Nuestra
primera parada nos lleva a visitar el templo Kofuku-ji, bastante céntrico. Es
un complejo de varios edificios (llegaron a haber casi 150) donde destaca
especialmente su pagoda de 5 pisos; mide 50.1 metros y es la segunda pagoda más
alta de Japón (justo por detrás de la pagoda Toji de Kyoto, con 54.8 metros).
Es el símbolo de la ciudad (la original fue construida en el año 730 y en el
1426 se reconstruyó). Del resto de edificios del recinto destacan varios
pabellones donde se exhiben tesoros nacionales (no entramos ya que el tiempo
apremia) y una pagoda de 3 pisos en uno de los extremos.
Aunque si hablamos de símbolos, quizá que empecemos por hablar de los ciervos de Nara: aquí son especie protegida pues se consideran mensajeros de los dioses. Ya les habíamos adelantado a nuestros niños que iban a poder verlos, pero lo que nunca pensamos era que estarían moviéndose con total libertad y no sólo por los templos sino también por los parques y calles de la ciudad. Nada más bajar del autobús ya nos los encontramos. Es curioso como interactúan con la gente: se acercan como si nada y vienen básicamente a buscar comida (no olvidemos que no dejan de ser animales salvajes). Hay que ir con cuidado porque si te ven con las galletas que venden en las paradas (son para ciervos y valen 100 yenes) se vuelven locos y van a por ti. Vimos muchas escenas de “persecución” a humanos y el clásico lanzamiento de galletas al aire ara desprenderte de tan preciado “tesoro” y del “marronazo” que supone para el portador. Lógicamente nosotros no las compramos y es que había ciervos con cuernos bien grandes y nos preocupaba que pudieran hacerles daño en la cara a los niños, involuntariamente. De todos modos, ya sea con o sin galletas te puedes acercar a ellos y se muestran en general muy amistosos. Había veces que provocaban la locura de David y Laura dejándose acariciar y que, literalmente, posaban para nuestras fotos familiares.
La visita al recinto templario de Kofuku-ji es más sencilla de lo que nos imaginamos y es que, como los ciervos abundan alrededor de los diferentes pabellones, los niños se entretienen con ellos mientras hacemos la visita.
Aunque si hablamos de símbolos, quizá que empecemos por hablar de los ciervos de Nara: aquí son especie protegida pues se consideran mensajeros de los dioses. Ya les habíamos adelantado a nuestros niños que iban a poder verlos, pero lo que nunca pensamos era que estarían moviéndose con total libertad y no sólo por los templos sino también por los parques y calles de la ciudad. Nada más bajar del autobús ya nos los encontramos. Es curioso como interactúan con la gente: se acercan como si nada y vienen básicamente a buscar comida (no olvidemos que no dejan de ser animales salvajes). Hay que ir con cuidado porque si te ven con las galletas que venden en las paradas (son para ciervos y valen 100 yenes) se vuelven locos y van a por ti. Vimos muchas escenas de “persecución” a humanos y el clásico lanzamiento de galletas al aire ara desprenderte de tan preciado “tesoro” y del “marronazo” que supone para el portador. Lógicamente nosotros no las compramos y es que había ciervos con cuernos bien grandes y nos preocupaba que pudieran hacerles daño en la cara a los niños, involuntariamente. De todos modos, ya sea con o sin galletas te puedes acercar a ellos y se muestran en general muy amistosos. Había veces que provocaban la locura de David y Laura dejándose acariciar y que, literalmente, posaban para nuestras fotos familiares.
La visita al recinto templario de Kofuku-ji es más sencilla de lo que nos imaginamos y es que, como los ciervos abundan alrededor de los diferentes pabellones, los niños se entretienen con ellos mientras hacemos la visita.
