Como
estuvo lloviendo todo el jueves (y en gran cantidad) nos levantamos algo
inquietos con el tema de la climatología. Sabemos de antemano que si el tiempo
no ayuda nos podemos quedar sin ver macacos. En la publicidad del parque ya
avisan de que puede ser que haya días que no se dejen ver. Miramos por la
ventana y respiramos algo aliviados: tenemos un día despejado y con sol. ¡Menos
mal! Nos llevan en coche nuestros anfitriones; en apenas 10 minutos nos dejan
en la parada de Kanbayashi Onsen. Allí nos encontramos con más turistas
que van al Parque y con primer cártel electrónico informativo en el que pone: NO
MONKEYS. Fani y yo nos quedamos mirando. ¿No monkeys? ¡Cómo que no monkeys!
¡Pero si hace un solazo del copón! ¿Como no van a bajar al Parque los adorables
macacos con el buen tiempo que hace? Decidimos seguir adelante, aunque no las
tenemos todas… Las caras de los demás turistas también son un poema (caras de
preocupación y de inquietud…).
Para
llegar al Parque de Yamanouchi desde la parada hay que hacerlo por una ruta de
acceso, la ruta tradicional Yumichi. Se trata de un bonito paso de 1.6
kilómetros, perfectamente marcado y con poca pendiente. Se atraviesa un bosque
precioso y la verdad es que vale mucho la pena. Se disfruta mucho y en menos de
una hora nos plantamos en la entrada del parque. Por el camino nos vamos
encontrando con carteles informativos que nos explican detalles acerca de los
monos y te permiten ir aprendiendo muchas cosas. Nos paramos a leerlos con los
niños. El parque de Jigokudani se inauguró en 1964 y es aquí donde viven unos
200 macacos. Aprendemos que es durante el día cuando bajan al parque; en
invierno a bañarse en sus aguas termales y el resto del año a socializarse y
relajarse en el agua. No tienen sitio fijo para dormir: suelen hacerlo fuera
del parque, arremolinados y en lo alto de la montaña y en lugares de difícil
acceso (copas de los árboles, rocas, acantilados, …). Comen brotes de los
árboles, hojas nuevas, flores, frutas, nueces y semillas, pero también insectos
y gusanos. El embarazo tiene una duración de 180 días y las hembras dan a luz
entre abril y junio, por lo que tenemos la esperanza de ver muchas crías.
Leyendo
toda esta información, descubrimos que va aumentando nuestra expectación. Mal
asunto pues todavía puede ser que no los veamos. De hecho, nos vamos cruzando
con turistas que ya vuelven y con caras difíciles de interpretar, aunque muy
contentos no se les ve (no nos atrevemos a preguntarles si han podido ver
macacos o no, por miedo a hacer realidad la información del cartel del parque).
Cuando nos estamos acercando al parque nos sorprende una bonita imagen del
valle con el río Yoyogi a sus pies y un manantial (con un géiser de vapor) y el
ryokan Korakukan en la ladera opuesta.
Llegamos
finalmente a la entrada del parque y hay colgado un nuevo cartel informativo: NO
MONKEYS. No nos lo podemos creer. Junto a él, hay un cartel que informa de
las horas en que suelen bajar de las montañas al parque: la mayor parte de las
veces están ya allí cuando lo abren a las 08:30 hrs aunque hay días en que empiezan
a avistarlos a eso de las 11:00-11:30 hrs (está colgado el calendario con todos
los horarios de los últimos 2 meses). Miramos el reloj: son las 10:45 hrs.
¡Todavía no es hora de desesperar! Le preguntamos a la taquillera que opciones
tenemos. La tía ni se inmuta y nos da una respuesta ambigua: “puede que vengan
y puede que no. Nadie puede saberlo”. Nosotros compramos las entradas. Nos
metemos en la tienda del recinto para ir al WC. Tienen puesto un video precioso
con imágenes de los macacos. Me lo quedo mirando apenado: puede que sea la
única forma de ver hoy los macacos. Empiezo a pensar en cómo cambiar la
logística del viaje para tener una 2º oportunidad mañana.
Decidimos
salir a echar un vistazo. Hay un pequeño camino que te conduce hacia la pasarela
central y la zona del manantial. ¡Y de repente los vemos! ¡Pero si están ahí
delante! ¡Y hay un montonazo! ¡Están bajando de la montaña! ¡Que nervios! ¡Saca
la cámara ya! ¡Y yo con estos pelos! ¡David: corre a avisar a la taquillera de
que estamos invadidos por macacos! ¡No paran de bajar! ¿Y si nos atacan? Aquí
estamos solos… ¡Que vengan los vigilantes! ¿Nos acercamos? ¿Nos quedamos
quietos? ¿Llueve? No tranquilos, hace sol. ¿Y lo de los pelos?
David
vuelve y nos dice que ya están informados de la llegada de los macacos. En
menos de 2 minutos aparece un vigilante que se acerca tan tranquilo a la
pasarela donde empiezan a amontonarse los monos y… ¡pasa junto a ellos como si
nada! ¡Ya! ¡Debe ser porque lo conocen! Llega una señora detrás de nosotros y
también se queda cerca nuestro. ¡Aquí nadie se atreve a pasar! Entonces Fani me
dice que pase con cuidado. “¡Hazlo por los niños! ¡Ellos no pueden ser los primeros!”.
Tiene razón. Decido pasar. La sensación es como la de la peli de Los pájaros;
pasas muy poco a poco y sin hacer el menor movimiento brusco. Los monos no
cambian de actitud ni dejan de hacer lo que están haciendo; la gran mayoría o
están sentados tan tranquilos (algunos me miran) o pasan junto a mí, sin más.
