Nos despertamos perezosos ( menos Jordi, que lleva ya más de una
hora despierto ). Para desayunar cereales con leche, croissants y chocolate. Me
falta el café ( una mañana de estas hago que Jordi me baje al Star Bucks de la
esquina a por uno ). Esto es lo menos japonés del día.
Miramos por la ventana; nublado otra vez. No llueve. Decidimos
seguir con lo planeado: visitar Arashiyama. Una vez allí centraremos nuestras energías en el Templo Tenryuji y el bosque de bambú.
Para llegar hasta Arashiyama vamos en metro hasta la estación
central de Kyoto, donde cogemos un tren local JR que nos lleva hasta nuestro
destino ( entra con nuestro JR Pass ) . Como tenemos la estación de metro de Sanjo justo
al lado del apartamento, no nos da pereza movernos. Lo que más nos llama la
atención es que, a pesar de haber cogido ya veces el metro desde esta estación
( que es de las pequeñas según miras el puntito que ocupa en el mapa ), cada
vez que bajamos nos parece distinta. Es como en la peli de Matrix o en la de
Origen, con realidades paralelas y cambiantes.
Estamos seguros: si hay un cataclismo mundial, los que van a
sobrevivir son los Japoneses, con sus ciudades subterráneas, su orden y
meticulosidad y su educación al borde de lo que para nosotros sería
excesiva.
El tren nos deja en Arashiyama en 15 minutos y, desde la estación,
nos encontramos carteles que indican la dirección del Templo.
Al llegar compramos la entrada combinada ( templo + jardines ). No
hay mucha diferencia.
El Templo Tenryuji es el más grande de Arashiyama
y uno de los cinco más grandes de Kyoto. De nuevo la austeridad zen le da un
toque místico. Los jardines que lo rodean son impresionantes ( y en un punto en
concreto pasan de impresionantes a interminables ).
Cuando
ya no podemos más, salimos para buscar un lavabo y acabamos topando con la
entrada al impresionante bosque de bambús y con un puestecillo a pie de calle
donde decidimos comer más tarde ( a un precio mucho más asequible de lo que
hemos comido hasta ahora ). El
bosque es chulísimo, en especial una parte (la más turística y abarrotada de
gente) que concentra una cantidad brutal de bambús.
Después de visitar el bosque paseamos por la zona e intentamos
llegar al puente Togetsukyo. Lo vemos desde lejos y desistimos. Volvemos sobre
nuestros pasos por el bosque de bambú hasta el puestecillo donde paramos a
comer. Por fin probamos el típico okonomiyaki: una especie de
tortilla japonesa cocinada con varios ingredientes ( en nuestro caso sobretodo
vegetales ).
Después de comer volvemos al bosque de bambú ( a una parte más alejada del templo, menos concurrida excepto por los riksaws que pasean a turistas locales y extranjeros ).
Nos llama la atención la cantidad de turistas locales que
vienen, engalanados con sus kimonos, a hacerse fotos. Los peques corren a
sus anchas. No entendemos que después de más de 13km de caminata todavía tengan
energías.
Después del paseo y de jugar a hacernos fotos divertidas nos
merecemos un café. En un pequeño puestecillo conseguimos café y un vaso de
leche para los niños. La señora que nos atiende nos invita a pasar a su pequeña
exposición de imitaciones de pinturas de Van Goh, Klimt, Velázquez y Picaso.
Como reconozco la mayoría de los cuadros me pregunta si soy pintora... en
fin...
Por supuesto que hay muchas más cosas que se podrían hacer en
Arashyama, pero decidimos que por hoy ya ha sido suficiente y volvemos a la
estación. Esta vez nos bajamos en Nijo, acortando el camino de vuelta hasta la
estación de Sanjo en metro. Ganamos tiempo que aprovechamos para comprar
croissants para el desayuno y descansar en casa ( como lo llama Laura ).
Antes de cenar decidimos pasearnos por el distrito de geishas de Pontocho: se trata de una una única calle estrecha y peatonal, que corre paralela al río Kamo, desde la calle Shijö hasta la calle Sanjö. Está considerado uno de los barrios de geishas más importantes de la ciudad. Esta callejuela de 600 metros de largo y sólo 5 metros de ancho está repleta de tiendas, restaurantes, bares y casas de té. Los precios de los locales son muy altos, especialmente los que tienen terrazas con vistas al río. Como se nos dispara el presupuesto optamos por volver a cenar en nuestro querido restaurante Komefuku.
Cuando nos diriginos a casa, oímos música en el río. Laura no puede resistirse a la tentación de querer bajar a escucharla un ratito. Y así acabamos el día, sentados al margen del río, repleto de gente paseando, parejas mirándose, un grupo de japoneses corriendo con linternas y un par de músicos cantando.
Cuando nos diriginos a casa, oímos música en el río. Laura no puede resistirse a la tentación de querer bajar a escucharla un ratito. Y así acabamos el día, sentados al margen del río, repleto de gente paseando, parejas mirándose, un grupo de japoneses corriendo con linternas y un par de músicos cantando.
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