La
mañana del jueves amanece lluviosa. Pero en la calle sigue haciendo mucho
calor. A pesar del tiempo y de que nos espera un desplazamiento largo (tenemos previsto
viajar hasta la isla de Miyajima), no renunciamos a nuestro firme propósito de
llegar a la estación de Shin Osaka (ahora que ya sabemos cómo va) en metro
(nada de taxis por el momento). ¡Y eso que vamos con todas las maletas a
cuestas! Los niños se toman los viajes de la mañana como una especie de carrera
de obstáculos y nos ayudan (como pueden) a llevar las maletas.
Al
llegar a la estación de Osaka decidimos (ahora sí) activar nuestros JR Pass
(que compramos desde España). Nos dirigimos a la estación central y, después de
un “ratito” (deducimos que aquí no deben estar tan acostumbrados a activarla
como por ejemplo en los aeropuertos), nos ponemos en marcha hacia nuestro
primer “shinkansen” o tren bala. Como no quedan plazas reservadas no nos
quedas más remedio que utilizar los asientos NO reservados. Esto significa que
te bajas directamente al andén sin asiento y te pones a hacer cola delante de
los espacios asignados a los coches sin reserva. Como estamos en temporada baja
no tenemos problema para encontrar sitio. La verdad es que hay espacio de
sobras y se viaja muy cómodo. Además el tema de las colas lo llevan muy bien en
este país, con dibujos de líneas en el suelo para que todo el mundo siga un
orden. El único problema que vemos es que no hay espacio para colocar nuestra
maleta grande pero nos cabe de sobras delante de uno de nuestros peques.
Tardamos aproximadamente hora y media en plantarnos en Hiroshima. Después nos
espera un segundo tren local hasta la estación de Miyamiguchi (de apenas media
horita) y llegamos a la estación de los ferrys. El tiempo no acaba de mejorar y
lloviznea algo. Ni rastro del sol. Embarcamos ansiosos: en escasos minutos ya
podemos ver el torii flotante de la isla y su santuario justo detrás. A esta
hora el ferry de ida se desvía unn poco para pasar justo por delante (todo un
regalazo). Al llegar al embarcadero avisamos a nuestro tránsfer gratuito del Ryokan
reservado (Hotel Kikunoya) y finalmente llegamos a nuestro alojamiento. Toda
esta gymcama de medios de transporte nos supone invertir un total de 5 horas.
Eso sí, la inversión (como vamos a demostrar) vale la pena.
Una
de las imágenes más icónicas de Japón es la del torii flotante. Se trata de una
puerta sintoísta construida sobre el mar (cuando la marea está alta) y sobre el
arenal de la playa (cuando desciende). La estructura actual (1875) tiene unos
16 metros de alto y un diseño de 4 pilares. Os
advierte que ésta es una isla sagrada. Estábamos algo preocupados pues hace una
semana que empezado con obras de restauración y está previsto recubrir con
andamios los pies del gran torii para a continuación ir cubriendo el resto
hasta recubrir por completo el monumento. Y es que la base su base está muy
dañada. Se prevé que las obras duren un año aproximadamente. Respiramos
tranquilos: efectivamente hemos llegado a tiempo por los pelos pues sólo han
podido ocultar apenas un tercio de cada columna.
Justo
cuando llegamos al Ryokan nuestros peques se encuentran con una primera
sorpresa: un ciervo ha venido a darles la bienvenida. Descubrimos no solamente
que éstos se pasean libremente, sino que además son muy mansos y que están acostumbrados
al contacto con la gente. Los niños lo pueden acariciar y… ¡ya nos piden
llevárselo a casa! ¡Pero bueno! ¡Si acabamos de llegar!
La segunda sorpresa les espera en forma de comida: son más de las 14:00 hrs y la verdad es que estamos con mucha hambre. Encontramos una cafetería especializada en cafés que sirve un único plato del día. Atención: espaguetis con cordero y ostras (las ostras son muy típicas aquí). Entran superemocionados y no tardan nada en rendirle cuentas a sus platos. Nos traen un par que está para chuparse los dedos y de beber los niños se toman un vaso de leche mientras los papis se intentan relajar (difícil con nuestras fieras) con un café (el “iced” con leche está de muerte).
Después
de reponer fuerzas nos vamos a explorar los monumentos más importantes de la
ciudad, con el santuario de Itsukushima a la cabeza. Junto a la taquilla hay
información acerca de la marea; el mejor momento para visitarlo es cuando ésta
sube y permite sentir que los pasillos del santuario flotan sobre las aguas (en
verdad reposan sobre pilotes). Como faltan un par de horas para que la marea
esté en su nivel más alto (prevista a las 17:39 hrs) hacemos un pequeño desvío
para explorar 2 estructuras que están al oeste encima de un promontorio, muy
cerquita: el pabellón Senjokaku o “de los mil tatamis” y la pagoda Goju-noto.