Como todo va bien, Fani y los niños empiezan a pasar detrás de mí (también la
señora que se había quedado rezagada). Llegamos todos sanos y salvos a una zona
más ancha (con 2 niveles y unas escaleras), junto al manantial. En esa zona hay
más turistas, acercándose a los macacos y haciéndoles fotos. Nos unimos a
ellos. Se ve todo muy seguro. Además, hay personal del parque por allí y no van
armados ni nada de eso. Me da la impresión de que vigilan más a los turistas
(que ninguno se desmadre) que a los propios macacos. Dentro de las normas del
parque está prohibido darles de comer e interactuar con ellos. Y se recomienda
mantener una distancia prudencial con ellos; esta norma es muy difícil de
mantener pues están por todas partes y se te acercan mucho. Los macacos van a
su bola.
Nosotros
aprovechamos para recordarles a nuestros peques las normas de seguridad. Entre
risas nos acordamos todos del cuento de la “velluguet”. “Si us plau! Feu el
favor de no fer-li pessigolles als macacos!”.
Vemos
muchas mamás con sus crías. Las más pequeñas van enganchadas a su panza
mientras su madre se mueve. Después las suelen dejar en el suelo, junto a ellas
mientras comen. Es muy gracioso como comen (casi todo son semillas): parece que
les falten manos… Los macacos más pequeños juegan entre ellos de forma muy divertida
hasta que viene la madre de alguno de ellos y se lo lleva. Vemos macacos más
mayores juntos quitándose las pulgas los unos a los otros. El plato estrella es
la zona del manantial (más pequeña de lo que nos había parecido en los
documentales de la tele): muchos macacos se arcercan allí a darse un bañito
(hace bastante calor), a beber agua o simplemente a relajarse. Es el momento ideal
de acercarse a ellos, aunque ir con cuidado de no mostrarles muy de cerca las
cámaras. El tiempo que estamos allí no vemos que le quiten nada a nadie. Nos
movemos de la zona a otras más inferior tras bajar un tramo de escaleras y que
pasa junto al río. Hay una pequeña cascada y los macacos bajan en grupo hasta
allí. Vemos alguna pelea territorial entre macacos grandes. Vemos como
atraviesan el río salatando de piedra en piedra; son muy ágiles. Alguno se mete
por un saliente dentro de la propia cascada. Es todo muy espectacular.
Los
niños se lo pasan muy bien y no paran de mirar a todos lados. A ellos les
faltan ojos. Los miran admirados. Nos van
señalando las zonas de más interés y nos dicen a cuáles tenemos que grabar y/o
fotografiar. Estamos casi 2 horas que se pasan en un santiamén.
Al
salir los niños nos piden algo de comer (llevábamos un tentempié bien escondido
en la mochila). Nos sentamos en una piedra cuando empieza el camino de regreso
por el bosque y les damos a los niños su parte. Al poco de estar sentados Fani
se da cuenta de que ha llegado un macaco hasta allí y de que se nos está
acercando sigilosamente. Recogemos todo en un abrir y cerra de ojos y volvemos
a entrar en el parque para comérnoslo más tranquilamente dentro de la caseta. ¡Vaya
susto!
De
vuelta volvemos a recorrer la ruta Yumichi, que pasa por dentro del bosque.
Esta vez bien contentos y felices pues hemos tenido una buena ración de
macacos. Cuando llegamos a la parada de Kanbayashi Onsen nos detenemos a
comer en un restaurante muy chulo con hamacas y terraza exterior, donde sobran
mesas. Pedimos unos sandwiches y una ensalada para los papas y un fish and
chips para los peques. Al acabar de comer nos tomamos los cafés sentados en
la terraza, tomando el solete.
Como
son solo las 15:00 hrs y tenemos toda la tarde por delante decidimos regresar al
ryokan caminando. Es una buena caminata, pero hace bajada. Primero se
pasa por el pueblo de Shibu Onsen y después por se llega a Yudanaka. Por el
camino pasamos por un santuario y una fábrica de sake (que pasamos de visitar
pues no queremos entretenernos tanto) y se tienen vistas bonitas del río
Yoyogi, que acabamos atravesando por unos de sus puentes. Entre Shibu Onsen y
Yudanaka vamos a ver un templo que hay en lo alto de un empinado tramo de escaleras
(¡los niños están caminando hoy mucho!); allí nos encontramos una estatua
gigantesca de la deidad Kannon de la Paz Mundial.
Ya
en el ryokan nos encontramos con la agradable sorpresa de que volvemos a
ser los únicos huéspedes del alojamiento esa noche. Aprovechamos otra vez para
darnos un merecido baño termal todos juntos y regalarnos otra cena degustación.
Esta vez es “algo más ligera”: nuestra anfitriona nos sirve una sopa de pescado
(en un caldero enorme y te vas poniendo la que quieres), pollo rebozado y nos
enseña a liar con papel de algas nuestros propios rolls de arroz, poniendo el
contenido que queramos (hay unos revueltos caseros de carne tipo rosbif y de
una especie de ensaladilla de rusa casera que están para chuparse los dedos; a
los niños se los hacemos con tortilla y pepino). Nos lo tomamos con un saque fresquito
(los niños agua). De postre tenemos cerezas.
Por
la noche (cuando acabamos de cenar son las 20:00 hrs), acabamos la sesión de
cine que empezamos la noche anterior. Y es que para preparar nuestra visita al
futuro mueso Ghibli en Tokio estamos viendo algunas de sus películas. Esta vez
tocaba Nausicaa en el valle del viento. La vemos sentados encima de los
tatamis y los futones de la habitación y utilizando el ordenador. Un precioso
final para una estancia de cine en Yudanaka.
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