30 de junio de 2019

EL CASTILLO DE HIMEJI

Nuestro segundo día en Kyoto amanece lluvioso. Pero no esa fina lluvia que suele caer por las mañanas de forma intermitente. Llueve a cántaros de buena mañana y no parece que vaya a parar. Consultamos la previsión metereológica: nos dice que está previsto que deje de llover a eso de las 12:00 hrs. Miramos perplejos el cielo: realmente parece poco probable. Pero decidimos arriesgar. ¿Qué otra opción tenemos? No hemos venido a Kyoto a ver museos, y menos con nuestras fierecillas. Decidimos coger el tren JR y hacer una excursión a Himeji para explorar su castillo. ¡Para chulos, nosotros!
Cogemos el metro hasta la estación de Kyoto; sorprende ver la cantidad de gente que hay a pesar de que son las 09:00 de la mañana de un domingo. En la estación de Kyoto cogemos un tren bala JR que hace escala en Himeji. El viaje dura menos de una hora. Vamos mirando por la ventana durante todo el trayecto: no deja de llover en ningún momento. Sorprende descubrir que Himeji es una ciudad muy grande. Nada más salir de la estación ya podemos verr una calle principal muy larga con el castillo al fondo. Aunque sigue lloviendo mucho y no pensamos desistir en nuestra empresa tan fácilmente, decidimos continuar con nuestra tentativa, sólo que tomamos una calle paralela a ésta que está cubierta, la Otemae Street. Se trata de un boulevard amplio, lleno de tiendas y restaurantes. No somos muy amantes de los centros comerciales, especialmente si estamos viajando, pero con la lluvia que cae es la mejor opción posible. Optamos por pararnos a tomar algo en una cafetería: dentro hace un frío que pela ( qué bien que funcionan los aires acondicionados en este país…) pero el local es amplio, lo tenemos para nosotros solos y… ¡sirven café! Y a Fani se lo tunean ( no puede ser más feliz ).



Nos dan las 12:00 hrs y miramos fuera: ¡la gente ya no lleva paraguas! Salimos de la cafetería y, efectivamente, ha dejado de llover. Nada más salir del boulevard comercial ya damos con una plaza que empieza a llenarse de turistas (debían estar esperando igual que nosotros) y empezamos todos a hacer fotografías como locos de las vistas del castillo. ¡Y eso que está bien lejos!
A medida que vamos acercándonos al castillo se mantiene la mejoría del tiempo; parece que el sol asoma entre las nubes. ¡Vaya suerte la nuestra! Hay poca cola y nos adentramos en el recinto amurallado del castillo en un santiamén. Nos habían dicho que el castillo de Himeji era uno de los castillos más espectaculares de todo Japón y en efecto constatamos que es verdad. Recibe al apodo de “la Garza Blanca”: muchas teorías se han escrito al respecto, pero la que tiene más peso es la relacionada con el color blanco del yeso exterior. Un yeso que, además, no es sólo decorativo sino también ignífugo, algo muy importante si tenemos en cuenta que el castillo fue construido en madera. Empezamos la visita: nada más entrar en el recinto torcemos enseguida a la izquierda y nos metemos dentro de una de las murallas exteriores. Nos hacen descalzar y subir un piso para poder recorrer uno de sus largos pasadizos interiores (esto de caminar descalzos hace siempre muy felices a nuestros niños). El recorrido es una auténtica gozada y nos vamos encontrando con un montón de agujeros o sama en los muros que servían para disparar flechas o lanzar todo tipo de proyectiles sobre los hipotéticos asaltantes. 


Después volvemos al patio exterior y empezamos a adentrarnos en el interior del recinto para dirigirnos hacia la torre principal. El camino es un auténtico espectáculo pasando por un laberinto tanto de puertas como de pasadizos que estaba diseñado para confundir a los enemigos. Poco a poco nos vamos acercando a la torre principal. Las murallas presentan forma de abanico; esta cualidad hacía que fueran muy difíciles de escalar y era un aspecto muy característico de los castillos samuráis. En los techos destacan tejas planas onigawara decoradas con los emblemas de la familia regente (hay hasta 8 emblemas diferentes) y unos hermosos amuletos shachihoko (animal del folclore japonés con cabeza de tigre y cuerpo de carpa que antiguamente se creía que atraía la lluvia para poder luchar contra los incendios).



