4 de julio de 2019

KYOTO INTERMINABLE

Nuestro 5º día en la ciudad exploramos el Santuario de Fushimi Inari, situado al sur de la ciudad de Kyoto. Para llegar hasta él, utilizamos la misma línea de trenes JR que el día anterior para ir a Nara, sólo que en lugar de coger el Rapid hay que coger el Local ( cuidado, el Rapid no tiene parada en el término municipal de Inari).
Inari es el dios del arroz, el patrón de los comerciantes. Esto explica por qué motivo el santuario tiene tantos toriis: son donaciones de los comerciantes que ponen sus nombres o los de sus negocios en los torii para que el dios Inari les sea propicio. Y es aquí donde nos encontramos una de las grandes atracciones del lugar: los torii se encuentran a miles, uno detrás de otro, por sus 4 kms de caminos. Están tan juntos que casi parecen formar un pasadizo techado. Recorrerlos es una experiencia sencillamente espectacular.

Lo que no sabemos antes de llegar y resulta una verdadera sorpresa es que, como el santuario se encuentra a los pies de la montaña, los toriis están colocados de tal manera que “techan” muchos de los senderos que te llevan hasta su cima. Cuando empiezas a caminar el recorrido es bastante plano y accesible para todo el mundo ( por este motivo están abarrotados de gente), pero a medida que empiezas a ascender por la ladera de la montaña y que la cosa se pone cada vez más difícil (con desniveles más importantes) la gente empieza desaparecer. 






Otro de los puntos a destacar es que mientras en su base es la propia ciudad de Inari la que envuelve el santuario, a medida que asciendes es el propio bosque el que abraza los senderos y sus incontables torii. Nos recuerda nuestra experiencia en el santuario Kasuga Taisha del día anterior. La naturaleza abraza las construcciones humanas en una perfecta simbiosis.

En la base del santuario están sus estructuras principales. Lo primero que nos encontramos es la puerta Romon que da acceso al santuario. Después llegamos al salón principal Honden, donde están consagradas las 5 deidades del monte Inari (sus decoraciones son coloridas y dinámicas en un estilo que ya hemos visto en muchos otros templos de Kyoto). Nos vamos encontrando varias estatuas de zorros o kitsunes flanqueado pasillos y puertas de acceso: simbolizan a los mensajeros del dios Inari. A menudo suelen tener una llave en la boca, que representa la del lugar donde se guarda el arroz y, por lo tanto, la riqueza.

Tras explorar el recinto principal intentamos el ascenso con los niños a la cima del monte. Tras más de una hora de intentona conseguimos llegar a una zona intermedia con unas vistas muy bonitas de la ciudad de Kyoto donde muchos de los turistas que intentan el ascenso se paran a descansar y a tomar un refrigerio. Por el camino dejamos atrás centenares (por no decir miles de torii). Hace calor y los niños están muy cansados a punto de montar una rebelión (los últimos tramos de escaleras Laura los hace ya subida a caballito mío). Miramos un mapa: ¡sólo estamos a la mitad! Después miramos los tramos de escalinatas que están por venir: la cuesta es muy pronunciada. Optamos por desistir, como muchos otros turistas que nos acompañan. Fani conversa con unos turistas españoles, que llegan en el instante en que decidimos iniciar el descenso: “¿Qué hacemos? ¿Subimos o no? Falta más de la mitad, tíos…” dice uno de ellos mientras mira el mapa. A lo que Fani contesta: “¡Uy! Nosotros hemos decidido darnos la vuelta con los niños. ¡Ya no podemos más!”. Se quedan mirando a Fani y nuestros niños con cara de estupefacción y después los unos a los otros. Sin decirse nada, se ponen a subir. Normal… ¡No vas a pararte hasta donde han llegado unos niños de 6 y 8 años!
La bajada no tiene nada que ver con la subida; en apenas 10 minutos llegamos a la base. ¡Con lo que nos había costado subir!


Como son casi las 14:00 hrs, optamos por volver en tren a la estación de Kyoto para comer allí. Encontramos un restaurante de pasta donde recompensamos el esfuerzo de nuestros niños con un platazo de espaguetis. ¡Las sonrisas vuelven pronto a dibujarse en sus caritas!

