29 de junio de 2022

METEORA: DONDE LAS ROCAS TOCAN EL CIELO

Nuestro viaje a partir de aquí sigue con coche de alquiler recorriendo la Grecia continental. Decidimos alquila el coche en una oficina del puerto del Pireo pensando que a la vuelta nos viene bien para estar cerca del puerto. Pero llegar allí sí nos supone un pequeño esfuerzo matinal. Unas cuantas paradas de metro (con trasbordo incluido) y un recorrido de aproximadamente un kilómetro a pie y cargados con las maletas. Para variar nos encontramos un montón de obstáculos por el camino: aceras estrechas y adoquinadas, solazo y calor. Mucho calor. 

En la oficina no tenemos ningún problema y nos atienden muy bien. Nos dan un Kia Konic nuevecito (tiene 77 kilómetros). El chico de la agencia nos atiende muy bien: el maletero es bien pequeño pero el tío es un maestro del Tetris y nos enseñan como tenemos que colocar las maletas para que todo entre perfectamente. ¡Si es que sobre sitio y todo! ¡Increíble! ¿Alguien pensaba que los videojuegos no servían para nada? Añadimos un alzador para Laura y nos ponemos en marcha de inmediato ya que hoy nos espera un largo viaje hasta el pueblo de Kalampaka, al pie de las colinas de Meteora. El GPS nos da un tiempo estimado de algo más de 4 horas y no es cuestión de entretenerse mucho. 

Salir de Atenas desde el Pireo nos cuesta menos de lo que podía parecer. Y eso que es lunes laborable. Aquí no hay mucho semáforo y no te ceden el paso ni de coña, pero enseguida tomamos la carretera rápida de circunvalación. Al poco ya vamos por la autopista. Nos sorprende que una vez sales de Atenas los coches y la gente desaparecen y las carreteras se quedan desiertas. En la autopista somos cuatro gatos y no tenemos ningún percance hasta Lamia. Una vez rodeas el pueblo, pasas a carretera secundaria y durante aproximadamente media hora subes y bajas un puerto de montaña. Ya es mediodía y el hambre aprieta. Encontramos un restaurante de carretera con camioneros y todo. No hay mas elección. Paramos y realizamos una auténtica comida menú de supervivencia. A David y Laura no le parece tan malo. Será que la comida del cole curte. Pronto hacen migas con un perrito que deambula por la zona. Le dan de comer y beber y se lo pasan en grande con él. Pronto descubriremos que esto va a ser una constante de casi todas nuestras futuras comidas al aire libre; sólo que la mayoría de veces, hay que cambiar a los perros por los gatos.

Reanudamos nuestra ruta en coche: no tardamos en volver a la autopista. Ya no la abandonaremos hasta nuestra llegada a Kalambaka. Allí nos espera nuestro alojamiento: el Monastiri Guesthouse. Un hotel situado cerca de la estación de tren, con unahabitación familiar muy amplia y piscina. ¡Un paraíso!

Dejamos las maletas en la habitación y no tardamos nada en acabar todos en remojo en la piscina. Qué a gusto que estamos. Todo un lujo. ¡Qué bien que se lo pasan los niños! Y de Fani ni hablar: después del estrés de salir Atenas y con coche de alquiler nuevecito, ha llegado su momento de relax. Hace solete y las hamacas son muy cómodas.

Kalambaka es un pueblo que descansa en la ladera de las colinas de la región de Meteora. Las vistas de las montañas desde el pueblo son espectaculares. Está orientado al turismo y tiene un montón de tiendas de recuerdos, alojamientos turísticos y de restaurantes. 

Decidimos cenar en el restaurante Meteora, casi al final de la calle principal del pueblo. Los niños se ponen las botas con unas albóndigas con tomate que están de rechupete. Los papis comparten ensalada griega y cordero guisado. Todo muy bueno. Y nos regalan el postre: ¡sandía! Muy recomendable.

El hotel queda un pelín alejado del centro y tenemos que cruzar la estación y las vías de tren. Como llevamos linterna, los niños se lo pasan genial guiándonos.

