Empezamos
visitando el Castillo de Nijo, un perfecto ejemplo de la arquitectura de los
“castillos palacio” del Japón del período Edo. Efectivamente no es un castillo
al uso (como el que visitamos ayer en Himeji por ejemplo); es más un palacio, aunque tiene un foso y el recinto está amurallado. Fue construido en 1603 como
residencia del primer shogun del período Edo (Tokugawa Ieyasu) y fue utilizado
por la familia Tokugawa desde entonces hasta la abolición del shogunato en
1867. Ahora es propiedad de la ciudad y se puede visitar. La entrada principal
se encuentra al este y tienes que pasar por la impresionante puerta Karamon.
Como llueve bastante en ese momento, todos los turistas que estamos allí con
los paraguas abiertos contemplándola con los ojos como platos. Desde la puerta
y, tras pasar por un patio interior, se llega al palacio Ninomaru. Está
cubierto (nos viene de perlas) y te obligan a descalzarte (ya nos empezamos a
acostumbrar, especialmente nuestros peques). Su principal atracción son las
salas tatami, con techos y puertas correderas de estilo japonés
bellamente decoradas (desgraciadamente no te dejan hacer fotos) y los suelos
de ruiseñor que chirrían cuando uno pasa por encima (hay muchas teorías al
respecto, aunque la que nosotros “vendemos” a nuestros peques era la de que de
esta manera se alertaba de la presencia de intrusos dentro del palacio por muy
sigiloso que fuera el ninja que intentara entrar).
Pasan
varios guías con grupitos de gente, pero uno de ellos habla en castellano y nos
acercamos “un ratito” a enterarnos de 4 cositas: los tatamis están hechos con
tejidos de paja (se emplea para revestir suelos y por norma general tienen una
medida estipulada: 182 cms de largo y 91 cms de ancho). En Japón se emplea como
medida de extensión de un cuarto o salón (como nosotros los metros cuadrados).
Cuando te vas a comprar un piso te viene en número de tatamis. Ahora entendemos
por qué razón se llamaba al pabellón Senjakaku de Miyajima, el de los mil
tatamis aunque no se viera ninguno. Los salones iniciales se empleaban para
recibir las visitas. Por este motivo sus paneles presentan tigres como motivo
de decoración principal: para impresionar a todo aquel que viniera a visitar al
shogun. En estas salas se les desarmaba antes de pasar a la gran sala de
recepción; allí podemos apreciar cómo en el lugar en que se sentaba el shogun
el techo se alza más elevado y hay una pequeña zona donde estaba el niño del
shogun, cerca una puerta corredera. Nos explican que si a alguno de los
visitantes se le ocurría hacer algún gesto que denotara hostilidad, el niño del
shogun tenía como función alertar a los samuráis que se encontraban detrás de
la puerta para que le dieran su merecido. Pasada esta sala ya nos encontramos
con salas más pequeñas residenciales: aquí los motivos decorativos son más minimalistas,
con elementos florales, árboles y aves de todo tipo. Nos explican que en
aquella época no se solía emplear mobiliario: se colocaban los tatamis y poco
más. La visita es muy interesante y tardamos cerca de una hora en hacerla. Al
salir, nos encontramos con la sorpresa de que ha dejado de llover. Aprovechamos
para visitar los jardines que rodean tanto el palacio de Ninomaru como el del
palacio Honmaru (éste último no se puede visitar) y nos tomamos un refrigerio
en una bonita casa de té tradicional que nos encontramos por el camino.
Al
salir nos montamos en un taxi y le pedimos que nos lleve a la zona noroeste de
Kyoto donde nos espera uno de los templos más famoso de la ciudad y visita obligada:
el templo Kinkaku-ji o Pabellón Dorado. Se trata de un templo zen que
tiene la particularidad de tener las paredes exteriores de las 2 plantas
superiores recubiertas con pan de oro. Fue construido en 1397 como villa de
descanso del shogun Ashikaga Yoshimitsu y se convirtió en un templo zen en 1408
después de su muerte. Nos damos cuenta de la importancia del lugar nada más
llegar y es que hay gente por todas partes. A pesar de su belleza intentamos no
perder de vista en ningún momento a nuestros niños y es que con tanta gente
cualquier precaución es poca. Nada más entrar en el recinto del templo nos
encontramos con el estanque llamado Kyoko-chi o Espejo del Agua: está
repleto de islas, piedras y pinos de estilo japonés. Lo más espectacular es poder
apreciar el reflejo del templo dorado principal sobre sus aguas. Al ir
acercándonos, podemos ir viendo con más detalle la preciosidad del templo. La
primera planta no está recubierta por pan de oro y es de estilo japonés con
pilares de madera y paredes blancas. Las 2 plantas superiores si son doradas.
