14 de julio de 2019

TOKIO NON STOP

13 y 14 de Julio del 2019

Empleamos la mañana del sábado 13 en abandonar “nuestro” ryokan de Yudanaka y viajar a la capital de Japón, Tokio. Primero cogemos un tren hasta Nagano (el de la Dentetsu Line, menos de una hora, no incluido en el JR Pass) y después un comodísimo shinkansen de la Línea JR que nos deja en la estación central de Tokio en hora y media. Nada más llegar a la estación ya nos damos cuenta de que parece que hemos llegado a otro mundo: hay gente por todas partes y que camina en todas las direcciones posibles. Nos esperan un montón de señales por todas partes; menos mal que también están en inglés. La verdad es que pillamos el truco rápido y nos sorprende lo poco que tardamos en tener claro que tren tenemos que coger para llegar a nuestro hotel cerca de Shinnagawa. Descubrimos que Shinagawa pertenece a la prefectura de Tokio, pero no a la ciudad como tal. El metro no nos lleva hasta allí, pero no es ningún problema porque hay trenes que funcionan como el metro y encima, como pertenecen a la línea JR, los tenemos incluidos en nuestro JR Pass. Llegamos a nuestro hotel a las 13:30 hrs y nos dejan hacer el check inn ya que nuestra habitación está lista. Dejamos las maletas con gran alivio; como es nuestro último alojamiento en Tokio (aquí pasamos las últimas 6 noches), ya no tendremos que ir arrastrando tanto bulto por todas partes.

Nos vamos a comer. Descartamos la opción del hotel por caro y por estar fuera de plazo (cierran el comedor a las 14:00 hrs !!!!! Si, en serio). Encontramos un local bastante cerca donde sirven platos de gyozas con arroz y sopa de miso. Nos hemos quedado sin efectivo, pero podemos pagar con tarjeta. Nos sorprende como baja el precio de la comida cuando te alejas de los restaurantes más turísticos. Comemos los 4 por menos de 3000 yenes. Descubrimos también que los locales siguen la misma disposición que en Nagano: son pequeños con sillas altas en una barra (habitualmente cerca de los cocineros) y 3-4 mesas a lo sumo. Suelen servirte rápido y se suelen especializar en un plato habitualmente.



Por la tarde decidimos adentrarnos en el corazón de la ciudad: escogemos el barrio de Shibuya. Por el camino nos detenemos en Shinagawa para cambiar dinero y hacer trasbordo a la línea Yamanote (la más popular pues hace un recorrido circular por el centro de la gran urbe; entra también con el JR Pass). El metro va muy lleno. En una de las paradas, acabamos enlatados por la de gente que sigue intentando entrar. 

Shibuya es uno de los barrios de moda y entretenimiento más populares de Tokio. Está lleno de centros comerciales, grandes almacenes y tiendas de moda y complementos. Como muchos otros barrios de Tokio, la disposición toma como epicentro la estación de tren/metro; a partir de ella se origina todo. Suele ser también punto de encuentro o quedada de mucha gente. Nada más salir de la estación nos encontramos con la estatua del perro Hachiko, probablemente el perro más famoso de Japón. A pesar de que su amo falleció, este perrito siguió esperándole durante años frente a la estación de Shibuya. Como premio a su fidelidad decidieron colocar esta estatua en dicho lugar. Hay mogollón de gente a su alrededor intentando hacerse selfies y fotografías; de hecho, hay como una cola. Hay tanta gente y resulta tan agobiante que decidimos pasar del tema. Eso sí, aprovechamos el “cambio de modelo” para intentar fotografiar al icónico perrito sin nadie alrededor (difícil).