Y finalmente llegamos al Tenshu o torre principal, la imagen más conocida del castillo. Los niños empiezan a estar algo cansados y es que para llegar hasta aquí hemos tenido que vencer un desnivel importante. Además, empieza a hacer bastante calor. A diferencia del castillo de Osaka, el interior no ha sido modernizado y ni está climatizado ni tienes un ascensor para subir hasta arriba. Con 30 metros de alto, tiene 6 plantas (la primera es subterránea). Hay que descalzarse de nuevo (llevas los zapatos en una bolsa de plástico pues no se sale por el mismo sitio por donde se entra). Hay un recorrido de subida y otro para bajar (con escaleras para cada recorrido). Nos llama la atención la buhardilla del segundo piso con muchos estantes de armas en las paredes. Los pilares centrales de sujeción son imponentes. Finalmente llegamos hasta la última planta desde la que disfrutamos de unas vistas espectaculares de la ciudad desde sus ventanas. Desde aquí se pueden ver de cerca los shachihoko con más detalle. 



Los niños llegan bien, la verdad es que el asalto al castillo ha resultado ser todo un éxito. Les felicitamos y les damos agua. Iniciamos la bajada que es mucho más sencilla. Se portan como unos campeones. Ya en la plaza central, justo enfrente del castillo, exploramos un pozo de agua y tomamos las mejores fotos de la torre principal.




Como se mantiene el sol, decidimos realizar nuestra segunda visita estrella del día: los jardines Koko-en. Son más de las 14:00 hrs y toca comer pero los restaurantes del boulevard comercial están algo alejados y la previsión nos dice que el tiempo cambiará a peor a partir de las 15:00 hrs. Optamos por intentar hacer una visita rápida. Afortunadamente, una vez pasamos por taquilla descubrimos que hay un restaurante dentro y con precios más que razonables; no nos lo tenemos que pensar mucho para decidir entrar. El menú es correcto y, lo más importante, a los niños les encanta (hay tempurita de pescado y noodles). Reponemos fuerzas y nos lanzamos a explorar los jardines con un sol radiante (¡vaya potra estamos teniendo!). Los jardines fueron diseñados en 1992 para celebrar el centenario de la ciudad de Himeji (nosotros pensábamos erróneamente que eran los jardines del castillo) y se trata de un complejo de 9 jardines tradicionales japoneses de gran belleza. El que más nos gusta es el que nos encontramos nada más salir del restaurante y es que durante la comida ya lo habíamos empezado a disfrutar a través de las ventanas. Cuenta con un gran estanque donde hay un montón de carpas y un puentecito que lo atraviesa. Los niños empiezan a desmadrarse y lo recorren a sus anchas: un saltito por aquí… una carrerita por allá… un poco de escondite… ¡y qué bonitas son las carpas! Menos mal que hay poca gente… Los siguientes complejos (están todos muy bien delimitados y pasas del uno al otro atravesando muros) tampoco tienen desperdicio: hay un montón de riachuelos y caminos de piedra por todas partes. Hay un jardín con bonsáis y otro de flores; éste último es especialmente espectacular pues está todo florecido en pleno verano. Finalmente, el último jardín es el de bambú, en el que podemos ver una gran variedad de bambúes de diferentes tipos. Los niños se lo pasan genial durante toda la visita y, para que engañarnos, nosotros también. Y es que hace un solazo que no veas y ya tocaba, la verdad.





Cuando terminamos la visita son más de las 16:00 hrs y damos por terminada nuestra experiencia en Himeji. Volvemos a la estación de tren evitando el boulevard comercial y, por el camino, merendamos. 
Por la noche vamos a cenar al mismo restaurante que las 2 noches anteriores. Y es que entre que estamos cansados y con lo que nos costó aprendernos como funcionaba el menú de la Tablet (el saber también hay que amortizarlo) no tenemos ganas de complicarnos más. La curiosidad del local es que para ir al WC tienes que bajar al sótano: sigue siendo un comedor – restaurante con clientes pero es todo más oscuro. Bajo con David y Laura y nos imaginamos que estamos entrando en una mazmorra del Zelda al inframundo. El ascensor de subida se queda bloqueado (es lo que tiene apretar todos los botones a la vez) pero David lo reactiva utilizando su báculo de hielo. ¡Y es que la imaginación de los niños (papá incluido) no tiene límites!