Hacemos una gestión de chek in de alojamiento; en efecto hemos decidido prolongar nuestra estancia un día más en Kyoto y el apartotel donde estamos no tiene habitación disponible para nosotros. Nos hemos buscado otro muy cerca para no tener que cargar con las maletas, pero las oficinas donde se gestionan las reservas están en la 5ª planta de un edificio próximo a la estación de Kyoto. Hacemos las gestiones de rigor, pagamos la consabida tasa turística y nos dan las instrucciones de acceso. Por cierto, como el antiguo alojamiento no puede guardarnos las maletas, decidimos utilizar por primera vez las taquillas que hay repartidas en las estaciones de tren o metro de todo Japón. Usamos las de la estación de metro de Sanjo. El sistema es muy fácil de usar y, además, las hay enormes; nos caben todas las maletas en una sola taquilla. Tras pagar (1000 yenes) la máquina te da un tícket con un código QR que te permite abrir la puerta para cuando quieras recuperarlas. Superpráctico. 

Como todavía nos queda tarde por delante, cogemos un taxi y nos plantamos en un santiamén en el templo de Kiyomizudera en la zona sureste de la ciudad. Para llegar hasta él tienes que subir por una calle peatonal, cuesta arriba llena de tiendas y abarrotada de turistas. Nos llama la atención que hay muchos japoneses por la zona engalanados con sus kimonos (hasta familias enteras) que suben al recinto templario. Pero es que también vemos turistas occidentales con los mismos kimonos (los habrán alquilado) y no les quedan tan bien. Queda como raro (parece que vayan disfrazados).






Las primeras edificaciones del recinto son muy chulas, especialmente la majestuosa puerta roja Niömon o puerta Deva. Es una puerta de 10 metros de ancho y 5 de profundidad de madera de ciprés. Vemos 2 leones-perros (koma-inui) que protegen la entrada del templo. Muy cerca hay otras puertas, una pagoda de 3 pisos, diversos salones, la torre de la campana y la zona de abluciones o temizuya que ya hemos encontrado en muchos otros templos y que sirve para purificarse las manos y la boca. Hasta aquí la entrada es libre, pero para poder acceder a su famoso templo principal Hondo (el de las fotos) ya tienes que pasar por taquilla. Es conocidísimo por su gran balcón de 13 metros de alto y sostenido por centenares de pilares de madera de zelkova de Japón colocados de manera tradicional y sin haberse usado ningún clavo en su construcción. Nos encontramos con la desagradable sorpresa de que se están llevando a cabo obras de remodelación; esta vez no tenemos tanta suerte como con el torii de Miyajima y nos encontramos el salón principal del templo TOTALMENTE cubierto con una lona. Afortunadamente (el que no se consuela es porque no quiere) puedes visitar los altares de la zona de rezo y disfrutar de las vistas de la ciudad de Kyoto y de las colinas cercanas desde una zona pequeña zona de balcón no cubierta. La visita no da para mucho más y además ya nos empiezan a “invitar” a irnos (son las 17:30 hrs y es su hora de cierre).








Regresamos a pie desde el templo haciendo un pequeño recorrido por Gion, a modo de despedida (mañana nos vamos de Kyoto). Pasamos por sus calles más representativas intentando ver si somos capaces de cruzarnos con alguna Geisha. No tenemos suerte. Sí nos llama la atención ver unos cuantos turistas cámara en mano (¡cual paparazzis!) en una famosa esquina (el Gion´s corner) al acecho de alguna Geisha. Es un poco raro, la verdad. Nos encontramos algunos carteles que te recomendaban no hacerles fotos a las Geishas sin permiso y no gritar en mitad de la calle para ahcerlo. 
Nosotros seguimos nuestro camino, contemplando las fachadas del barrio que te transportan realmente a otro tiempo.



Pasamos por la estación de metro de Sanjo para recoger nuestras maletas de la consigna y nos dirigimos a nuestro nuevo alojamiento (por una noche). Resulta ser un apartamento lujoso enorme y con una domótica muy avanzada (sin ir más lejos la taza del WC se levanta sola cuando detecta que llegas; ¡no veas lo que puede acojonar el tema hasta que te acostumbras!). Cenamos a modo de despedida en nuestro restaurante favorito (el Komefuku) y obsequiamos a nuestros peques con una buena peli estirados en las supercamas de nuestro apartamento de lujo. Les ponemos “La Historia Interminable” que David nos dice que la empezó a ver en el cole pero que se quedó con ganas de ver el final. A Laura le encanta. ¡Y a nosotros también! ¡Qué recuerdos! ¡Y qué olvidada que la teníamos!
La película es como Kyoto: hay tantos templos que no los podrías ver ni en un mes entero. Ciertamente, Kyoto es interminable.
¡Qué pena que nos tengamos que ir!

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