26 de junio de 2019

OSAKA: Y YO ME PENSABA QUE HOY ERA MAÑANA

Dicen que todo viaje tiene un comienzo. El nuestro se inicia la madrugada del día 24 de Junio del 2019, la “Nit de Sant Joan”. Para nosotros no es una noche corriente. Pero no por la fiesta y el jolgorio de la gente (petardos incluidos) sino por los preparativos y los nervios de nuestro inminente despegue a… JAPÓN. Digamos que entre los ruidos “comunitarios” y la “emoción” que todos llevamos encima, la verdad es que nos cuesta tener sueño. El despertador a las 04:30 am no ayuda en nada. Ya teníamos la mayor parte de las maletas cargadas, así que en poco más de media hora ya estamos todos montados en el coche en dirección al aeropuerto de Barcelona. Allí no tenemos que esperar mucho para que vengan de la empresa Aparca i vola a recoger nuestro coche ( decidimos hacerlo con ellos ya que al final descubrimos que la Terminal de salida no es la misma que la de llegada y nos sale igual de precio que el parquing de larga estancia). Les llamamos 10 minutitos antes de llegar y enseguida aparecen para “sustraernos” el coche (curiosa sensación esto de entregarle a un desconocido las llaves del coche… se nota que somos primerizos en esto…).




Este año viajamos con la compañía KLM haciendo escala en Amsterdam. La verdad es que todo va rodado y no tenemos motivo alguno de queja. Se cumplen los horarios, la comida en el avión es más que decente y el espacio entre asientos no es muy diferente del de nuestros recientes vuelos transoceánicos con Qatar Airlines. El primer vuelo no alcanza las 3 horas, hacemos el enlace sin incidentes y con tiempo suficiente para comer y logramos dormir algo (sobretodo los niños) en el vuelo a Kansai (dura la friolera de 11 horas).

Llegamos a las 09:00 am hora local. Son 7 horas más que en Europa (donde aún es la madrugada). El control de inmigración está bien organizado y las maletas justo salen por la cinta en cuanto llegamos. Recogemos nuestra Pocket WIFI en una oficina de correos (la encargamos desde España) y nos lanzamos a por nuestro primer tren en Japón. En este país la gente se mueve mucho con trenes. La verdad es que enseguida nos damos cuenta de que está todo muy bien organizado, que la puntualidad es máxima y que hay opciones para todos los gustos. ¡Así da gusto! Como no queremos activar aun nuestro JR Pass (se reserva desde España; lo tenemos para 21 días pero estaremos 25 en Japón) optamos por coger el tren RAPI:T de la compañía Nankai. Es un tren altamente recomendable pues comunica directamente el aeropuerto de Kansai con la estación Namba, en el centro de Osaka. Todo son ventajas: no para en Kyoto, sólo tarda 37 minutos, es muy espacioso (nos pegamos el gustazo de viajar en los asientos clase VIP) y nos deja directamente en la zona de Dotombori, que es donde tenemos nuestro alojamiento. Desde la estación hasta el Comfort Hotel Osaka se tardan apenas 15 minutos caminando pero la verdad es que después del palizón del viaje, ir cargados con las maletas y el solazo que hace pues cuesta lo suyo. Son las 12:00 del mediodía y hay gente por todas partes. Pero a diferencia de países como Vietnam o Sri Lanka, aquí hay orden y se cumplen las normas de circulación (para que lo entendáis todos: aquí los semáforos no son meros adornos, la gente no se pone a tocar la bocina con la misma facilidad con que se pestañea y se respeta la vida de los demás cuando se pasa una intersección). El hotel es funcional: ubicación excelente pero espacios reducidos (¡y eso que tiene 11 plantas!). Delante de recepción está el comedor donde se sirve el desayuno (correcto sin más, pero tiene leche y cereales para nuestros peques y café para Fani) que el resto del día hace de sala de estar. La habitación es pequeña pero se las han apañado para colocar 2 camas de 130 metros que es lo que más falta nos hace. Y es que no es fácil combatir el maldito Jet Lag.

