; ambos están interconectados bajo un mismo techo en forma de H. Se puede recorrer el de plegarias (el interior es maravilloso con muchísimas decoraciones, tallas de madera y pilares lacados en oro) y se puede ver el principal desde fuera (allí se encuentra el mausoleo de Tokugawa Iemitsu).
Nuestros niños contemplan la escena con mucha curiosidad y es que no todos los días se ve un oso, aunque esté lejos (¡afortunadamente!). Lo consigo grabar con la cámara del móvil; es muy chulo, la verdad. Conseguimos acabar la visita, aunque hay un edificio al que ya no nos dejan acceder. Al salir, la policía está cerrando algunos accesos, especialmente el del santuario de Futarasan. Vemos como todo un grupo de alumnos de un colegio ve suspendida su visita.
Llegados
a este punto, entendemos que la cosa no va a dar más de sí y, como son más de
las 16:00 hrs, decidimos empezar a regresar. Bajamos a pie hasta llegar a la
altura del puente Shinkyo o puente sagrado, otra de las atracciones
turísticas de Nikko. Es, en teoría, uno de los 3 puentes más bellos, según los
japoneses (queda algo deslucido, ya que pasa la carretera al lado de uno de sus
extremos). Su estructura es muy bonita, con la vista del río, el verde de la
vegetación que lo envuelve y su color rojizo. Se puede visitar pagando una
entrada y accediendo por el lado opuesto a la carretera. Cuando llegamos justo
cierran la billetería (son las 16:15 hrs). De todos modos, desde la propia
carretera, las vistas son muy chulas.
Después
cogemos el bus y regresamos a la estación de tren. El tiempo, aunque muy
nublado, ha aguantado todo el día. Poco calor y nada de lluvia. Las visitas son
muy recomendables, mención aparte para la visita del último mausoleo. Como
experiencia de un día y, especialmente tras el agobio de los últimos 2 en la
gran urbe, es todo un respiro. Eso sí, la vuelta nos vuelve a suponer una
inversión de casi 3 horas. ¡Apurando nuestro JR Pass hasta el último día!
Cuando
llegamos a nuestro barrio en Shinagawa, optamos por entrar en un local de la
zona donde sólo hay japoneses. Comemos mucho mejor que en días previos y a
mejor precio: gyozas, arroz, verdura con revuelto de huevo y sopa de miso.
Nadie se queda con hambre. Completamos el menú comiendo fruta en la habitación
del hotel (la hemos comprado en un supermercado de la estación de tren). Por la
noche, recompensamos a nuestros niños con una nueva sesión de cine; seguimos
preparando nuestra visita al Museo Ghibli del próximo jueves. Esta vez toca Porco
Rosso con sus mágicos hidroaviones y piratas aéreos. ¿Alguién de más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario