12 de julio de 2019

¡NO LE HAGÁIS COSQUILLAS AL MACACO!

El motivo principal de nuestra visita a Yudanaka, aparte de vivir una experiencia ryokan en un entorno apropiado, es la visita al Parque de macacos de Yamanouchi (o snow monkeys en inglés). Y es que todos tenemos en mente esa imagen icónica de unos monos remojados en unas aguas termales y rodeados de nieve en pleno invierno. Pues resulta que esa imagen es del Parque de Yamanouchi y que puedes ir a ver los macacos en cualquier época del año, incluido el verano.
Como estuvo lloviendo todo el jueves (y en gran cantidad) nos levantamos algo inquietos con el tema de la climatología. Sabemos de antemano que si el tiempo no ayuda nos podemos quedar sin ver macacos. En la publicidad del parque ya avisan de que puede ser que haya días que no se dejen ver. Miramos por la ventana y respiramos algo aliviados: tenemos un día despejado y con sol. ¡Menos mal! Nos llevan en coche nuestros anfitriones; en apenas 10 minutos nos dejan en la parada de Kanbayashi Onsen. Allí nos encontramos con más turistas que van al Parque y con primer cártel electrónico informativo en el que pone: NO MONKEYS. Fani y yo nos quedamos mirando. ¿No monkeys? ¡Cómo que no monkeys! ¡Pero si hace un solazo del copón! ¿Como no van a bajar al Parque los adorables macacos con el buen tiempo que hace? Decidimos seguir adelante, aunque no las tenemos todas… Las caras de los demás turistas también son un poema (caras de preocupación y de inquietud…).
Para llegar al Parque de Yamanouchi desde la parada hay que hacerlo por una ruta de acceso, la ruta tradicional Yumichi. Se trata de un bonito paso de 1.6 kilómetros, perfectamente marcado y con poca pendiente. Se atraviesa un bosque precioso y la verdad es que vale mucho la pena. Se disfruta mucho y en menos de una hora nos plantamos en la entrada del parque. Por el camino nos vamos encontrando con carteles informativos que nos explican detalles acerca de los monos y te permiten ir aprendiendo muchas cosas. Nos paramos a leerlos con los niños. El parque de Jigokudani se inauguró en 1964 y es aquí donde viven unos 200 macacos. Aprendemos que es durante el día cuando bajan al parque; en invierno a bañarse en sus aguas termales y el resto del año a socializarse y relajarse en el agua. No tienen sitio fijo para dormir: suelen hacerlo fuera del parque, arremolinados y en lo alto de la montaña y en lugares de difícil acceso (copas de los árboles, rocas, acantilados, …). Comen brotes de los árboles, hojas nuevas, flores, frutas, nueces y semillas, pero también insectos y gusanos. El embarazo tiene una duración de 180 días y las hembras dan a luz entre abril y junio, por lo que tenemos la esperanza de ver muchas crías.
Leyendo toda esta información, descubrimos que va aumentando nuestra expectación. Mal asunto pues todavía puede ser que no los veamos. De hecho, nos vamos cruzando con turistas que ya vuelven y con caras difíciles de interpretar, aunque muy contentos no se les ve (no nos atrevemos a preguntarles si han podido ver macacos o no, por miedo a hacer realidad la información del cartel del parque). Cuando nos estamos acercando al parque nos sorprende una bonita imagen del valle con el río Yoyogi a sus pies y un manantial (con un géiser de vapor) y el ryokan Korakukan en la ladera opuesta.