El pabellón es sencillamente espectacular: tiene un amplio espacio interior (no
olvidemos que caben mil esterillas de tatami) y unas hermosas vistas tanto de
la costa como del santuario de Ikukutshima. Te tienes que descalzar para
recorrerlo, cosa que descubrimos que a nuestros niños les encanta; se ponen a
pasear por el recinto a su bola, con sus juegos imaginarios. Desde el templo
puedes ver la pagoda: data de 1407, aunque el edifico actual es una
restauración de 1533. Tiene 5 pisos, mide casi 28 metros de alto y es una de
las 5 pagodas de este tipo que todavía quedan en Japón.
Después
bajamos directamente al Santuario de Itsukushima para visitarlo. Vemos como la
parea está subiendo y empieza a inundar todo el complejo. Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO, se cree que fue fundado en el año 593, aunque no hay
confirmación de su existencia hasta 811. Ha sufrido más de una reconstrucción
por culpa de incendios. Es sintoísta y tiene diversos salones. En la parte
central te encuentras con una plataforma o escenario para ceremonias desde
donde salen sendos pasillos hacia el este y el oeste, todo sobre el agua, y que
unen la parte central del santuario con los edificios secundarios. Da una idea
de simetría. Desde la plataforma central las vistas del torii son muy hermosas.
La estructura de los edificios, pilotes y tejados es muy bonita; su barnizado
rojizo ayuda mucho. Por el camino te encuentras un montón de lámparas
tradicionales y un precioso puente rojo. La visita
la disfrutamos todos un montón. No podemos dejar de hacer fotos. No hay sol
pero sí menos calor y poca gente. Hacemos la visita bien tranquilos y sin
agobios ni colas.
Volvemos al Ryokan a hacer el check inn (no tenían la habitación a nuestra llegada) y nos vamos a cenar. Recorremos la calle comercial que se sitúa entre el santuario y el embarcadero (la calle Omotesando) y nos encontramos con la sorpresa de que está todo cerrado. Y cuando decimos todo es todo. Empezamos a preocuparnos por el asunto del comer… hasta que finalmente damos con el único restaurante que está abierto en la zona (¿restaurante de guardia?). Cenamos muy bien con un picoteo de tempura de pulpo y gambas, ensalada, almejas en salsa y pescado rebozado. Al salir (son las 19:30 hrs y está oscureciendo) nos dirigimos por la costa hacia el torii flotante para sacarle más fotos y es que la luz está muy bonita.
Regresamos
al hotel y nos damos nuestro primer chapuz… perdón baño en un onsen (hay que
ponerse serios que esto no es ir a la piscina del hotel). Funciona de la
siguiente manera: subes a la habitación y, después de quitarte la ropa, te
pones un kimono (¡que monos están los niños!). Te vas al onsen y los chicos se
van al masculino y las chicas al femenino. A la entrada tienes un vestuario
donde dejas tus cosas y entras en la sala. Allí PRIMERO te das una ducha
sentado (te puedes enjabonar) y después ya te puedes meter en el baño (¡el agua
está bien calentita!). En nuestro Ryokan hay onsen techado y otro en el
exterior aunque nadie te puede ver desde fuera. Yo entro con David en el de
fuera y es que como corre el aire hace menos calor. David aguanta poquito, pero
va haciendo descansos de un minuto para luego volver a meterse. Oímos las risas
de Laura a través de la pared… ¿qué estarán haciendo?
Al
subir a la habitación nos da por probar unos momiji manju con los que nos han obsequiado: se trata de unos bollitos con forma de hoja de arce
rellenos de dulce. ¡Demasiado dulces! No tienen mucho éxito entre el grupo la
verdad…
No
tardamos en irnos a dormir aunque esto del baño no es que haya relajado mucho a
nuestras fierecillas; es especialmente preocupante el caso de Laura que no para
de corretear, saltar y reír todo el rato por la habitación del Ryokan. Está
emocionada con la idea de volver a ver ciervos al día siguiente y se pone a
dibujar uno en su diario de viaje. Le decimos que esté tranquila y que mañana
podrá ver muchos paseando por el parque de Momijidani. Los ojos se le iluminan.
A David también; dice que han trabado amistad con uno y que mañana es posible
que se lo vuelvan a encontrar. ¡Dulces sueños!
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