30 de junio de 2019

EL CASTILLO DE HIMEJI

Nuestro segundo día en Kyoto amanece lluvioso. Pero no esa fina lluvia que suele caer por las mañanas de forma intermitente. Llueve a cántaros de buena mañana y no parece que vaya a parar. Consultamos la previsión metereológica: nos dice que está previsto que deje de llover a eso de las 12:00 hrs. Miramos perplejos el cielo: realmente parece poco probable. Pero decidimos arriesgar. ¿Qué otra opción tenemos? No hemos venido a Kyoto a ver museos, y menos con nuestras fierecillas. Decidimos coger el tren JR y hacer una excursión a Himeji para explorar su castillo. ¡Para chulos, nosotros!
Cogemos el metro hasta la estación de Kyoto; sorprende ver la cantidad de gente que hay a pesar de que son las 09:00 de la mañana de un domingo. En la estación de Kyoto cogemos un tren bala JR que hace escala en Himeji. El viaje dura menos de una hora. Vamos mirando por la ventana durante todo el trayecto: no deja de llover en ningún momento. Sorprende descubrir que Himeji es una ciudad muy grande. Nada más salir de la estación ya podemos verr una calle principal muy larga con el castillo al fondo. Aunque sigue lloviendo mucho y no pensamos desistir en nuestra empresa tan fácilmente, decidimos continuar con nuestra tentativa, sólo que tomamos una calle paralela a ésta que está cubierta, la Otemae Street. Se trata de un boulevard amplio, lleno de tiendas y restaurantes. No somos muy amantes de los centros comerciales, especialmente si estamos viajando, pero con la lluvia que cae es la mejor opción posible. Optamos por pararnos a tomar algo en una cafetería: dentro hace un frío que pela ( qué bien que funcionan los aires acondicionados en este país…) pero el local es amplio, lo tenemos para nosotros solos y… ¡sirven café! Y a Fani se lo tunean ( no puede ser más feliz ).



Nos dan las 12:00 hrs y miramos fuera: ¡la gente ya no lleva paraguas! Salimos de la cafetería y, efectivamente, ha dejado de llover. Nada más salir del boulevard comercial ya damos con una plaza que empieza a llenarse de turistas (debían estar esperando igual que nosotros) y empezamos todos a hacer fotografías como locos de las vistas del castillo. ¡Y eso que está bien lejos!
A medida que vamos acercándonos al castillo se mantiene la mejoría del tiempo; parece que el sol asoma entre las nubes. ¡Vaya suerte la nuestra! Hay poca cola y nos adentramos en el recinto amurallado del castillo en un santiamén. Nos habían dicho que el castillo de Himeji era uno de los castillos más espectaculares de todo Japón y en efecto constatamos que es verdad. Recibe al apodo de “la Garza Blanca”: muchas teorías se han escrito al respecto, pero la que tiene más peso es la relacionada con el color blanco del yeso exterior. Un yeso que, además, no es sólo decorativo sino también ignífugo, algo muy importante si tenemos en cuenta que el castillo fue construido en madera. Empezamos la visita: nada más entrar en el recinto torcemos enseguida a la izquierda y nos metemos dentro de una de las murallas exteriores. Nos hacen descalzar y subir un piso para poder recorrer uno de sus largos pasadizos interiores (esto de caminar descalzos hace siempre muy felices a nuestros niños). El recorrido es una auténtica gozada y nos vamos encontrando con un montón de agujeros o sama en los muros que servían para disparar flechas o lanzar todo tipo de proyectiles sobre los hipotéticos asaltantes. 


Después volvemos al patio exterior y empezamos a adentrarnos en el interior del recinto para dirigirnos hacia la torre principal. El camino es un auténtico espectáculo pasando por un laberinto tanto de puertas como de pasadizos que estaba diseñado para confundir a los enemigos. Poco a poco nos vamos acercando a la torre principal. Las murallas presentan forma de abanico; esta cualidad hacía que fueran muy difíciles de escalar y era un aspecto muy característico de los castillos samuráis. En los techos destacan tejas planas onigawara decoradas con los emblemas de la familia regente (hay hasta 8 emblemas diferentes) y unos hermosos amuletos shachihoko (animal del folclore japonés con cabeza de tigre y cuerpo de carpa que antiguamente se creía que atraía la lluvia para poder luchar contra los incendios).