29 de junio de 2019

KYOTO: LAS PUERTAS DE ORO Y PLATA

Como ya sabíamos que Kyoto era un destino sencillamente espectacular decidimos dedidarle un montón de días. Y es que hay hasta un total de 17 monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO dentro de la ciudad. Y eso sin incluir que hay más de una excursión más que recomendable que se puede hacer escogiéndola como base de operaciones. Un último cambio en la ruta inicialmente prevista, nos da un día más en Kyoto. Teníamos previsto ir a Magome y alojarnos allí, pero los desplazamientos nos suponían demasiado tiempo y hemos preferido invertirlo en Kyoto. 

Para el primer día decidimos empezar a explorar la ciudad y más concretamente la zona norte de Higashiyama, uno de sus mayores puntos turísticos. Como nos hemos levantado algo tarde y no queremos complicarnos mucho la vida volvemos a pillar un taxi para ganar algo de tiempo. El día nuevamente está nublado; una constante desde que llegamos a Japón. La verdad es que no deja de ser una ventaja pues hace que haga menos calor y nuestros peques lo agradecen.

Nuestra primera parada es uno de los platos estrella del día: la visita al Ginkaku-ji o al pabellón de Plata, un templo budista zen. Fue construido en 1474 como retiro de un shogun (Ashikaga Yoshimasa); éste quiso imitar la belleza del templo Kinkaku-ji (todo recubierto de láminas de oro) que había construido su abuelo años antes (y que exploraremos otro día). Pero el shogun no pudo recubrirlo de láminas de plata (como era su intención inicial), así que no vemos plata por ningún lado. De la visita llaman la atención 2 puntos clave: el primero es el edificio principal o Kannonden y el segundo el espectacular jardín seco de arena blanca. El Kannonden no se puede visitar pero lo puedes admirar desde el exterior; pabellón de 2 estilos diferentes: planta baja japonesa y 1er piso tradicional chino. En el jardín destaca un enorme cono de arena y combina muy bien con la belleza del templo. 


Al seguir el recorrido llegas a un jardín de musgo precioso, todo lleno de riachuelos y estanques con islotes, piedras y puentes, además de una gran variedad de plantas y vegetación. Hay un caminito que te permite ascender por la ladera de la montaña y alcanzar un promontorio desde el que se disfrutan las vistas tanto del recinto como de la ciudad de Kyoto.






A nuestros peques no les ha hecho mucha gracia la visita y están más que aburridos. Tenemos un primer intento de rebelión y decidimos regalarles un par de monederos para guardar los yenes que se vayan ganando durante el viaje por buen comportamiento. El truco funciona y los ánimos en el grupo vuelven a aumentar (esto es como una montaña rusa).
Toca seguir caminando pues el segundo punto de interés que nos encontramos supone recorrer el Camino de la filosofía o Tetsugaku no michi; se trata de una preciosa ruta de aproximadamente 2 km de largo que discurre paralela al estrecho canal Shishigatani y que forma parte del sistema de canales que llegan hasta el lago Biwa. El camino está precioso, pero debe ser sencillamente espectacular con los cambios estacionales primaverales y otoñales, ya que está lleno de cerezos. El camino obtuvo su nombre del filósofo japonés Nishida Kitaro (1870-1945), quién solía meditar en esta zona de camino a la Universidad de Kyoto. A lo largo del paseo hay muchas pequeñas tiendas de artesanía y cafeterías, además de desvíos a muchos templos y santuarios. 