Al día siguiente nos levantamos emocionados. Llega unos de los días más esperados del viaje. Y es que recorrer las montañas de Meteora y explorar sus monasterios es todo un sueño viajero. Desayunamos bien en el hotel. Lo mejor: el yogur griego. Sencillamente espectacular.

Para llegar a las montañas, empezamos a subir con el coche por la ladera de la cara oeste. Pasamos por el pueblo de Kastraki, más pequeño que el de Kalambaka. La carretera es ancha y está en muy buen estado. Los temores de Fani se acaban pronto: conducir por la zona va a ser más fácil de lo esperado. Quizá lo peor sean las zonas de aparcamiento, pero todo y eso, nos apañamos bastante bien. Nuestro primer objetivo es llegar al Gran Monasterio de Meteora, el más grande. Hay que ir con cuidado cuando vas a explorar la zona ya que te puedes encontrar alguno cerrado ( hoy, miércoles, sólo cierra el de Roussonou). Hay 6 visitables en total. Cada día cierra uno. Llegamos a eso de las 09:15 hrs y tenemos que esperar un poquito ya que abre a las 09:30 hrs. Aprovechamos para hacer un montón de fotos y de imaginarnos como carajo consiguieron edificar el monasterio en lo alto de la colina. Una auténtica pasada. Lo más espectacular es ver las cestas con las que suben personas y/o provisiones. Afortunadamente nosotros podemos subir por escaleras. El sol y el calor aprietan a esas horas, pero no hay mucha gente y podemos recorrer el monasterio sin grandes agobios. Este es el más grande de todos y el más chulo de recorrer. La capilla no tiene desperdicio, con unos frescos bizantinos muy restaurados y con colores muy vivos. En ellos se escenifican a muchos mártires padeciendo muertes atroces a mano de los romanos. Tampoco se quedan atrás los demonios del infierno dando buena cuenta de los infieles. Nos parece muy explícito, quizá demasiado. Los niños se quedan mirando los frescos algo sorprendidos, especialmente Laura. En Sri Lanka nos pasó algo similar, aunque entonces los niños eran más pequeños.









Esa mañana visitamos otros dos monasterios. Ya sabéis que nosotros cuando nos ponemos, pues nos ponemos en serio. El segundo que exploramos es el de Varlaam. Nos parece también imprescindible. La zona exterior es espectacular, con un mirador con unas vistas de impresión. La capilla es más pequeña, aunque también tiene frescos restaurados. Tampoco dejan hacer fotos dentro de la misma. Tiene un museo pequeñito muy interesante con litografías de la segunda guerra mundial y del papel que jugaron los griegos en Meteora resistiendo al ejército alemán y subiendo tropas y munición a lo alto de las montañas. Para entrar en los monasterios hay que recordar que hay que llevar los hombros tapados y pantalón largo (debe cubrir rodilla como mínimo). La entrada cuesta 3 euros por adulto (los niños entran gratis).







El tercer monasterio que decidimos visitar es el de la Santísima Trinidad (Holly Trinity). Son más de las 13:00 hrs del mediodía y tenemos los niños al borde de - yo de aquí no me muevo -, pero resulta que mañana estará cerrado. Toca soborno: “tendréis tarde libre, piscina y pantallas”. Aceptan a regañadientes. Está en lo alto de una colina de caliza y lo que vale más la pena son las vistas desde la carretera y desde el mismo monasterio. Llegar a la entrada supone un gran esfuerzo (150 escalones a estas horas pasan factura a todo el mundo). Pero lo conseguimos. La capilla es más pequeña que los dos monasterios previos y no está restaurada. Las vistas desde lo alto de las colinas circundantes y del pueblo de Kalambaka  valen el esfuerzo de subir. Es en este monasterio donde se rodaron las escenas de la película “Sólo para sus ojos” de James Bond (Roger Moore). Por la tarde repasamos las escenas y damos fe de ello.



Bajamos cansados y con hambre, pero todavía flipando. No sabemos qué nos ha gustado más: si las vistas panorámicas de las colinas y los monasterios o las visitas a los propios monasterios. Un “must” de Grecia, sin lugar a duda.