Y finalmente llegamos al Tenshu o torre principal, la imagen más conocida del castillo. Los niños empiezan a estar algo cansados y es que para llegar hasta aquí hemos tenido que vencer un desnivel importante. Además, empieza a hacer bastante calor. A diferencia del castillo de Osaka, el interior no ha sido modernizado y ni está climatizado ni tienes un ascensor para subir hasta arriba. Con 30 metros de alto, tiene 6 plantas (la primera es subterránea). Hay que descalzarse de nuevo (llevas los zapatos en una bolsa de plástico pues no se sale por el mismo sitio por donde se entra). Hay un recorrido de subida y otro para bajar (con escaleras para cada recorrido). Nos llama la atención la buhardilla del segundo piso con muchos estantes de armas en las paredes. Los pilares centrales de sujeción son imponentes. Finalmente llegamos hasta la última planta desde la que disfrutamos de unas vistas espectaculares de la ciudad desde sus ventanas. Desde aquí se pueden ver de cerca los shachihoko con más detalle. 



Los niños llegan bien, la verdad es que el asalto al castillo ha resultado ser todo un éxito. Les felicitamos y les damos agua. Iniciamos la bajada que es mucho más sencilla. Se portan como unos campeones. Ya en la plaza central, justo enfrente del castillo, exploramos un pozo de agua y tomamos las mejores fotos de la torre principal.




Como se mantiene el sol, decidimos realizar nuestra segunda visita estrella del día: los jardines Koko-en. Son más de las 14:00 hrs y toca comer pero los restaurantes del boulevard comercial están algo alejados y la previsión nos dice que el tiempo cambiará a peor a partir de las 15:00 hrs. Optamos por intentar hacer una visita rápida. Afortunadamente, una vez pasamos por taquilla descubrimos que hay un restaurante dentro y con precios más que razonables; no nos lo tenemos que pensar mucho para decidir entrar. El menú es correcto y, lo más importante, a los niños les encanta (hay tempurita de pescado y noodles). Reponemos fuerzas y nos lanzamos a explorar los jardines con un sol radiante (¡vaya potra estamos teniendo!). Los jardines fueron diseñados en 1992 para celebrar el centenario de la ciudad de Himeji (nosotros pensábamos erróneamente que eran los jardines del castillo) y se trata de un complejo de 9 jardines tradicionales japoneses de gran belleza. El que más nos gusta es el que nos encontramos nada más salir del restaurante y es que durante la comida ya lo habíamos empezado a disfrutar a través de las ventanas. Cuenta con un gran estanque donde hay un montón de carpas y un puentecito que lo atraviesa. Los niños empiezan a desmadrarse y lo recorren a sus anchas: un saltito por aquí… una carrerita por allá… un poco de escondite… ¡y qué bonitas son las carpas! Menos mal que hay poca gente… Los siguientes complejos (están todos muy bien delimitados y pasas del uno al otro atravesando muros) tampoco tienen desperdicio: hay un montón de riachuelos y caminos de piedra por todas partes. Hay un jardín con bonsáis y otro de flores; éste último es especialmente espectacular pues está todo florecido en pleno verano. Finalmente, el último jardín es el de bambú, en el que podemos ver una gran variedad de bambúes de diferentes tipos. Los niños se lo pasan genial durante toda la visita y, para que engañarnos, nosotros también. Y es que hace un solazo que no veas y ya tocaba, la verdad.





Cuando terminamos la visita son más de las 16:00 hrs y damos por terminada nuestra experiencia en Himeji. Volvemos a la estación de tren evitando el boulevard comercial y, por el camino, merendamos. 
Por la noche vamos a cenar al mismo restaurante que las 2 noches anteriores. Y es que entre que estamos cansados y con lo que nos costó aprendernos como funcionaba el menú de la Tablet (el saber también hay que amortizarlo) no tenemos ganas de complicarnos más. La curiosidad del local es que para ir al WC tienes que bajar al sótano: sigue siendo un comedor – restaurante con clientes pero es todo más oscuro. Bajo con David y Laura y nos imaginamos que estamos entrando en una mazmorra del Zelda al inframundo. El ascensor de subida se queda bloqueado (es lo que tiene apretar todos los botones a la vez) pero David lo reactiva utilizando su báculo de hielo. ¡Y es que la imaginación de los niños (papá incluido) no tiene límites!

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