Dejamos las maletas en la consigna del hotel (aún no nos dejan hacer el check-in) y nos vamos a comer. Por el camino tenemos nuestro primer contacto con el barrio de Dotombori, uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Dicen que es especialmente famoso por su vida nocturna y sus neones pero la verdad es que a plena luz del día no tiene desperdicio; hay gente por todas partes y un gran bullicio especialmente por los comercios. Pasamos por la calle Shinsaibasi, altamente recomendable pues es la calle comercial cubierta más larga de todo Osaka y … ¡está climatizada! Hay tiendas de todo tipo y para todos los gustos. Pero nosotros no estamos para tiendas; tenemos un hambre que no veas. Por puro azar, acabamos en un acogedor restaurante céntrico donde nos sitúan en una salita para nosotros solos y avisas de que estás listo para que te tomen nota o te sirvan ¡con un timbre! Mas tarde descubriremos que es habitual el empleo de timbres en los restaurantes japoneses. Pero el primer día es un pasote. Decidimos hacer una degustación de sushi (para Laura pollito rebozado) y la verdad es que estaba buenísimo (descubrimos que hay sushi de diversas variedades de pescado que desconocíamos por completo, incluido el bacalao y el pulpo). Está todo muy bueno.



Tras la comida paseamos un rato por las calles de Dotombori. Llegamos al canal y alcanzamos el famoso neón de Glico Man, todo un símbolo de la ciudad. De 20 metros de alto por 10 metros de ancho, muestra un atleta sobre una pista de atletismo azul. Justo delante hay un puente que atraviesa el canal de Dotomobori donde todo el mundo se para a hacer las fotos de rigor. Nosotros también caemos en la trampa. Nos llaman mucho la atención las fachadas de los restaurantes de Dotombori: decoración al máximo para llamar la atención de los clientes. Desde dragones hasta cangrejos pasando por pulpos; la verdad es que todo vale (algunos hasta se mueven). Es un constante estímulo para los sentidos. Una locura. 





Muertos de cansancio y con jet lag decidimos volver al hotel a reponer fuerzas (son las 03:00 pm) e intentar hacer el más difícil: una siestecita corta. La verdad es que Fani está hecha polvo. Los niños (recordemos que han dormido más en el avión) se ponen a jugar a las cartas. Fani se queda dormida. Al poco rato también Jordi. Los niños siguen jugando a las cartas. Todo va bien. Pasan un par de horitas. Jordi se despierta y… ¡horror! ¡todo el mundo está durmiendo! Cada niño en una cama con un padre. Jordi consigue contra todo pronóstico despertar a Fani pero los niños… los niños es otro cantar… Las intentonas iniciales son un absoluto fracaso. Se recolocan sin más. Ponemos música... nada. Carantoñas… nada. Movilización enérgica… nada. Los papis hacen cálculos mentales: ¿los dejamos dormir hasta mañana? Miramos el reloj: son sólo las 19:00 hrs. Uffff. ¡Hay que despertalos! Finalmente lo conseguimos.
Laura se despierta. Jordi pregunta: “Pero si os he dejado jugando a las cartas tranquilamente. ¿Qué ha pasado? ¿Qué hacéis dormidos?” Laura responde: “Hemos jugado un rato pero como luego nos aburríamos hemos decidido ponernos a dormir con vosotros…”. Vaya vaya…
David pregunta si es hoy o mañana a lo que nos dice: -Y yo que pensaba que hoy era mañana...