Comemos en un restaurante – cocktelería del centro porque no tenemos ganas de buscar mucho. La pasta que nos pedimos está muy buena y el tubo de cerveza fría de medio litro que se pide Jordi ni os contamos. El postre lo tomamos en una heladería del centro: helados al gusto, crèpe de chocolate y café. Y después acabamos todos en remojo en la piscina del hotel. Lo prometido es deuda.

El día nos depara una última experiencia. Nos han recomendado ver la puesta de sol desde uno de los puntos panorámicos de Meteora, la “Sunrise Rock”. Cuando llegamos ya hay gente en el mirador, pero todavía llegará mucha más mientras esperamos. La zona no está habilitada con barandillas ni nada por el estilo. El mirador son las propias rocas y salientes de la ladera. Nos acercamos con cuidado, pero vamos viendo que no es tan peligroso como parecía a simple vista. Eso sí, nada de hacer el burro y tomar selfies sin mirar atrás. Vemos algún turista que se acerca peligrosamente (la gente puede llegar a ser muy inconsciente) aunque afortunadamente no pasa ninguna desgracia. La puesta de sol se hace esperar un poco, pero es muy chula desde el punto que escogemos. Hemos tenido suerte: no hay ninguna nube. David y Laura no pierden detalle. Laura lleva su cámara en la mano: al menos por un día, no sólo la utilizará para fotografiar gatos o perros. Ha sido un día muy especial.








28 de junio de 2022

ATENAS Y EL SOL

25 de Junio del 2022

Este año hemos decidido viajar a Grecia. No negaremos que hubo debate; como casi siempre. Esta vez ya contamos con la opinión de nuestros peques. Las razones por las que al final optamos por viajar a Grecia fueron que ya tocaba un viaje más corto “de lo habitual”, venimos de restricciones COVID (no estábamos seguros de como estaría la situación en el momento de diseñar el viaje) y también pesó mucho el argumento gastronómico. Al final ganó Grecia. Y de calle. 

Empezamos el viaje tras celebrar Sant Joan con nuestros cuñados y primos. Fue divertido. Con COVID y todo merodeando muy cerca.

Después de un día de locos preparando maletas y billetes nos ponemos en marcha. Madrugón y coche hasta el aeropuerto. Nos cuesta un poco aparcar a pesar de la reserva y es que sólo quedan plazas libres en la última planta. Vamos un poco preocupados con el tema de las colas y las esperas; hay algunos operadores que hacen huelga y hay viajeros por todas partes. Pero todo va de cine: facturamos las maletas en un santiamén (sin colas) y pasamos el control de seguridad en apenas quince minutos. Al final nos sobra tiempo para tomar un pequeño desayuno en la terminal y relajarnos un poco.

El vuelo a Atenas dura unas 3 horas. Tocan pantallas para los niños y lectura didáctica para los papis. A parte de la típica guía del país, vamos con un especial del National Geografic sobre ruinas y templos más que recomendable para ir algo empollado. No podemos dejar pasar la oportunidad de aprender. 

A nuestra llegada a Atenas nos espera un tránsfer que teníamos reservado hasta nuestro alojamiento en la capital. El traslado dura una media horita y el chófer no para de hablar y de hacernos preguntas sobre nuestro viaje y de tocar la pantalla táctil del coche. Nos da muchos consejos.

Nos alojamos en los Athens Square Apartments, situados algo alejados del centro histórico. Son lo mejor que pudimos encontrar a un precio razonable. Descubrimos rápidamente que el emplazamiento es mejor de lo que nos pensábamos: tiene parada de metro a 5 minutos a pie y en una o dos paradas (según donde vamos) nos plantamos en el meollo de Atenas. Está muy cerca del funicular que asciende a la colina Lykavettos y tiene cerca una encantadora plaza con restauración abundante y algún super. Los apartamentos son espaciosos y disponen de cocina, lavadora y aire acondicionado. Nos alojamos un total de 3 noches.

Pasamos por un super para hacer provisiones sólo de desayunos, meriendas y agua. No tenemos la intención de liarnos a cocinar; estamos de vacaciones y en teoría en Grecia los precios no deberían ser tan altos como en otros países. Ya veremos.