Después
seguimos caminando hasta llegar al Parque de Nara (está a 15 minutos). Vamos
dejando atrás la ciudad y vamos viendo como se incrementa la población de
ciervos a nuestro alrededor. Sorprende ver como la
gente no deja de comprar los paquetes de galletas y de “meterse en líos”. Aprendemos
que, además de poder acariciarlos cariñosamente y pasear junto a ellos, lo
mejor es mostrarles a los que vienen en busca de comida las manos vacías (como
diciéndoles: “lo siento, no tengo nada”) y así nos dejan en paz. Nos compramos
unos helados que nos vamos comiendo por el camino.
Nos
vamos acercando a la visita estrella del día: el templo Todaiji. La verdad es
que es difícil explicar con palabras lo que vemos; resulta sencillamente
impresionante y se trata sin dudarlo de una de las visitas más espectaculares
de las que hacemos en nuestro recorrido por Japón. Para llegar a él te
encuentras una gran avenida con una inmensa marea de gente que va o vuelve del
templo; eso ya te da una idea de la importancia del lugar y hace que todavía se
incremente aún más la expectación o “hyppe” de los recién llegados. Lo primero
que nos encontramos en la puerta Nandaimon, un gran portón de madera de
20 metros cobijado a ambos lados por 2 guardianes Nio, 2 estatuas talladas en
piedra y que datan del año 1199. Tanto la puerta como las estatuas son enormes
e imponentes.
Tras atravesar la puerta entras en el recinto del complejo con un patio procesional (repleto de gente por supuesto) que te conduce hasta el salón Daibutsuden o salón del Gran Buda, el salón principal del templo. El salón Daibutsuden, de 56 x 50 x 50 metros, es el edificio de madera más grande del mundo (y eso que el templo ha tenido que ser reconstruido 2 veces por incendios provocados por la guerra; siendo así un 33% más pequeño que el original). Nada más entrar en el interior del salón principal nos encontramos con la estatua de bronce del Gran Buda de Nara. Es tan grande que apenas cabe nada más dentro del templo y, como los pilares que sustentan el techo son tan grandes, no se acaba de poder apreciar entero; digamos que lo vamos viendo a trozos a medida que lo vas rodeando. Tiene una altura de 16 metros, está sentado sobre una flor de loto, está hecho de bronce (en un 90%) y oro y pesa más de 500 toneladas. La escultura que se puede ver en la actualidad es, en realidad, una reconstrucción que data del siglo XVI (fue construido originalmente en el año 751 y, por aquellos entonces, era aún más grande). Junto a él te encuentras 2 estatuas de sus bodhisattva de madera y bañadas en oro (sus asistentes en la búsqueda de la suprema iluminación) y esculturas de madera de sus escalofriantes guardianes. El recorrido por detrás del templo te obsequia con una muestra a escala de 1:50 de cómo era el templo de Todaiji originalmente: el salón era más ancho y profundo y tenía 2 pagodas laterales de siete pisos y 100 metros de alto. ¡Debía de ser impresionante, la verdad!
Llama la atención que unos de los pilares que sustentan la estructura tiene un agujero en su base. Vemos un grupo de escolares y algunos turistas haciendo cola para atravesarlo. Dice la leyenda que el tamaño del agujero tiene las mismas dimensiones que los orificios de la nariz del Buda y que por lo tanto el que logre pasar por él será bendecido con la iluminación. Es bastante estrecho, pero vemos como los niños pasan bien. De todos modos, hay mucha cola y la verdad es que con tanta gente el acto no deja de parecer una mera diversión. Un guía explica que en las grandes ocasiones se realizan actos ceremoniales más oficiosos donde atravesar dicho agujero se convierte en un acto mucho más ceremonial y trascendente.
