Empleamos
la mañana del sábado 13 en abandonar “nuestro” ryokan de Yudanaka y
viajar a la capital de Japón, Tokio. Primero cogemos un tren hasta Nagano (el de
la Dentetsu Line, menos de una hora, no incluido en el JR Pass) y después un
comodísimo shinkansen de la Línea JR que nos deja en la estación central
de Tokio en hora y media. Nada más llegar a la estación ya nos damos cuenta de
que parece que hemos llegado a otro mundo: hay gente por todas partes y que
camina en todas las direcciones posibles. Nos esperan un montón de señales por
todas partes; menos mal que también están en inglés. La verdad es que pillamos
el truco rápido y nos sorprende lo poco que tardamos en tener claro que tren
tenemos que coger para llegar a nuestro hotel cerca de Shinnagawa. Descubrimos
que Shinagawa pertenece a la prefectura de Tokio, pero no a la ciudad como tal.
El metro no nos lleva hasta allí, pero no es ningún problema porque hay trenes
que funcionan como el metro y encima, como pertenecen a la línea JR, los
tenemos incluidos en nuestro JR Pass. Llegamos a nuestro hotel a las 13:30 hrs y
nos dejan hacer el check inn ya que nuestra habitación está lista.
Dejamos las maletas con gran alivio; como es nuestro último alojamiento en
Tokio (aquí pasamos las últimas 6 noches), ya no tendremos que ir arrastrando
tanto bulto por todas partes.
Nos
vamos a comer. Descartamos la opción del hotel por caro y por estar fuera de
plazo (cierran el comedor a las 14:00 hrs !!!!! Si, en serio). Encontramos un local bastante cerca
donde sirven platos de gyozas con arroz y sopa de miso. Nos hemos
quedado sin efectivo, pero podemos pagar con tarjeta. Nos sorprende como
baja el precio de la comida cuando te alejas de los restaurantes más
turísticos. Comemos los 4 por menos de 3000 yenes. Descubrimos también que los
locales siguen la misma disposición que en Nagano: son pequeños con sillas
altas en una barra (habitualmente cerca de los cocineros) y 3-4 mesas a lo
sumo. Suelen servirte rápido y se suelen especializar en un plato
habitualmente.
Por
la tarde decidimos adentrarnos en el corazón de la ciudad: escogemos el barrio
de Shibuya. Por el camino nos detenemos en Shinagawa para cambiar dinero y
hacer trasbordo a la línea Yamanote (la más popular pues hace un recorrido
circular por el centro de la gran urbe; entra también con el JR Pass). El metro
va muy lleno. En una de las
paradas, acabamos enlatados por la de gente que sigue intentando entrar.
Shibuya es uno de los barrios de moda y entretenimiento más populares de Tokio. Está
lleno de centros comerciales, grandes almacenes y tiendas de moda y
complementos. Como muchos otros barrios de Tokio, la disposición toma como
epicentro la estación de tren/metro; a partir de ella se origina todo. Suele
ser también punto de encuentro o quedada de mucha gente. Nada más salir de la
estación nos encontramos con la estatua del perro Hachiko, probablemente
el perro más famoso de Japón. A pesar de que su amo falleció, este perrito
siguió esperándole durante años frente a la estación de Shibuya. Como premio a
su fidelidad decidieron colocar esta estatua en dicho lugar. Hay mogollón de
gente a su alrededor intentando hacerse selfies y fotografías; de hecho, hay
como una cola. Hay tanta gente y resulta tan agobiante que decidimos pasar del
tema. Eso sí, aprovechamos el “cambio de modelo” para intentar fotografiar al
icónico perrito sin nadie alrededor (difícil).
Unos metros más adelante nos encontramos (casi por accidente) con el mítico y emplemático cruces peatonal de Shibuya. Se trata de unos de los cruces peatonales más famosos del mundo. Pronto descubrimos el porqué: Cuando el semáforo está en rojo sólo pasan coches y cuando se pone verde, peatones. Hasta aquí nada especial; pero resulta que tiene 5 cruces (4 forman un cuadrado y hay un 5º en diagonal) y que cuando se pone verde es para todos los peatones a la vez. ¡Imagináos el caos y el cruce de gente! ¡Añadid que es sábado por la tarde y el espectáculo está servido! Nosotros lo cruzamos, y con los niños bien agarrados. Toda una experiencia cuando logramos llegar al otro lado.