Después de merendar decidimos aprovechar el tiempo y, lejos de quedarnos apalancados en el barrio, decidimos subir al mirador de la colina Lykavettos. Las protestas de los niños no se hacen esperar, pero no queda otra. Sólo estaremos tres días en Atenas y hay que aprovechar el tiempo. Para subir al mirador hay que coger un funicular que te sube en apenas 10 minutos. El problema es que para llegar al funicular hay que subir un buen tramo de escaleras. Menos mal que se nos ha ocurrido hacerlo a nuestra llegada a Atenas: vamos frescos (seguro que cualquier otro día nuestros peques nos la lían).

Cuando llegamos al mirador nos sorprende descubrir que el espacio es bastante limitado. Nos lo imaginábamos diferente, pero entre la propia estación del funicular, el restaurante panorámico y la iglesia que hay en la cima estamos todos muy estrechos. Y hay mucha gente. Y mira que subiendo parecía que íbamos a estar en familia porque no se veía mucho turista…

Conseguimos hacernos un sitio y tomar unas cuantas fotografías de la ciudad. La verdad es que es desde lo alto del mirador que nos damos cuenta de lo grande que es Atenas. Hay edificios y calles hasta donde te alcanza la vista. Reconocemos lugares históricos, como la Acrópolis, y al fondo el mar Egeo. En la iglesia están bautizando un niño. Bajamos un tramo de escaleras (se puede subir a lo alto de la colina a pata) y descubrimos que podemos disfrutar de unas vistas similares sin tanto gentío.

De vuelta el hambre aprieta. Nos encontramos con un montón de restaurantes en la misma calle que baja desde la parada del funicular. Nos decidimos por uno de pescado para estrenarnos con la cocina griega. Nos sale un pelín caro pero la comida está buenísima: ensalada griega, sopa de pescado, cazuelita de gambas y lubina a la plancha. Regresamos al apartamento entre risas. Y es que con la panza llena y en bajada, todo se ve más sencillo.

26 de Junio del 2022

Decidimos no madrugar. Tras desayunar en el apartamento, pillamos el metro. El billete sencillo cuesta 1.20 euros y te da derecho a viajar 90 minutos seguidos. Es muy fácil desenvolverse en Atenas con él. En un santiamén nos plantamos en el barrio de Monastiraki. Nuestro objetivo de la mañana es el Agora antigua. Parece sencillo llegar hasta ella, pero resulta que nos liamos y damos una vuelta del copón. No se si es por el dichoso GPS (que a veces juega malas pasadas), por seguir a unos grupos de turistas (que parecía que iban allí) o por el calor que hace ya a esas horas. Pero el caso es que estamos venga a andar y pasamos por diversas ruinas, pero ninguna corresponde a las del Agora antigua. Al fondo no dejamos de ver la Acrópolis en lo alto de una colina (la visitaremos mañana). Cuando finalmente damos con el recinto del Agora antigua resulta que no aparece la entrada. Más vuelta. Por el camino los niños empiezan a rebelarse; menos mal que damos con un puestecito de helados; la parada técnica nos sienta de maravilla. Y finalmente encontramos la entrada al recinto. ¡Y mira que era fácil!

Descubrimos que en Atenas si eres ciudadano de la Unión Europea y tienes menos de 25 años, entras gratis. Sólo pagamos entrada los adultos (10 euros cada uno). El Agora de Atenas era un lugar donde había edificios del consejo, tribunales, templos de adoración y un sinfín de calles por donde debía haber mucho ajetreo por allá 600 a. C. Es aquí donde nació la democracia. El recinto conserva numerosas ruinas, pero es difícil hacerse una idea de como era. Suerte de las maquetas que nos encontramos en el museo que tienen en el edifico de 2 plantas que hay en la zona oriental: la Estoa del rey Átalo de Pérgamo. Fue reconstruida en 1950 a partir de los cimientos originales y materiales antiguos. Exhibe maquetas, estatuas, textos y también pinturas de diversas épocas. Recorremos el museo aprovechando la sombra que hay para reponernos de la soleada que tenemos. Los niños se divierten haciendo fotos y explorando la zona. A Laura le hacen mucha gracia las estatuas con las partes nobles al aire.