Conseguimos salir a la calle. Ya es de noche. Las luces de neón de las fachadas brillan por todas partes. Uno no sabe a donde mirar. De nuevo llegamos al puente del canal y volvemos a fotografiar el neón de Glico Man. Hay mucho ambiente por las calles de Dotombori a esas horas con gente arreglada para salir (estamos a martes por la noche) y una ingente cantidad de puestos de comida callejera. No podemos evitar (siguiendo las recomendaciones de Laura) de hacer cola en el puestecito del restaurante Kani Doraku, donde nos sirven unas tapas de cangrejo que están para chuparse los dedos. Nos las comemos en plena calle, junto al canal. ¡Sencillamente deliciosas!




Acabamos cenando en un restaurante cerca del hotel. Es un coreano que está atiborrado de gente (nos sorprende que dejen fumar) y con el aire acondicionado a tope. Conseguimos leche para los niños en un supermercado callejero y no tardamos mucho en recogernos. Conseguimos dormir todos hasta más de las 08:00 hrs. La operación jet lag ha ido muy bien.



Al día siguiente tenemos previsto visitar por la mañana el Castillo de Osaka. Llegamos en metro: nuestra primera experiencia no puede ser más positiva salvo por la dificultad en comprender cómo se compran los billetes. Todo está muy bien indicado y es muy intuitivo. Las pasarelas están protegidas y se ve todo muy seguro. Además contamos con la inestimable ayuda de la Pocket Wifi que nos permite utilizar la aplicación Google Maps (te dice qué metro, qué línea y en qué parada hay que bajarse).

Estamos de suerte: hay un cónclave del G20 a partir del día siguiente y el castillo estará cerrado. Pero hoy no. Las medidas de seguridad de empiezan a ser importantes con policía y controles de acceso. Pero conseguimos hacer la visita con normalidad. De la visita lo que más nos llama la atención es su preciosa torre. Nos cuesta un poquito llegar: hace mucho calor y nos confundimos de camino (la verdad es que el parque que rodea el complejo es enorme). Pero la torre tiene premio: ¡está climatizada! ¡Y tiene un ascensor que te permite subir a la octava planta! La visita del interior no es tan espectacular pues está reformado y convertido en un museo. Nos llaman la atención las figuritas que conmemoran una batalla de la 5ª planta y la exposición de sables y armaduras de las plantas 3ª y 4ª. Pero el premio gordo está en la 8ª planta convertida en un mirador con vistas de 360º de la ciudad de Osaka que literalmente quitan el hipo. El skyline es impresionante con la Cristal Tower a la cabeza. Salimos del recinto por la muralla norte donde hay un puente muy chulo que te permite tomar fotos de la torre muy vistosas. Damos un rodeo por el parque hasta llegar de nuevo a la entrada sureste. Allí comemos ensalada y cocas (hay que salir del paso como sea que ya son las 14:00 y el hambre aprieta) y recompensamos el enorme palizón de andar de nuestros peques con una visita a un parque infantil que hay junto al recinto. La verdad es que cuando se ponen manos a la obra ya no hay cansancio que valga y es un auténtico pasote descubrir cómo se nos vuelven a poner a cien con el estímulo adecuado. Risas, carreras y gritos de alegría. ¡Así da gusto!
Por la tarde volvemos en metro al hotel. Compramos la merienda en el super y nos la comemos en la sala de estar mientras reponemos fuerzas.






Osaka's Castle

Después volvemos a recorrer el barrio de Dotombori de nuevo con los ojos como platos y sacando un montón de fotos. Nos regalamos una degustación de cangrejo en la sucursal este del restaurante Kani Doraku (por insistencia de David que ayer se quedó con ganas de más cangrejo) y acabamos en el canal de Dotombori degustando una ración de bolas de pulpo recién hechas en un puesto callejero atestado de gente y tras pasar la cola. Mientras Jordi la pasa Fani consigue mesa exterior con los peques. Aquí la recomendación es de Laura que está cómo loca por volver a comer pulpo (todavía recuerda toda emocionada cómo fue probarla en el cole en un taller dels Girasols Grocs). Sin tiempo para más nos volvemos al hotel a hacer las maletas que mañana toca viajar en tren.




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