Unos metros más adelante nos encontramos (casi por accidente) con el mítico y emplemático cruces peatonal de Shibuya. Se trata de unos de los cruces peatonales más famosos del mundo. Pronto descubrimos el porqué: Cuando el semáforo está en rojo sólo pasan coches y cuando se pone verde, peatones. Hasta aquí nada especial; pero resulta que tiene 5 cruces (4 forman un cuadrado y hay un 5º en diagonal) y que cuando se pone verde es para todos los peatones a la vez. ¡Imagináos el caos y el cruce de gente! ¡Añadid que es sábado por la tarde y el espectáculo está servido! Nosotros lo cruzamos, y con los niños bien agarrados. Toda una experiencia cuando logramos llegar al otro lado.
Nos
habían informado de que se podía desfrutar de tan “grandioso” espectáculo desde
los ventanales de la 2ª planta de la cafetería Starbucks. Ya os podéis imaginar
lo idealizado que teníamos ese momento… Pues a tomar por saco. ¡Imposible! La
cola de gente para pedir un cafecito es de órdago. Subimos a su 2ª planta (se
hace el pedido en la primera), todas las sillas, mesas y hasta cabezas de
clientes están ocupadas. Acercarse a un ventanal es misión imposible.
Desistimos tanto del café como de las vistas. Como solución alternativa optamos
por entrar dentro de un centro comercial que sí tiene un mirador, aunque más
elevado. Se trata del Magnet by Shibuya 109. Este centro comercial nos
sirve de introducción para la mayoría restante: escaleras mecánicas de subida y
bajada opuestas y espacios muy reducidos; y es que se nota, hasta en las
grandes superfícies comerciales, que el metro cuadrado aquí es muy caro.
Recorremos un poco el edificio y hacemos una pausa en uno de los pocos lugares
en donde podemos hacernos con un “trozo” de mesa compartido (en una cafetería
de la planta -02 y sin ventanas, por supuesto). Eso sí, a parte de café para
los papis, conseguimos leche para nuestros peques. Después subimos hasta el mirador (te cobran entrada a partir de 6 años; menos mal que
hemos empezado a hacer pasar a Laura por una adorable niñita de sólo 5 años…).
Las vistas del cruce son espectaculares y te permiten hacerte una idea de cómo
pasa todo y de verlo desde otra perspectiva. Pasa un minuto por cada vez que
cambia el color del semáforo. Es realmente espectacular y no sólo por el flujo
de gente sino también por los edificios repletos de neones por todos lados. Nos
recuerda el barrio de Dotombori en Osaka, pero a gran escala.
Volvemos
a bajar y exploramos un poco más de la zona. Montones de edificios se suceden
por todas partes. Nos sorprende ver un enorme Zara (éste no tiene problemas de
metros cuadrados). El edifico del HyM tampoco le va a la zaga. Y sobretodo hay
gente por todas partes. Se nos hace de noche y vemos cómo arranca la
iluminación. Empezamos a saturarnos y los pequeños empiezan a quejarse. El
problema es que es imposible encontrar un sitio con mesa para sentarse a
descansar y/o cenar. A David especialmente se le ve bastante agobiado; nos pide
un respiro. ¡Qué poco acostumbrados los tenemos a este tipo de ambientes!
Optamos por regresar al hotel. Estamos tan cansados de gentío y de locales
abarrotados que decidimos comprar suchi para llevar (sashimi para mí y unos
nigiris para los demás) y nos lo comemos en la misma habitación alejados del
mundanal ruido. ¡Todo un respiro entre tanto caos!
El
día siguiente la experiencia no resulta muy diferente. Amanece nublado y se
pone a llover bastante justo cuando salimos del hotel. Nuestro plan es
evadirnos un poco del gentío de ayer recorriendo el Parque Yoyogi y, de paso,
visitar el santuario Meiji Jingu. Cogemos el tren y, después de volver a
hacer trasbordo con la línea Yamanote, nos bajamos en la parada de Harajuku.
Llueve mucho, pero decidimos que un poco de agua no nos va a hacer cambiar de
planes; y es que nuestro tiempo en Tokio es limitado. Nos ponemos los
chubasqueros y abrimos nuestros paraguas. Enseguida vemos que no estamos solos:
hay muchos más valientes que, como nosotros, se dirigen hacia el santuario.