De la visita al Agora destaca el templo de Hefestión, el mejor conservado del lugar. Data del siglo 449-440 a. C. No hay mucha gente a esas horas y lo rodeamos un par de veces (no se puede entrar dentro). Los niños se quedan sentaditos a la sombra de un árbol hablando de sus cosas. También nos llama mucho la atención una estatua que simboliza un encuentro entre Sócrates y Confucio (del 2021 y procedente de China). Es un encuentro imposible, aunque por poco: Confucio 551-479 a.C y Sócrates 469-399 a.C.

Tras la visita nos ponemos a patear las calles de los barrios de Monastiraki y Plaka. Son calles bastantes estrechas y están muy animadas. A pesar de ser domingo están todas las tiendas abiertas y hay vendedores y turistas por todas partes. Muy interesante a estas horas quedarse en los rellanos de las joyerías y las tiendas de ropa para recibir el frescor de los aires acondicionados. Los niños se ven algo más animados; nos enredan para comprarles un par de llaveros muy molones de una tienda con muchas cosas manga, salida del mismo Japón.

Acabamos comiendo en la Plaza Mitrópoli. Es muy amplia y da inicio al barrio de Plaka. Allí están la enorme catedral Mitrópoli y, a un ladito, la Mikri Mitrópli bien pequeñita pero preciosa (la Pequeña Catedral, del siglo XII). Entramos en la segunda a echarle un vistazo.

Comemos en una cafetería de la plaza. Nos sentamos en una de las mesas de la terraza. Da la sombra y tiene unos enormes ventiladores. David le pregunta a la camarera en inglés que le recomienda para comer y ésta le contesta (algo sorprendida) que depende de lo que le apetezca. Pedimos albóndigas para los peques y los papis nos repartimos una ensalada griega y nuestro primer gyro de pollo (riquísimo: la carne viene laminada y bien tiernecita y te la acompañan de cebollita, tomate y una salsa muy suave de yogur que está para chuparse los dedos).

Después de comer caminamos un ratito por el barrio de Plaka pero la verdad es que hace tanto calor que nos cuesta bastante. No tardamos en decidirnos a entrar al Museo de la Acrópolis. No es que seamos mucho de museos (y menos con los peques) pero este está en nuestra lista de imprescindibles:

-          primero porque el edificio es una auténtica pasada: moderno, luminoso (con unos enormes ventanales) y todo muy bien expuesto (sin agobiar con las piezas pequeñas y con salas temáticas de los edificios de la Acrópolis)

-          segundo porque se tuvo que construir sobre las excavaciones de un asentamiento cristiano primitivo. Es muy curioso empezar o terminar la visita bajando al sótano y recorriendo el yacimiento por las pasarelas. Nosotros lo hacemos al acabar la visita. El video que te proyectan y que te explica cómo tuvieron que apañárselas para combinar las excavaciones con la construcción del museo es muy interesante

-          tercero porque mañana queremos visitar la Acrópolis y es muy chulo ver las maquetas para hacerte una primera idea de lo que te espera. Nosotros recomendamos visitar el museo primero. Aprendimos mucho

-          cuarto porque no deja de ser un museo donde pasar un rato entretenido y refrescante (¡cómo nos encanta el aire acondicionado!)

De la exposición nos llaman la atención muchas cosas. La verdad es que las piezas, las maquetas y las esculturas expuestas son muy chulas. Destacan las cariátides: son las estatuas originales que sostienen el porche del Erecteión. Hay 5 de un total de 6 (la sexta está en Londres y le guardan su sitio original por si alguna vez regresa a Grecia). En la planta superior están los frisos y las metopas del Partenón. Son las originales, desmontadas y colocadas aquí para su conservación. La sala es impresionante porque la colocación de las piezas respeta su ubicación en el Partenón. Las metopas de la Centauromaquia y los frisos incompletos de los pórticos son espectaculares.

Pasamos casi 2 horas dentro. Los niños no pierden el interés hasta el final. Cuando llegamos a la planta más alta, la de la exposición del Partenón, se sientan en uno de los bancos a esperar que acabemos la visita. Por cierto, imposible no sorprenderse con las vistas de la ciudad al mirar por los enormes ventanales de la sala.

Al terminar son más de las cinco de la tarde y decidimos volver ya para el alojamiento a descansar. Aprovechamos que estamos al lado de la Acrópolis para comprar las entradas del día siguiente y ahorrarnos así la cola de mañana (por la tarde hay poca gente, pero lo niños están reventados…). Son 20 euros cada adulto (los peques siguen entrando gratis).