Unos metros más adelante nos encontramos (casi por accidente) con el mítico y emplemático cruces peatonal de Shibuya. Se trata de unos de los cruces peatonales más famosos del mundo. Pronto descubrimos el porqué: Cuando el semáforo está en rojo sólo pasan coches y cuando se pone verde, peatones. Hasta aquí nada especial; pero resulta que tiene 5 cruces (4 forman un cuadrado y hay un 5º en diagonal) y que cuando se pone verde es para todos los peatones a la vez. ¡Imagináos el caos y el cruce de gente! ¡Añadid que es sábado por la tarde y el espectáculo está servido! Nosotros lo cruzamos, y con los niños bien agarrados. Toda una experiencia cuando logramos llegar al otro lado.
Nos habían informado de que se podía desfrutar de tan “grandioso” espectáculo desde los ventanales de la 2ª planta de la cafetería Starbucks. Ya os podéis imaginar lo idealizado que teníamos ese momento… Pues a tomar por saco. ¡Imposible! La cola de gente para pedir un cafecito es de órdago. Subimos a su 2ª planta (se hace el pedido en la primera), todas las sillas, mesas y hasta cabezas de clientes están ocupadas. Acercarse a un ventanal es misión imposible. Desistimos tanto del café como de las vistas. Como solución alternativa optamos por entrar dentro de un centro comercial que sí tiene un mirador, aunque más elevado. Se trata del Magnet by Shibuya 109. Este centro comercial nos sirve de introducción para la mayoría restante: escaleras mecánicas de subida y bajada opuestas y espacios muy reducidos; y es que se nota, hasta en las grandes superfícies comerciales, que el metro cuadrado aquí es muy caro. Recorremos un poco el edificio y hacemos una pausa en uno de los pocos lugares en donde podemos hacernos con un “trozo” de mesa compartido (en una cafetería de la planta -02 y sin ventanas, por supuesto). Eso sí, a parte de café para los papis, conseguimos leche para nuestros peques. Después subimos hasta el mirador (te cobran entrada a partir de 6 años; menos mal que hemos empezado a hacer pasar a Laura por una adorable niñita de sólo 5 años…). Las vistas del cruce son espectaculares y te permiten hacerte una idea de cómo pasa todo y de verlo desde otra perspectiva. Pasa un minuto por cada vez que cambia el color del semáforo. Es realmente espectacular y no sólo por el flujo de gente sino también por los edificios repletos de neones por todos lados. Nos recuerda el barrio de Dotombori en Osaka, pero a gran escala.



Volvemos a bajar y exploramos un poco más de la zona. Montones de edificios se suceden por todas partes. Nos sorprende ver un enorme Zara (éste no tiene problemas de metros cuadrados). El edifico del HyM tampoco le va a la zaga. Y sobretodo hay gente por todas partes. Se nos hace de noche y vemos cómo arranca la iluminación. Empezamos a saturarnos y los pequeños empiezan a quejarse. El problema es que es imposible encontrar un sitio con mesa para sentarse a descansar y/o cenar. A David especialmente se le ve bastante agobiado; nos pide un respiro. ¡Qué poco acostumbrados los tenemos a este tipo de ambientes! Optamos por regresar al hotel. Estamos tan cansados de gentío y de locales abarrotados que decidimos comprar suchi para llevar (sashimi para mí y unos nigiris para los demás) y nos lo comemos en la misma habitación alejados del mundanal ruido. ¡Todo un respiro entre tanto caos!

El día siguiente la experiencia no resulta muy diferente. Amanece nublado y se pone a llover bastante justo cuando salimos del hotel. Nuestro plan es evadirnos un poco del gentío de ayer recorriendo el Parque Yoyogi y, de paso, visitar el santuario Meiji Jingu. Cogemos el tren y, después de volver a hacer trasbordo con la línea Yamanote, nos bajamos en la parada de Harajuku. Llueve mucho, pero decidimos que un poco de agua no nos va a hacer cambiar de planes; y es que nuestro tiempo en Tokio es limitado. Nos ponemos los chubasqueros y abrimos nuestros paraguas. Enseguida vemos que no estamos solos: hay muchos más valientes que, como nosotros, se dirigen hacia el santuario.
El santuario Meiji Jingu es uno de los santuarios sintoístas más populares de todo Japón. Está dedicado al primer emperador moderno, el emperador Meiji y su esposa, la emperatriz Shoken. Terminó de construirse en 1921, años después de la muerte de ambos, como señal de agradecimiento al papel que el emperador tuvo durante la llamada Restauración Meiji que permitió dejar atrás el período feudal de Edo y abrir Japón a la modernización y occidentalización. Hay diversas entradas: están marcadas por varios toriis enormes de madera y cobre. 


Como la cosa se pone difícil por momentos (y es que cada vez llueve más) optamos por visitar sólo la zona interior: los edificios del santuario y el templo principal o Homutsuden. A pesar de las inclemencias del templo encontramos gente por todas partes, especialmente cerca del templo principal. La gente va a rezar, compra amuletos, estampa sellos o escribe emas. Coincidimos hasta con una boda y nos topamos con los novios casi por accidente. Ella va de blanco.
Después de un rato luchando contra el temporal, optamos por desisitir. Nos vamos a comer a una cafetería cerca del templo donde conseguimos pollo rebozado con arroz para los peques y ramen para los papis. Bastante resultón y no excesivamente caro para el lugar donde está ubicado y los precios habituales que se manejan en Japón. El problema vuelve a ser (nos ha pasado ya bastantes veces) que el aire acondicionado está tan fuerte que tenemos que salir a la terraza exterior para resguardarnos del frío… Fuera tampoco acabamos de estar a gusto entre la humedad reinante y que tenemos los pies mojados (especialmente Laura).