Nosotros decidimos no tentar la suerte ya que nuestras fierecillas están tranquilas con sus juegos imaginarios y como ha salido el sol el calor empieza a apretar. De hecho, al terminar el camino son más de las 13:00 hrs y, como los ánimos empiezan a decaer, Fani decide parar en una cafetería a comer. La decisión no puede ser más acertada: aire acondicionado revitalizador, comida sencilla pero apetitosa (sándwiches para los papis y unos estupendos espaguetis con tomate y bacon para los niños) y 2 interesantes perritos muy simpáticos que la anfitriona del local no duda en mostrar y dejar acariciar por nuestros peques. Se dibujan de nuevo unas enormes sonrisas en la cara de nuestros niños aunque claro (como era de esperar) después se quieren llevar a los perritos a España. Cuando les decimos que no puede ser entonces intentar convencernos a la desesperada que tenemos que ir a comer a esa cafetería todos los días mientras dure nuestra estancia en Japón. ¡Y nosotros con la gota en la cara!

Nuestra tercera visita del día es el templo Eikando o Zenrinji, un templo budista japonés. La visita supone una verdadera sorpresa pues el recinto es bastante grande y hay muy poca gente visitándolo a esas horas (son más de las 14:00 hrs). El templo lo conforman una gran variedad de edificios que sí se pueden visitar; para hacerlo hay que descalzarse. 





Descubrimos que a nuestros peques no solamente les encanta hacerlo sino que también disfrutan correteando por el templo a sus anchas juntos; la verdad es que ya nos va bien para poder ir también a nuestro aire, aunque no mola tanto cuando se quedan rezagados, especialmente David (y es que conforme avanzamos vamos descubriendo que el conjunto de edificios es mayor de lo que parece a simple vista y todos están interconectados entre si por pasarelas). En la parte posterior unas escalinatas te conducen a un mirador elevado en la ladera de la montaña donde nos sentamos a contemplar las vistas que nos ofrece de la ciudad de Kyoto. Al acabar David se ha vuelto a quedar rezagado jugando al escondite y tenemos que ir a buscarlo. Fani lo encuentra algo lloroso sentado en unas escaleras. 

Aprovechamos para consolarlo y recordarle que no debe perdernos de vista. Laura nos recuerda que llevan las pulseras mágicas identificativas con nuestro teléfono y que no pasa nada si se pierden. Acabamos la visita recorriendo los jardines del recinto y su bonito estanque (con David pegado a nuestro culo literalmente).

Nuestra siguiente parada del día es el templo Nanzen-ji aunque más que un templo podemos describirlo como un enorme recinto con diferentes puntos de interés que puedes recorrer libremente y sin tener que pagar entrada, salvo para visitar determinados lugares.  Es uno de los templos zen más importantes de Japón y aquí sí que encontramos bastante gente por todas partes. Lo primero que vemos al entrar es su impresionante puerta Sanmon que fue construida en 1628; se puede subir a la parte más alta a través de unas escaleras de madera pero decidimos no hacerlo porque hay que pagar entrada y nos da pereza después de haber disfrutado ya de las espectaculares vistas que nos ofrecía el mirador del templo Eikando. A la derecha nos encontramos una gran construcción en forma de acueducto que data del período Meiji (1868-1912) y que servía para llevar el agua del Lago Biwa a la ciudad de Kyoto y pasa por las instalaciones del templo. La verdad es que desentona bastante con el resto de la estética del lugar. El templo Nanzen-ji se encuentra al lado del acueducto y está abierto al público; aquí si pagamos la entrada para visitarlo. El templo en sí no nos llama mucho la atención, pero sí su precioso jardín zen con estanque y cascadita. Hay un pequeño sendero que lo rodea y todo es realmente hermoso.






Llegados a este punto se me ocurre la idea de pasear por la cuesta Keage, decisión bastante discutida por los integrantes del grupo: los niños ya están hartos de caminar tanto y a Fani no le llama la atención. Se trata de una vía que conectaba los canales de Kyoto con el cercano lago Biwa donde colocaron raíles para que los barcos superaran el desnivel que había entre la zona oriental del canal y pudieran transportar mercancías. La entrada está muy cerca de la parada de metro de Keage (está señalizada) y desde ese punto afortunadamente no es ninguna cuesta; se inicia el recorrido desde la cima y lo que haces es descender. Como Laura hace rato que está cansada de caminar va a caballito de su papi. La verdad es que no deja de sorprendernos la capacidad que tienen de caminar: la cuesta Keage nos deja en el canal de Okazaki, desde donde decidimos regresar caminando hasta nuestro alojamiento haciendo un pequeño desvío para merendar en una cafetería y tener una primera toma de contacto con el barrio de geishas de Gion. ¡En total nuestros peques han caminado un total de 15 kms! ¡Son unos verdaderos campeones!