Después de merendar y descansar un rato, todavía nos quedan fuerzas para ir caminando a echarle un vistazo a la plaza Sintagma. Allí hay mucho ambiente: hay mucha gente en la plaza, un concierto de música pop y hasta una pequeña manifestación (vemos más policía que manifestantes). Nos sorprende que siendo cerca de las 21:00 hrs haya tanta gente y tanto coche. En Atenas la vida no se detiene ni en domingo por la tarde.

En la plaza está el Parlamento griego y justo delante llegamos a tiempo de ver un par de miembros de la Guardia Nacional patrullando delante de la tumba del soldado desconocido. Es muy curioso verlos con sus famosos uniformes de falda escocesa y enormes zuecos. Se mueven de forma sincronizada. Laura los graba con su móvil, divertida.

Como es tarde y no queremos liarnos más, acabamos cenando de nuevo en la calle del funicular a Lykavitos, la calle Plotarchou. Esta vez nos sentamos en un pequeño local con mesitas en la calle donde nos sirven unos pinchos de carne muy ricos. Los acompañamos de pan, ensalada griega y patatas fritas. Comemos a buen precio. El local sirve comidas para llevar: sorprende de nuevo ver que, aunque sea domingo y más de las 22:00 hrs, la gente no deja de pasar a recoger los pedidos. Lo dicho, en Atenas la vida no se detiene nunca.

27 de Junio del 2022

Hoy es un día especial. Uno de esos que están marcados en el calendario del viaje. Hoy toca visitar la Acrópolis. Ya tenemos las entradas compradas y nos sabemos la ruta de memoria (ayer ayudó mucho visitar el Museo). Todo está listo. Nada puede fallar. ¿Nada? Bueno… Si pones el despertador a la hora de España pues resulta que al final te levantas una hora tarde. Que se le va a hacer. “Nadie es perfecto”.

La Acrópolis es uno de los conjuntos arqueológicos más famosos del mundo y nosotros no nos lo podemos perder por nada del mundo. Empezamos la visita cuando son algo más de las 09:00 hrs. El calor y el solazo empiezan a apretar bastante. Como el complejo está sobre una colina, toca subir. Los niños están algo desanimados, pero se portan como unos campeones. Tiene mucho mérito hacer la visita a casi 40 grados, con grupos de turistas por todas partes y con escasez de sombra. Llevamos mucha agua, aunque hay surtidores disponibles para rellenar. Cerca del Partenón hay WC.

La primera parte es “algo sosa” por decir algo. Empiezas el ascenso pasando por los restos del teatro de Dionisios y algunos santuarios, pero hay demasiada ruina. Es difícil hacerse una idea de cómo era el lugar. La cosa sí se empieza a poner interesante cuando llegas a la zona del Odeón de Herodes: está restaurado y actualmente se usa para conciertos al aire libre (de hecho, están preparando uno). Las vistas del templo desde lo alto y de la ciudad al fondo son muy chulas. Después la visita ya no tiene desperdicio alguno. Entras en la Acrópolis por los Propíleos que ya se conservan muy bien. Nos recuerdan las columnas de los templos de Egipto, aunque sin grafitis; aquí pasas por unas pasarelas y tienes un recorrido del que no te puedes salir. Se entiende perfectamente que sea así y es que los turistas podemos ser terribles.

Tras entrar en el recinto principal de la Acrópolis nos encontramos ya con el plato fuerte de la visita: el Erecteión a la izquierda y el Partenón a la derecha. Hay gente por todas partes y hay que tener paciencia tanto para recorrer el recinto como para tomar buenas fotografías. El Partenón es muy chulo, aunque sólo puedes rodearlo (no puedes pasar por dentro). El pórtico de la cara oeste está en reformas. No así el de la cara este, donde tomamos buenas fotos.  Nos gusta más el Erecteión: con sus cariátides (son réplicas) y su construcción a diferentes niveles. Un simpático gato que descansa en los escalones del pórtico principal hace las delicias de David y Laura (y para qué negarlo, también de los adultos). Se lleva unas cuantas fotos y las miradas de envidia de todos: ¡ojalá pudiéramos recorrer el templo a nuestras anchas como este afortunado felino!