Como el tiempo no parece que vaya a mejorar, optamos por ir a visitar otro barrio comercial famoso de Japón donde podamos meternos en centros comerciales y no nos mojemos. Esta vez nos decantamos por el barrio de Akihabara. Se trata de otro de los barrios más conocidos de Tokio, en este caso por ser una referencia en electrónica y cuna de la cultura anime. Llegamos de nuevo en metro; usamos la línea Yamanote de nuevo y sin necesidad de realizar trasbordos. Nos damos cuenta de la inmensidad de Tokio: pasar de Harajuku a Akihabara nos lleva media hora. ¡Nuestros peques tienen tiempo hasta de siestear!



Intentamos callejear un rato, pero como sigue lloviendo decidimos entrar en un centro comercial. No elegimos ninguno en concreto; escogemos uno al azar y entramos. Justo al entrar encontramos una cola de jóvenes, pero aparentemente no conduce a nada. Encontramos todo lo que te puedas imaginar (y más) acerca del manga y la cultura anime: figuras, juguetes, pins, láminas, camisetas, llaveros, puzles, modelismo, … De todo. Mención especial para las figuras de coleccionismo: hay pisos enteros dedicadas a ellas. Están en aparadores enormes y metidos en vitrinas protegidas con números; vemos como la gente llega con un papel y va apuntando en él que figuras le interesan y que precio tienen. 
Encuentro unas figuras de juguete de los Caballeros del Zodiaco de cuando era adolescente; están expuestas y con precios abusivos (un caballero de oro te sale a más de 300 euros). ¡Para flipar! Son las 15:00 hrs de la tarde y hay tanta gente por todas partes que cuesta caminar por dentro del local. Encontramos una figura de Boba Fett espectacular y intentamos hacerle una foto; en menos de 10 segundos aparece un empleado para prohibírnoslo (¿de dónde habrá salido? Y más misterioso todavía: ¿cómo ha llegado tan deprisa hasta nuestra posición?).




Llegamos a la conclusión de que son centros donde el consumo se dispara. Te atacan con constantes anuncios de todo tipo. Nos parece agobiante y estresante. Tantos inputs nos abruman. 
Tanto hoy (electrónica y anime) como ayer (moda) las ventas están dirigidas a un público de edad comprendida entre aproximadamente 20 y 50 años. Nosotros (los papis) conseguimos no comprarnos nada. Con David y Laura lo tenemos más complicado pues reciben demasiados estímulos a cada paso que dan. Lo peor es cuando pasamos junto a máquinas de bolas o estantes de juguetes. Nos damos cuenta de lo poco acostumbrados que los tenemos a estos ambientes (y nos alegramos por ello). Hay anuncios hasta en las escaleras mecánicas; y no sólo en las paredes, también te encuentras anuncios en el suelo cuando bajas la vista. Finalmente les compramos unas figuritas Pokemon a David y un peluche de Fennekin a Laura cuyo precio no se dispara. Flipamos cuando llegamos a las cajas registradoras con lo que llegan a pagar por sus compras los jóvenes que tenemos delante. Al salir del local descubrimos porque había cola a la entrada del local: un autor de manga está firmando autógrafos. Ahora la cola llega hasta la calle y se empieza a confundir con el gentío que pasa por ella.
Miramos nuestro reloj asombrados: son las 16:00 hrs de un domingo. Está todo abierto y en la calle no cabe ni un alma. Los edificios son muy chulos, con neones espectaculares. Algunas calles están cortadas al tráfico, pero son una minoría. Cuando el semáforo peatonal se pone en verde, la masa invade las calzadas. En este país los coches están en minoría. El espectáculo es similar al de Shibuya. Nos llama la atención que hay mucha gente en la zona cerca de la estación manipulando sus móviles con frenesí (los hay de dos pantallas). Fani hecha una ojeada: están jugando con videojuegos. Parece que son quedadas para capturar Pokemons. Hay gente joven pero también de edad avanzada (dejémoslo en cincuentones…). De nuevo nos resulta imposible encontrar un local normal y corriente para sentarnos en una mesa a tomar algo. Entre la lluvia y el gentío empezamos a estar muy cansados. Son casi las 17:00 hrs y David nos vuelve a pedir volver al hotel. No necesita insistir mucho para convencernos; en pocos minutos estamos en el metro de vuelta a nuestro hotel de Shinagawa. Decidimos que hasta aquí llega nuestra experiencia con el Tokio más vanguardista y comercial y que los 4 días restantes los vamos a dedicar a cosas más tranquilas. Y es que Tokio non stop.

Pared en Magnet by Shibuya 109
Esta vez intentamos recompensar el esfuerzo de nuestros peques de estos 2 últimos días en Tokio llevándolos a cenar a un restaurante italiano que tenemos cerca. Resulta ser un fiasco: caro, sucio y los macarrones boloñesa pican. Menos mal que la pizza margarita es del agrado de todos para poder salir del paso. Y menos mal que tenemos unos billetes de tren con asiento reservado para la excursión a Nikko de mañana (se acabó ir de pie y enlatados en los vagones del metro). 

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