28 de junio de 2019

MONTE MISEN: ENTRE MAREAS, TORIIS Y CIERVOS

Al día siguiente nos levantamos pronto para poder aprovechar nuestra mañana en Miyajima (y es que por la tarde toca de nuevo viajar). Como ya visitamos ayer los templos más emblemáticos de la isla, ahora nos toca explorar el Monte Misen, la montaña más alta de Miyajima. Existen 2 maneras de subir: a pie por una de las 3 rutas de senderismo o en teleférico. Nosotros, como es lógico, nos decantamos por la segunda opción. Pero para llegar hasta él primero hay que recorrer unos senderos que discurren por dentro del Parque de Momijidani. El camino es muy tranquilo, atraviesa un par de puentes y lo recorremos en un santiamén. Nuestros pequeños suben expectantes a la “caza” de sus amigos cervatillos.





Cuando llegamos a la estación de Momijidani nos subimos al primer teleférico. Tardas unos 10 minutos en subir hasta la estación intermedia. Llaman la atención los avisos existentes en relación a la posibilidad de recibir picadura de serpientes en el monte. Fani y yo nos miramos extrañados pero llegados a este punto no vamos a retroceder. Pensamos que si fueran frecuentes no permitirían a la gente subir a la cima de la montaña tan alegremente. El segundo teleférico tiene cabinas de mayor capacidad (para unas 30 personas) y hay que esperar un rato hasta que se llena para iniciar el ascenso hasta la estación final (Shishiiwa). Tarda apenas 5 minutos y las vistas son muy bonitas. La estación es el final de trayecto y, a partir de aquí, ya solo se puede continuar a pie la subida.
Nosotros no nos lo pensamos 2 veces: en un santiamén nos ponemos en marcha hacia la cima del monte Misen. Los primeros 20-30 minutos te permiten llegar a una zona intermedia donde coges aire (primero baja pero después el desnivel se pone bastante duro, especialmente por el calor y la humedad ). En esta estación intermedia destacan el salón Misen Hondo (con una campana decorada con una cabeza de dragón) y el salón Reikado donde arde desde hace más de 1200 años sin apagarse, la “llama eterna” (el fuego usado por Kobo Daishi durante su ceremonia asceta en el Monte Misen, por el año 806. 



Pero llegados a este punto nuestros peques se encuentran con dos agradables sorpresas: la primera es que campan a sus anchas muchos ciervos (aquí se desata la locura) y además irrumpen en el escenario las divertidas estatuas Jizo: se trata de deidades guardianas de los viajeros y los niños fallecidos. Con sus caritas redondas y sonrientes, son muy queridos por los japoneses, razón por la cual suelen vestirlos y decorarlos de diferentes maneras. Aquí juego con Laura y David a encontrarlos. La verdad es que es muy divertido (con sus modernas gorras, corrales, y hasta gafas de sol o de ver). Además cada uno aparece haciendo una actividad diferente: algunos están rezando, otros tocan música, otros leen, … ¡Los hay que hasta están levantando pesas!



Para subir te proponen una ruta circular que te permite subir por un lado y bajar por el otro. Hay poca gente aunque de nuevo lloviznea algo. Tardamos apenas 10 minutos en llegar a la cima. Allí nos espera un espectacular mirador, desde donde la panorámica te permite tener una perspectiva de 365º tanto de la propia isla de Miyajima como de los archipiélagos vecinos. Se puede divisar con facilidad Hiroshima por ejemplo. En el mismo mirador hay una pequeña zona de descanso donde los niños se descalzan sobre la bancada y se ponen a perseguirse el uno al otro. ¿Es que no se cansarán nunca?