En la cima encontramos una estatua del fénix chino, también en dorado. El
recorrido sigue por la parte trasera del templo hasta acercarte a los jardines
y a algún conjunto residencial aislado, aunque de menor interés.
El
tiempo aguanta y hasta sale un poco el sol. Nuestros niños siguen portándose
como unos campeones, y eso que son más de las 14:00 hrs. Al salir encontramos
un restaurante amplio y con menús tanto para adultos como para niños con precios
correctos. No nos lo pensamos 2 veces. Pedimos uno de los menús de mediodía:
nos lo sirven compartimentado dentro de una especie de bandeja – tocador, donde
encuentras los diferentes ingredientes en estantes distintos. El nuestro
incluye hasta una pequeña cazuela que nos permite hervir la carne. Está todo muy
bueno y nos lo comemos todo.
Dentro
del menú infantil están incluidas las famosas raciones de sopita de miso que tanto
le están gustando a David, con la excepción del poso. ¿Imaginad quién se va
acabando los posos que va dejando David en el fondo de los cuencos?
Ya repuestos decidimos ir andando hasta el siguiente templo (son unos veinte minutos, pero el clima es agradable y la pendiente hace bajada). David hace las veces de guía con la ayuda de mi teléfono y del Google Maps.
Ya repuestos decidimos ir andando hasta el siguiente templo (son unos veinte minutos, pero el clima es agradable y la pendiente hace bajada). David hace las veces de guía con la ayuda de mi teléfono y del Google Maps.
Nuestra
siguiente parada y ya la última (son las 15:30 hrs y los templos suelen cerrar
casi todos a las 17:00 hrs) es el templo Ryoanji. Se trata de un templo
zen, cuyo principal atractivo es su jardín seco o karekansui. Se trata
de uno de los jardines secos más famosos de todo Japón, tiene forma rectangular
y está compuesto por 15 rocas situadas sobre pequeños círculos de musgo
rodeados de arena rastrillada y encerrado por 3 paredes de piedra y la zona de
observación, donde los visitantes nos vamos colocando a mirarlo sentados tranquilamente
(lo de tranquilamente es un decir porque nosotros tenemso a nuestras fierecillas dando saltos por el complejo). Hay muchas teorías sobre el significado del diseño
del jardín y aunque uno no sepa muy bien que se supone que está viendo, la idea
es que uno se quede allí sentado y se deje llevar por la atmosfera del lugar.
Es posible que muchos lo consigan; está claro que nosotros no. El jardín se observa
desde la antigua residencia del monje superior, el Hojo. Para entrar en
ella hay que descalzarse. A nosotros lo que más nos llama la atención del sitio
son los jardines que rodean el templo y su enorme estanque. Sencillamente
espectaculares.
Por
la noche los niños amenazan con llevar a Fani al inframundo del restaurante
habitual. Ésta se rebela y decide cambiar de lugar. Nos vamos al restaurante Komefuku,
situado muy cerca del principio de la calle Pontocho (en su zona norte). Resulta
ser todo un descubrimiento. Pidas lo que pidas está todo buenísimo: la tempura,
el edamame (las judías verdes), la carne, … Mención especial para el sashimi y
la salsa que lo acompaña. Jordi no deja ningún trozo y eso que se pide la
ración grande. La salsa especial que lo acompaña está de cine. Y no veas lo
crujientes y sabrosas que están las ¡patatas fritas! Disfrutamos los 4 y nadie
se acuerda de las aventuras del inframundo. ¡De la que se ha librado mamá Fani!
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