El
santuario Meiji Jingu es uno de los santuarios sintoístas más populares
de todo Japón. Está dedicado al primer emperador moderno, el emperador Meiji y
su esposa, la emperatriz Shoken. Terminó de construirse en 1921, años después
de la muerte de ambos, como señal de agradecimiento al papel que el emperador
tuvo durante la llamada Restauración Meiji que permitió dejar atrás el período
feudal de Edo y abrir Japón a la modernización y occidentalización. Hay
diversas entradas: están marcadas por varios toriis enormes de madera y
cobre.
Como la cosa se pone difícil por momentos (y es que cada vez llueve más) optamos por visitar sólo la zona interior: los edificios del santuario y el templo principal o Homutsuden. A pesar de las inclemencias del templo encontramos gente por todas partes, especialmente cerca del templo principal. La gente va a rezar, compra amuletos, estampa sellos o escribe emas. Coincidimos hasta con una boda y nos topamos con los novios casi por accidente. Ella va de blanco.
Como la cosa se pone difícil por momentos (y es que cada vez llueve más) optamos por visitar sólo la zona interior: los edificios del santuario y el templo principal o Homutsuden. A pesar de las inclemencias del templo encontramos gente por todas partes, especialmente cerca del templo principal. La gente va a rezar, compra amuletos, estampa sellos o escribe emas. Coincidimos hasta con una boda y nos topamos con los novios casi por accidente. Ella va de blanco.
Después
de un rato luchando contra el temporal, optamos por desisitir. Nos vamos a
comer a una cafetería cerca del templo donde conseguimos pollo rebozado con
arroz para los peques y ramen para los papis. Bastante resultón y no
excesivamente caro para el lugar donde está ubicado y los precios habituales
que se manejan en Japón. El problema vuelve a ser (nos ha pasado ya bastantes
veces) que el aire acondicionado está tan fuerte que tenemos que salir a la
terraza exterior para resguardarnos del frío… Fuera tampoco acabamos de estar a
gusto entre la humedad reinante y que tenemos los pies mojados (especialmente
Laura).
Como
el tiempo no parece que vaya a mejorar, optamos por ir a visitar otro barrio
comercial famoso de Japón donde podamos meternos en centros comerciales y no
nos mojemos. Esta vez nos decantamos por el barrio de Akihabara. Se trata de
otro de los barrios más conocidos de Tokio, en este caso por ser una referencia
en electrónica y cuna de la cultura anime. Llegamos de nuevo en metro;
usamos la línea Yamanote de nuevo y sin necesidad de realizar trasbordos. Nos
damos cuenta de la inmensidad de Tokio: pasar de Harajuku a Akihabara nos lleva
media hora. ¡Nuestros peques tienen tiempo hasta de siestear!
Intentamos
callejear un rato, pero como sigue lloviendo decidimos entrar en un centro
comercial. No elegimos ninguno en concreto; escogemos uno al azar y entramos. Justo
al entrar encontramos una cola de jóvenes, pero aparentemente no conduce a
nada. Encontramos todo lo que te puedas imaginar (y más) acerca del manga y la
cultura anime: figuras, juguetes, pins, láminas, camisetas, llaveros, puzles, modelismo,
… De todo. Mención especial para las figuras de coleccionismo: hay pisos
enteros dedicadas a ellas. Están en aparadores enormes y metidos en vitrinas
protegidas con números; vemos como la gente llega con un papel y va apuntando
en él que figuras le interesan y que precio tienen.
Encuentro unas figuras de juguete de los Caballeros del Zodiaco de cuando era adolescente; están expuestas y con precios abusivos (un caballero de oro te sale a más de 300 euros). ¡Para flipar! Son las 15:00 hrs de la tarde y hay tanta gente por todas partes que cuesta caminar por dentro del local. Encontramos una figura de Boba Fett espectacular y intentamos hacerle una foto; en menos de 10 segundos aparece un empleado para prohibírnoslo (¿de dónde habrá salido? Y más misterioso todavía: ¿cómo ha llegado tan deprisa hasta nuestra posición?).
Encuentro unas figuras de juguete de los Caballeros del Zodiaco de cuando era adolescente; están expuestas y con precios abusivos (un caballero de oro te sale a más de 300 euros). ¡Para flipar! Son las 15:00 hrs de la tarde y hay tanta gente por todas partes que cuesta caminar por dentro del local. Encontramos una figura de Boba Fett espectacular y intentamos hacerle una foto; en menos de 10 segundos aparece un empleado para prohibírnoslo (¿de dónde habrá salido? Y más misterioso todavía: ¿cómo ha llegado tan deprisa hasta nuestra posición?).