Realizamos el descenso por el camino opuesto y nos plantamos en un santiamén en la esplanada de los templos intermedios. El tiempo empeora por momentos: empieza a llover algo más y decidimos no entretenernos demasiado. Tampoco es una mala noticia; esto con calor y sol tiene que ser muy duro. Empieza a subir una brumera que está tapando la visibilidad por completo. Pensamos que nos ha ido por muy poco poder disfrutar de las vistas desde el mirador del monte. El camino de vuelta no tiene más secretos ni mayores sobresaltos; afortunadamente ni rastro de serpientes. Por el camino sí que nos encontramos con algunos ciervos.



Cuando llegamos al pueblo de Miyajima casi las 13:00 pm. Decidimos encontrar un sitio para comer; en ese momento tenemos una revuelta infantil: ¡queremos los espaguetis del otro día! – nos gritan a la vez. Nos los quedamos mirando entre risas y con cara de estupefacción y les decimos que en ese restaurante sólo sirven un único plato del día y que lo más probable es que cada día cambie. Nos las tienen todas consigo y decidimos pasar por delante para demostrárselo. ¡Imaginaos la sorpresa que nos llevamos cuando descubrimos que siguen sirviendo el mismo plato de espaguetis como plato del día! ¡Ala! Todos para adentro. De nuevo devoran los platos como si no hubiera mañana.
Después de la comida nos toca despedirnos de la isla de Miyajima.  Volvemos recorriendo el paseo de la playa y sin dejar de girarnos para ir mirando el gran torii flotante. La marea está baja: el torii reposa a estas horas sobre la arena de la playa. Como el Monte Saint Michel, en Francia. De echo, hemos visto carteles donde ambos monumentos se enfrentan cara a cara, por el fenómeno de las mareas. 

Ha salido el sol y el calor es del todo insoportable. Hay ciervos por todas partes, incluso por el paseo mismo. Los niños siguen alucinando en colores. Al llegar al embarcadero avisamos por teléfono al tránsfer del hotel para que nos lleven las maletas. Embarcamos a eso de las 14:40 hrs. Desde el mismo ferry no podemos dejar de hechar la mirada atrás con gran nostalgia; unos pensando en el torri y otros en… ¡los ciervos!



La tarde la pasamos cogiendo trenes.  El primero nos lleva de la estación de Miyamiguchi a Hiroshima. El segundo nos deja en Osaka (éste es un tren bala). Y el tercero nos deja en Kyoto. Son más de las 18:00 y ya empezamos a estar saturados de tanto transporte; si incluimos los 4 teleféricos de la mañana y el ferry del mediodía suman un total de 8 medios de transporte diferentes. Acabamos pues sacando la bandera blanca y cogiendo un taxi en la estación de Kyoto hasta nuestro alojamiento en el barrio de Gion. Estamos en un apartamento del Kyoto Sanjo Ohashi  Hotel. Los hemos reservado con Booking y la verdad es que tanto por ubicación (en el mismo barrio de Gion y al lado de una estación de metro) como por funcionalidad (nevera, microondas, aire acondicionado, lavadora, 2 camas de 130 cms) es excelente. La relación calidad precio además es muy conveniente.
Acabamos en un restaurante moderno cerca de la zona de Pontocho que dispone de la posibilidad de elegir el menú con una tablet muy visual. Está todo muy bueno aunque resulta algo caro y las raciones son algo justitas. En todo caso nos sorprende de nuevo ver como a los niños les encantan tanto la tempura como los rolls de sushi. Parece que finalmente se han olvidado de los ciervos y ahora se emocionan jugando en el apartamento a diseñar casas en los espacios entre las camas utilizando cojines, mantas, cortinas y lo que se les ponga por delante.