Llegamos finalmente a la entrada del parque y hay colgado un nuevo cartel informativo: NO MONKEYS. No nos lo podemos creer. Junto a él, hay un cartel que informa de las horas en que suelen bajar de las montañas al parque: la mayor parte de las veces están ya allí cuando lo abren a las 08:30 hrs aunque hay días en que empiezan a avistarlos a eso de las 11:00-11:30 hrs (está colgado el calendario con todos los horarios de los últimos 2 meses). Miramos el reloj: son las 10:45 hrs. ¡Todavía no es hora de desesperar! Le preguntamos a la taquillera que opciones tenemos. La tía ni se inmuta y nos da una respuesta ambigua: “puede que vengan y puede que no. Nadie puede saberlo”. Nosotros compramos las entradas. Nos metemos en la tienda del recinto para ir al WC. Tienen puesto un video precioso con imágenes de los macacos. Me lo quedo mirando apenado: puede que sea la única forma de ver hoy los macacos. Empiezo a pensar en cómo cambiar la logística del viaje para tener una 2º oportunidad mañana.
Decidimos salir a echar un vistazo. Hay un pequeño camino que te conduce hacia la pasarela central y la zona del manantial. ¡Y de repente los vemos! ¡Pero si están ahí delante! ¡Y hay un montonazo! ¡Están bajando de la montaña! ¡Que nervios! ¡Saca la cámara ya! ¡Y yo con estos pelos! ¡David: corre a avisar a la taquillera de que estamos invadidos por macacos! ¡No paran de bajar! ¿Y si nos atacan? Aquí estamos solos… ¡Que vengan los vigilantes! ¿Nos acercamos? ¿Nos quedamos quietos? ¿Llueve? No tranquilos, hace sol. ¿Y lo de los pelos?
David vuelve y nos dice que ya están informados de la llegada de los macacos. En menos de 2 minutos aparece un vigilante que se acerca tan tranquilo a la pasarela donde empiezan a amontonarse los monos y… ¡pasa junto a ellos como si nada! ¡Ya! ¡Debe ser porque lo conocen! Llega una señora detrás de nosotros y también se queda cerca nuestro. ¡Aquí nadie se atreve a pasar! Entonces Fani me dice que pase con cuidado. “¡Hazlo por los niños! ¡Ellos no pueden ser los primeros!”. Tiene razón. Decido pasar. La sensación es como la de la peli de Los pájaros; pasas muy poco a poco y sin hacer el menor movimiento brusco. Los monos no cambian de actitud ni dejan de hacer lo que están haciendo; la gran mayoría o están sentados tan tranquilos (algunos me miran) o pasan junto a mí, sin más. Como todo va bien, Fani y los niños empiezan a pasar detrás de mí (también la señora que se había quedado rezagada). Llegamos todos sanos y salvos a una zona más ancha (con 2 niveles y unas escaleras), junto al manantial. En esa zona hay más turistas, acercándose a los macacos y haciéndoles fotos. Nos unimos a ellos. Se ve todo muy seguro. Además, hay personal del parque por allí y no van armados ni nada de eso. Me da la impresión de que vigilan más a los turistas (que ninguno se desmadre) que a los propios macacos. Dentro de las normas del parque está prohibido darles de comer e interactuar con ellos. Y se recomienda mantener una distancia prudencial con ellos; esta norma es muy difícil de mantener pues están por todas partes y se te acercan mucho. Los macacos van a su bola.
Nosotros aprovechamos para recordarles a nuestros peques las normas de seguridad. Entre risas nos acordamos todos del cuento de la “velluguet”. “Si us plau! Feu el favor de no fer-li pessigolles als macacos!”.
Vemos muchas mamás con sus crías. Las más pequeñas van enganchadas a su panza mientras su madre se mueve. Después las suelen dejar en el suelo, junto a ellas mientras comen. Es muy gracioso como comen (casi todo son semillas): parece que les falten manos… Los macacos más pequeños juegan entre ellos de forma muy divertida hasta que viene la madre de alguno de ellos y se lo lleva. Vemos macacos más mayores juntos quitándose las pulgas los unos a los otros. El plato estrella es la zona del manantial (más pequeña de lo que nos había parecido en los documentales de la tele): muchos macacos se arcercan allí a darse un bañito (hace bastante calor), a beber agua o simplemente a relajarse. Es el momento ideal de acercarse a ellos, aunque ir con cuidado de no mostrarles muy de cerca las cámaras. El tiempo que estamos allí no vemos que le quiten nada a nadie. Nos movemos de la zona a otras más inferior tras bajar un tramo de escaleras y que pasa junto al río. Hay una pequeña cascada y los macacos bajan en grupo hasta allí. Vemos alguna pelea territorial entre macacos grandes. Vemos como atraviesan el río salatando de piedra en piedra; son muy ágiles. Alguno se mete por un saliente dentro de la propia cascada. Es todo muy espectacular.