Llegamos
a la conclusión de que son centros donde el consumo se dispara. Te atacan con constantes anuncios de todo tipo. Nos parece agobiante y estresante. Tantos inputs nos abruman.
Tanto hoy (electrónica y anime) como ayer (moda) las ventas están dirigidas a un público de edad comprendida entre aproximadamente 20 y 50 años. Nosotros (los papis) conseguimos no comprarnos nada. Con David y Laura lo tenemos más complicado pues reciben demasiados estímulos a cada paso que dan. Lo peor es cuando pasamos junto a máquinas de bolas o estantes de juguetes. Nos damos cuenta de lo poco acostumbrados que los tenemos a estos ambientes (y nos alegramos por ello). Hay anuncios hasta en las escaleras mecánicas; y no sólo en las paredes, también te encuentras anuncios en el suelo cuando bajas la vista. Finalmente les compramos unas figuritas Pokemon a David y un peluche de Fennekin a Laura cuyo precio no se dispara. Flipamos cuando llegamos a las cajas registradoras con lo que llegan a pagar por sus compras los jóvenes que tenemos delante. Al salir del local descubrimos porque había cola a la entrada del local: un autor de manga está firmando autógrafos. Ahora la cola llega hasta la calle y se empieza a confundir con el gentío que pasa por ella.
Tanto hoy (electrónica y anime) como ayer (moda) las ventas están dirigidas a un público de edad comprendida entre aproximadamente 20 y 50 años. Nosotros (los papis) conseguimos no comprarnos nada. Con David y Laura lo tenemos más complicado pues reciben demasiados estímulos a cada paso que dan. Lo peor es cuando pasamos junto a máquinas de bolas o estantes de juguetes. Nos damos cuenta de lo poco acostumbrados que los tenemos a estos ambientes (y nos alegramos por ello). Hay anuncios hasta en las escaleras mecánicas; y no sólo en las paredes, también te encuentras anuncios en el suelo cuando bajas la vista. Finalmente les compramos unas figuritas Pokemon a David y un peluche de Fennekin a Laura cuyo precio no se dispara. Flipamos cuando llegamos a las cajas registradoras con lo que llegan a pagar por sus compras los jóvenes que tenemos delante. Al salir del local descubrimos porque había cola a la entrada del local: un autor de manga está firmando autógrafos. Ahora la cola llega hasta la calle y se empieza a confundir con el gentío que pasa por ella.
Miramos
nuestro reloj asombrados: son las 16:00 hrs de un domingo. Está todo abierto y
en la calle no cabe ni un alma. Los edificios son muy chulos, con neones
espectaculares. Algunas calles están cortadas al tráfico, pero son una minoría.
Cuando el semáforo peatonal se pone en verde, la masa invade las calzadas. En
este país los coches están en minoría. El espectáculo es similar al de Shibuya.
Nos llama la atención que hay mucha gente en la zona cerca de la estación
manipulando sus móviles con frenesí (los hay de dos pantallas). Fani hecha una
ojeada: están jugando con videojuegos. Parece que son quedadas para capturar
Pokemons. Hay gente joven pero también de edad avanzada (dejémoslo en
cincuentones…). De nuevo nos resulta imposible encontrar un local normal y
corriente para sentarnos en una mesa a tomar algo. Entre la lluvia y el gentío
empezamos a estar muy cansados. Son casi las 17:00 hrs y David nos vuelve a
pedir volver al hotel. No necesita insistir mucho para convencernos; en pocos
minutos estamos en el metro de vuelta a nuestro hotel de Shinagawa. Decidimos
que hasta aquí llega nuestra experiencia con el Tokio más vanguardista y
comercial y que los 4 días restantes los vamos a dedicar a cosas más
tranquilas. Y es que Tokio non stop.
Esta
vez intentamos recompensar el esfuerzo de nuestros peques de estos 2 últimos
días en Tokio llevándolos a cenar a un restaurante italiano que tenemos cerca.
Resulta ser un fiasco: caro, sucio y los macarrones boloñesa pican. Menos mal
que la pizza margarita es del agrado de todos para poder salir del paso. Y
menos mal que tenemos unos billetes de tren con asiento reservado para la
excursión a Nikko de mañana (se acabó ir de pie y enlatados en los vagones del
metro).
Pared en Magnet by Shibuya 109 |
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