El recinto superior es una pasada. No puedes dejar de mirar con la boca abierta a todas partes mientras te intentas imaginar como debía ser hace 2500 años la vida allí.

Se sale por donde se entra. Al llegar a los Propíleos vemos muchos grupos organizados de turistas haciendo cola para salir. Decidimos resguardarnos a esperar en uno de los pocos lugares con sombra que quedan cerca del Templo de Erecteión (son más de las 11:00 hrs y el sol está muy alto). Bebemos agua y nos repartimos unas almendras que llevábamos. Al cabo de un rato la cola es un poco más pequeña y nos añadimos para salir de forma ordenada. Esta vez salimos de la Acrópolis por una salida de la cara oeste. Ya más tranquilos y sin gente alrededor bordeamos la colina desde la calle.





Acabamos en la terraza de una cafetería que hay delante de la Acrópolis y de la parada de metro. Toca descansar. Zumo de naranja y crepe de chocolate para Laura. “No se si luego podré comer papi, pero está muy buena”.

Volvemos a meternos en el barrio de Plaka a callejear un rato aprovechando la sombra y los aires acondicionados de las tiendas. Intentamos enredar a Laura para comprarle un vestido típico griego, pero no cuela. Hay muchas tiendas, pero a diferencia del barrio de Monastiraki, aquí no hay tanta sensación de mercadillo cutre: hay más tiendas de artesanía local. Nos salimos del barrio para echarle un vistazo desde calle tanto al arco de Adriano como al Templo de Zeus Olímpico que está en ruinas (debió ser muy impresionante porque el espacio es enorme y ahora sólo quedan 15 de las 104 columna corintias originales).

Acabamos comiendo en una terraza de un restaurante del barrio de Plaka. La mesa está bien sombreada y ventilada y reponemos fuerzas con unos sabrosos gyros de pollo y cerdo los papis y un buen plato de pasta los peques. Laura nos enseña las fotos que ha hecho y nos hace unas muy divertidas. Nos damos cuenta de que David está mucho por ella desde que empezó el viaje: suelen hablar de sus cosas y bromean mucho entre ellos. Así da gusto verlos.


Después de comer seguimos callejeando un rato. Por pura casualidad pasamos por la Mansión Benizelos, que anuncian como la más antigua que se conserva en Atenas. Entramos a visitarla: es una casa aristocrática de estilo otomano que data del siglo XVII. Te explican que una de las hijas de la familia escogió una vida monástica y acabó beatificada como Santa Filotea.


Acabamos el día con una sorpresa para los niños. Llevamos todo el día jugando a hacernos los misteriosos.. Hemos decidido hacer una visita por el Museo de las Ilusiones. El mueso te propone una visita interactiva por sus 2 plantas que es de lo más interesante. Los niños experimentan con todo (y los papis también). Es algo pequeño, pero da para pasar una hora entretenida en familia: salas inclinadas, ilusiones con espejos, sonidos, habitaciones boca abajo, túneles… Muy recomendable. Hasta un juego de mesa a lo Tetris de esos que hay que estar un buen rato para hacerlo: al final David y Jordi lo consiguen terminar juntos. Es todo muy divertido y los niños se lo pasan genial.

Volvemos al alojamiento en metro y descansamos un rato. Esta vez no nos liamos con la cena y decidimos ir a un restaurante llamado Oróscopo que tiene buena reseña en Internet y que está a 4 minutos caminando. Acabamos en una bonita plaza con varios restaurantes. En el Oróscopo nos tratan como reyes: a parte de los sabrosos platos principales de arroz y carne que compartimos con los peques, nos obsequian con unas cremas de verdura y unos postres de chocolate. Nos ponemos las botas y, lejos de lo que podía parecer por el local (muy elegante), a buen precio. Muy recomendable.

Nuestras aventuras en Atenas terminan aquí. No tenemos más días. Como siempre los hemos intentado aprovechar al máximo. Nos vamos con la sensación de que la ciudad tiene mucha vida y muchas cosas por visitar. ¡Esto es todo chicos!