Tras atravesar la puerta entras en el recinto del complejo con un patio procesional (repleto de gente por supuesto) que te conduce hasta el salón Daibutsuden o salón del Gran Buda, el salón principal del templo. El salón Daibutsuden, de 56 x 50 x 50 metros, es el edificio de madera más grande del mundo (y eso que el templo ha tenido que ser reconstruido 2 veces por incendios provocados por la guerra; siendo así un 33% más pequeño que el original). Nada más entrar en el interior del salón principal nos encontramos con la estatua de bronce del Gran Buda de Nara. Es tan grande que apenas cabe nada más dentro del templo y, como los pilares que sustentan el techo son tan grandes, no se acaba de poder apreciar entero; digamos que lo vamos viendo a trozos a medida que lo vas rodeando. Tiene una altura de 16 metros, está sentado sobre una flor de loto, está hecho de bronce (en un 90%) y oro y pesa más de 500 toneladas. La escultura que se puede ver en la actualidad es, en realidad, una reconstrucción que data del siglo XVI (fue construido originalmente en el año 751 y, por aquellos entonces, era aún más grande). Junto a él te encuentras 2 estatuas de sus bodhisattva de madera y bañadas en oro (sus asistentes en la búsqueda de la suprema iluminación) y esculturas de madera de sus escalofriantes guardianes. El recorrido por detrás del templo te obsequia con una muestra a escala de 1:50 de cómo era el templo de Todaiji originalmente: el salón era más ancho y profundo y tenía 2 pagodas laterales de siete pisos y 100 metros de alto. ¡Debía de ser impresionante, la verdad!
Llama la atención que unos de los pilares que sustentan la estructura tiene un agujero en su base. Vemos un grupo de escolares y algunos turistas haciendo cola para atravesarlo. Dice la leyenda que el tamaño del agujero tiene las mismas dimensiones que los orificios de la nariz del Buda y que por lo tanto el que logre pasar por él será bendecido con la iluminación. Es bastante estrecho, pero vemos como los niños pasan bien. De todos modos, hay mucha cola y la verdad es que con tanta gente el acto no deja de parecer una mera diversión. Un guía explica que en las grandes ocasiones se realizan actos ceremoniales más oficiosos donde atravesar dicho agujero se convierte en un acto mucho más ceremonial y trascendente.
Laura y su amiguito nuevo |
Nuestro último templo resulta ser una auténtica gozada: se trata del santuario Kasuga Taisha. Este santuario sintoísta data del año 768 y se encuentra al pie de las montañas sagradas Kasugayama y Mikasayama, en perfecta simbiosis con el entorno natural que lo rodea. Nos recuerda un poco, salvando las distancias, la visita al complejo Ta Prohm de Angkor en Camboya. Y es que centenares de árboles abrazan las edificaciones del templo. El camino hace subida y está flanqueado por 2000 lámparas de piedra. Como hay un montón de ciervos por el camino la verdad es que a nuestro peques la subida se les hace corta pues se entretienen con ellos.
Una
vez llegas el santuario cambiamos las lámparas de piedra por 1000 lámparas de bronce. Los edificios y sus toriis son muy hermosos, con sus techos
inclinados y su característico color rojizo. La visita es libre, pero hay una
zona de pago (muy recomendable entrar en ella) con mucha menos gente y que te
lleva a la parte interior del recinto desde donde puedes tener una mejor vista
de los edificios que componen el santuario. Además, hay una sala totalmente oscura
dentro donde puedes ver encendidos algunos faroles como si de una pequeña
demostración se tratase. Los faroles sólo se encienden 2 veces al año durante
el Festival de las Linternas, a principios de febrero y a mediados de agosto.
Tras
la visita volvemos por el mismo camino hasta llegar a la parada de autobús más
cercana. Nos bajamos en Naramachi con la intención de merendar algo recorriendo
sus callejones antiguos y sus casas tradicionales, pero entre que todo está
cerrado y no hay ni un alma por allí (son casi las 17:00 hrs) y que empieza a
llover nos volvemos rápido para coger de nuevo el autobus y acabar merendando
en la estación de tren. Cogemos el tren de vuelta y nos plantamos en Kyoto a
eso de las 19:00 hrs. Acabamos regalándonos de nuevo un pequeño festín en
nuestro restaurante favorito, el Komefuku. Nos llama la atención como progresan
nuestros niños con el empleo de los palillos, especialmente David.
El
día termina con el recuerdo de los ciervos de Nara. Y es que para David ha sido un día de “¡ Cosas extraordinarias que sólo pasan en Nara!”.
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