27 de junio de 2019

MIYAJIMA Y LA MAGIA

ENTRE MAREAS, TORIIS Y CIERVOS

La mañana del jueves amanece lluviosa. Pero en la calle sigue haciendo mucho calor. A pesar del tiempo y de que nos espera un desplazamiento largo (tenemos previsto viajar hasta la isla de Miyajima), no renunciamos a nuestro firme propósito de llegar a la estación de Shin Osaka (ahora que ya sabemos cómo va) en metro (nada de taxis por el momento). ¡Y eso que vamos con todas las maletas a cuestas! Los niños se toman los viajes de la mañana como una especie de carrera de obstáculos y nos ayudan (como pueden) a llevar las maletas.
Al llegar a la estación de Osaka decidimos (ahora sí) activar nuestros JR Pass (que compramos desde España). Nos dirigimos a la estación central y, después de un “ratito” (deducimos que aquí no deben estar tan acostumbrados a activarla como por ejemplo en los aeropuertos), nos ponemos en marcha hacia nuestro primer “shinkansen” o tren bala. Como no quedan plazas reservadas no nos quedas más remedio que utilizar los asientos NO reservados. Esto significa que te bajas directamente al andén sin asiento y te pones a hacer cola delante de los espacios asignados a los coches sin reserva. Como estamos en temporada baja no tenemos problema para encontrar sitio. La verdad es que hay espacio de sobras y se viaja muy cómodo. Además el tema de las colas lo llevan muy bien en este país, con dibujos de líneas en el suelo para que todo el mundo siga un orden. El único problema que vemos es que no hay espacio para colocar nuestra maleta grande pero nos cabe de sobras delante de uno de nuestros peques. Tardamos aproximadamente hora y media en plantarnos en Hiroshima. Después nos espera un segundo tren local hasta la estación de Miyamiguchi (de apenas media horita) y llegamos a la estación de los ferrys. El tiempo no acaba de mejorar y lloviznea algo. Ni rastro del sol. Embarcamos ansiosos: en escasos minutos ya podemos ver el torii flotante de la isla y su santuario justo detrás. A esta hora el ferry de ida se desvía unn poco para pasar justo por delante (todo un regalazo). Al llegar al embarcadero avisamos a nuestro tránsfer gratuito del Ryokan reservado (Hotel Kikunoya) y finalmente llegamos a nuestro alojamiento. Toda esta gymcama de medios de transporte nos supone invertir un total de 5 horas. Eso sí, la inversión (como vamos a demostrar) vale la pena.


Una de las imágenes más icónicas de Japón es la del torii flotante. Se trata de una puerta sintoísta construida sobre el mar (cuando la marea está alta) y sobre el arenal de la playa (cuando desciende). La estructura actual (1875) tiene unos 16 metros de alto y un diseño de 4 pilares. Os advierte que ésta es una isla sagrada. Estábamos algo preocupados pues hace una semana que empezado con obras de restauración y está previsto recubrir con andamios los pies del gran torii para a continuación ir cubriendo el resto hasta recubrir por completo el monumento. Y es que la base su base está muy dañada. Se prevé que las obras duren un año aproximadamente. Respiramos tranquilos: efectivamente hemos llegado a tiempo por los pelos pues sólo han podido ocultar apenas un tercio de cada columna.
Justo cuando llegamos al Ryokan nuestros peques se encuentran con una primera sorpresa: un ciervo ha venido a darles la bienvenida. Descubrimos no solamente que éstos se pasean libremente, sino que además son muy mansos y que están acostumbrados al contacto con la gente. Los niños lo pueden acariciar y… ¡ya nos piden llevárselo a casa! ¡Pero bueno! ¡Si acabamos de llegar!





La segunda sorpresa les espera en forma de comida: son más de las 14:00 hrs y la verdad es que estamos con mucha hambre. Encontramos una cafetería especializada en cafés que sirve un único plato del día. Atención: espaguetis con cordero y ostras (las ostras son muy típicas aquí). Entran superemocionados y no tardan nada en rendirle cuentas a sus platos. Nos traen un par que está para chuparse los dedos y de beber los niños se toman un vaso de leche mientras los papis se intentan relajar (difícil con nuestras fieras) con un café (el “iced” con leche está de muerte).
Después de reponer fuerzas nos vamos a explorar los monumentos más importantes de la ciudad, con el santuario de Itsukushima a la cabeza. Junto a la taquilla hay información acerca de la marea; el mejor momento para visitarlo es cuando ésta sube y permite sentir que los pasillos del santuario flotan sobre las aguas (en verdad reposan sobre pilotes). Como faltan un par de horas para que la marea esté en su nivel más alto (prevista a las 17:39 hrs) hacemos un pequeño desvío para explorar 2 estructuras que están al oeste encima de un promontorio, muy cerquita: el pabellón Senjokaku o “de los mil tatamis” y la pagoda Goju-noto. El pabellón es sencillamente espectacular: tiene un amplio espacio interior (no olvidemos que caben mil esterillas de tatami) y unas hermosas vistas tanto de la costa como del santuario de Ikukutshima. Te tienes que descalzar para recorrerlo, cosa que descubrimos que a nuestros niños les encanta; se ponen a pasear por el recinto a su bola, con sus juegos imaginarios. Desde el templo puedes ver la pagoda: data de 1407, aunque el edifico actual es una restauración de 1533. Tiene 5 pisos, mide casi 28 metros de alto y es una de las 5 pagodas de este tipo que todavía quedan en Japón.





Después bajamos directamente al Santuario de Itsukushima para visitarlo. Vemos como la parea está subiendo y empieza a inundar todo el complejo. Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se cree que fue fundado en el año 593, aunque no hay confirmación de su existencia hasta 811. Ha sufrido más de una reconstrucción por culpa de incendios. Es sintoísta y tiene diversos salones. En la parte central te encuentras con una plataforma o escenario para ceremonias desde donde salen sendos pasillos hacia el este y el oeste, todo sobre el agua, y que unen la parte central del santuario con los edificios secundarios. Da una idea de simetría. Desde la plataforma central las vistas del torii son muy hermosas. La estructura de los edificios, pilotes y tejados es muy bonita; su barnizado rojizo ayuda mucho. Por el camino te encuentras un montón de lámparas tradicionales y un precioso puente rojo. La visita la disfrutamos todos un montón. No podemos dejar de hacer fotos. No hay sol pero sí menos calor y poca gente. Hacemos la visita bien tranquilos y sin agobios ni colas.













Volvemos al Ryokan a hacer el check inn (no tenían la habitación a nuestra llegada) y nos vamos a cenar. Recorremos la calle comercial que se sitúa entre el santuario y el embarcadero (la calle Omotesando) y nos encontramos con la sorpresa de que está todo cerrado. Y cuando decimos todo es todo. Empezamos a preocuparnos por el asunto del comer… hasta que finalmente damos con el único restaurante que está abierto en la zona (¿restaurante de guardia?). Cenamos muy bien con un picoteo de tempura de pulpo y gambas, ensalada, almejas en salsa y pescado rebozado. Al salir (son las 19:30 hrs y está oscureciendo) nos dirigimos por la costa hacia el torii flotante para sacarle más fotos y es que la luz está muy bonita.



Regresamos al hotel y nos damos nuestro primer chapuz… perdón baño en un onsen (hay que ponerse serios que esto no es ir a la piscina del hotel). Funciona de la siguiente manera: subes a la habitación y, después de quitarte la ropa, te pones un kimono (¡que monos están los niños!). Te vas al onsen y los chicos se van al masculino y las chicas al femenino. A la entrada tienes un vestuario donde dejas tus cosas y entras en la sala. Allí PRIMERO te das una ducha sentado (te puedes enjabonar) y después ya te puedes meter en el baño (¡el agua está bien calentita!). En nuestro Ryokan hay onsen techado y otro en el exterior aunque nadie te puede ver desde fuera. Yo entro con David en el de fuera y es que como corre el aire hace menos calor. David aguanta poquito, pero va haciendo descansos de un minuto para luego volver a meterse. Oímos las risas de Laura a través de la pared… ¿qué estarán haciendo?


Al subir a la habitación nos da por probar unos momiji manju con los que nos han obsequiado: se trata de unos bollitos con forma de hoja de arce rellenos de dulce. ¡Demasiado dulces! No tienen mucho éxito entre el grupo la verdad…
No tardamos en irnos a dormir aunque esto del baño no es que haya relajado mucho a nuestras fierecillas; es especialmente preocupante el caso de Laura que no para de corretear, saltar y reír todo el rato por la habitación del Ryokan. Está emocionada con la idea de volver a ver ciervos al día siguiente y se pone a dibujar uno en su diario de  viaje. Le decimos que esté tranquila y que mañana podrá ver muchos paseando por el parque de Momijidani. Los ojos se le iluminan. A David también; dice que han trabado amistad con uno y que mañana es posible que se lo vuelvan a encontrar. ¡Dulces sueños!