Los niños se lo pasan muy bien y no paran de mirar a todos lados. A ellos les faltan ojos. Los miran admirados.  Nos van señalando las zonas de más interés y nos dicen a cuáles tenemos que grabar y/o fotografiar. Estamos casi 2 horas que se pasan en un santiamén.
Al salir los niños nos piden algo de comer (llevábamos un tentempié bien escondido en la mochila). Nos sentamos en una piedra cuando empieza el camino de regreso por el bosque y les damos a los niños su parte. Al poco de estar sentados Fani se da cuenta de que ha llegado un macaco hasta allí y de que se nos está acercando sigilosamente. Recogemos todo en un abrir y cerra de ojos y volvemos a entrar en el parque para comérnoslo más tranquilamente dentro de la caseta. ¡Vaya susto!
De vuelta volvemos a recorrer la ruta Yumichi, que pasa por dentro del bosque. Esta vez bien contentos y felices pues hemos tenido una buena ración de macacos. Cuando llegamos a la parada de Kanbayashi Onsen nos detenemos a comer en un restaurante muy chulo con hamacas y terraza exterior, donde sobran mesas. Pedimos unos sandwiches y una ensalada para los papas y un fish and chips para los peques. Al acabar de comer nos tomamos los cafés sentados en la terraza, tomando el solete.
Como son solo las 15:00 hrs y tenemos toda la tarde por delante decidimos regresar al ryokan caminando. Es una buena caminata, pero hace bajada. Primero se pasa por el pueblo de Shibu Onsen y después por se llega a Yudanaka. Por el camino pasamos por un santuario y una fábrica de sake (que pasamos de visitar pues no queremos entretenernos tanto) y se tienen vistas bonitas del río Yoyogi, que acabamos atravesando por unos de sus puentes. Entre Shibu Onsen y Yudanaka vamos a ver un templo que hay en lo alto de un empinado tramo de escaleras (¡los niños están caminando hoy mucho!); allí nos encontramos una estatua gigantesca de la deidad Kannon de la Paz Mundial.
Ya en el ryokan nos encontramos con la agradable sorpresa de que volvemos a ser los únicos huéspedes del alojamiento esa noche. Aprovechamos otra vez para darnos un merecido baño termal todos juntos y regalarnos otra cena degustación. Esta vez es “algo más ligera”: nuestra anfitriona nos sirve una sopa de pescado (en un caldero enorme y te vas poniendo la que quieres), pollo rebozado y nos enseña a liar con papel de algas nuestros propios rolls de arroz, poniendo el contenido que queramos (hay unos revueltos caseros de carne tipo rosbif y de una especie de ensaladilla de rusa casera que están para chuparse los dedos; a los niños se los hacemos con tortilla y pepino). Nos lo tomamos con un saque fresquito (los niños agua). De postre tenemos cerezas.
Por la noche (cuando acabamos de cenar son las 20:00 hrs), acabamos la sesión de cine que empezamos la noche anterior. Y es que para preparar nuestra visita al futuro mueso Ghibli en Tokio estamos viendo algunas de sus películas. Esta vez tocaba Nausicaa en el valle del viento. La vemos sentados encima de los tatamis y los futones de la habitación y utilizando el ordenador. Un precioso final para una estancia de cine en Yudanaka.










No hay comentarios: