Decidimos
emplear la mañana en visitar el templo Zenkoji, uno de los mayores atractivos
turísticos de la ciudad de Nagano. Llegamos caminando desde la estación
atravesando la calle Omotesando (tardamos poco más de media hora). Es una
avenida ancha, con muchas tiendas, restaurantes y templos. Hace algo de cuesta,
pero como vamos frescos nadie se queja (además queda el consuelo de que a la vuelta
hará bajada). Por el camino encontramos una estatua conmemorativa de los juegos
olímpicos de invierno que se celebraron en la ciudad en el año 1998.
Justo
cuando la calle se estrecha y empieza a llenarse gente (incluidos grupos
escolares uniformados), vemos que nos estamos acercando al templo. Llegamos a
su puerta de acceso, la puerta Niomon, construida hace más de 100 años (la
anterior fue destruida por un incendio). El templo fue fundado en el siglo VII
(tiene pues más de 1400 años de historia). A nosotros lo que nos llama la
atención es la presencia de una estatua (a nuestra derecha según llegamos): la
de un mapache muy simpático absorto en sus rezos. Resulta que hay una leyenda
del mapache o mujina de Zenkoji: cuante que había un mapache que se
sentía culpable por comerse a otros animales de la región y que decidió
transformarse en hombre y peregrinar hasta el templo Zenkoji y dedicarle una
lámpara de piedra. Pero llegó tan cansado que se quedó dormido justo al llegar
y se volvió a transformar en humano. Cuando fue descubierto corrió despavorido
sin completar su objetivo. El monje principal del templo supo de su historia y
construyó una en su recuerdo (la mujina toro, que está en el salón
principal Hondo). David y Layra se quedan mirando al mapache con cara de
curiosidad, tras escuchar la historia.
Tras
atravesar la puerta Niomon, atravesamos la calle Nakamise (la típica calle de
acceso a un templo, llena de tiendas y con mucho ambiente. A medio camino, nos
encontramos con un pequeño altar con una estatua Jizo (a la izquierda según
caminamos) que marca el lugar original donde estaba el salón principal del
templo entre los años 642 y 1700. Resulta que durante todos esos años fue
destruido en muchas ocasiones por incendios y se decidió cambiar la ubicación a
200 metros, algo más apartado de las casas que ya había en la zona. Esto de los
incendios es un tema recurrente en nuestras visitas a templos; se nota que hay
mucha madera. De hecho, unos metros más arriba (a mano derecha) vemos una
estatua de un Jizo mojado, el Nurebotoke, creado para prevenir más
incendios en el templo. A su lado también vemos 6 estatuas muy bonitas que
representan a los bodhisattvas del templo (seres que abandonan la iluminación
budista para salvar a otros).
El
tiempo no deja de estar nublado en ningún momento; queda claro que hoy no vamos
a ver el sol. Aunque no vamos a quejarnos, después del solazo de Shirakawago y
de Matsumoto de esta semana. Con estas historias de mapaches y deidades
protectoras del fuego, la verdad es que la visita se nos hace más amena.
Además, al comprar las entradas de acceso al templo principal, nos enteramos de
que en su interior hay un largo túnel donde reina una oscuridad completa y
puedes encontrar la llave de la iluminación. ¡Imaginaos la expectación que levanta
en nuestros peques sólo la idea de recorrerlo! Volvemos a prometerles que vamos
a pasar por dentro (si es que nos dejan…): ¿craso error?
Entramos
en el patio interior tras pasar por la segunda gran puerta de acceso al templo,
la puerta Sanmon. Se puede subir a su 2ª planta (hay que pagar entrada), pero
nosotros decidimos ir directamente al templo principal y su “túnel de la
iluminación”. El salón Hondo es una reconstrucción de 1707 (tras la “mudanza
definitiva”) y es una de las mayores estructuras de madera de Japón. Vemos que
es muy diferente de los templos rojizos y con detalles multicolores de la mayor
parte de templos de Kyoto; éste es más sobrio, aunque no por ello deja de
llamarnos mucho la atención. Y llegamos al momentazo estrella de la visita para
nuestros peques: debajo del altar principal está el túnel Okaidan o
túnel de la iluminación. No vemos que haya ningún impedimento para atravesarlo
con nuestro peques, así que… ¡allá que vamos! Primero bajamos con cuidado unas
escalinatas de acceso. Al principio entra algo de claridad, pero ya vemos que a
medida que avanzamos la oscuridad empieza a ser total. Avanzamos muy despacio y
con mucho cuidado por este orden: Fani delante con Laura pegada, David detrás y
yo al final. Vamos tocando las paredes para poder avanzar (pone que no se debe
hacer, pero es muy recomendable si no quieres pegarte una buena castaña con
alguna pared ya que el recorrido no es recto). Como hay más visitantes
avanzando por él, vamos con cuidado. No es muy largo, la verdad, pero a tanto a
Fani como a mí se nos hace eterno. Ni que decir tiene que los niños avanzan muy
emocionados y expectantes. Conseguimos llegar al final (la claridad que procede
de la escalinata de subida te lo marca) cuando Fani ya empieza a agobiarse
bastante. No hemos encontrado ninguna llave, pero nos lo hemos pasado muy bien,
la verdad. David nos pide pasar una 2ª vez (se puede, por supuesto). Laura se
apunta enseguida. Como Fani no se ha recuperado del agobio, decido bajar esta
vez sólo con ellos. Vamos en fila, bien agarraditos. Como no hemos encontrado
la llave pasamos moviendo el brazo que tenemos libre por el aire buscándola
(con el otro brazo nos cogemos los unos a los otros). Vaya por delante que la
sensación en esta incursión es muy diferente: como ya te conoces (más o menos)
el recorrido y la duración, digamos que no es tan especial como la primera vez.
Por delante va una familia de turistas muy ruidosa y que, además, tiene la
“ocurrencia” de endender la linterna del móvil a medio camino. Oigo que se abre
una puerta y un señor se pone a vociferar (supongo que debe tratarse de un
monje que les está echando la bulla). Al final seguimos sin la llave, pero nos
los hemos vuelto a pasar muy bien. David nos vuelve a pedir pasar una 3ª vez.
Esta vez no cuela…
Algo
cansados después de nuestras aventuras en el túnel y viendo que se pone a
llover, decidimos sentarnos en un banco que hay en una zona techada cerca del
templo principal, a comernos el tentempié que llevamos (galletas, algo de fruta
y leche para los niños). De repente, los operarios del templo se ponen a tocar
(con diferentes latencias) todas las campanas que hay repartidas por todo el
recinto. Son las 12:00 hrs y suponemos que lo deben hacer todos los días. Es
una experiencia muy bonita. Nos quedamos en silencio escuchando.
Como
el tiempo no parece que vaya a mejorar, decidimos ir terminando la visita.
Exploramos la parte trasera del templo principal, donde hay tumbas, altares,
lámparas de piedra y monumentos conmemorativos de personalidades fallecidas. La
visita deja de tener interés para nosotros y decidimos ir regresando hacia la
entrada principal.
Exploramos
una zona de templos accesorios (quedan a mano derecha según sales) donde
encontramos una deidad que sujeta un niño en brazos (suponemos que está
relacionada con niños fallecidos) y algunas curiosidades (entre ellas una
espada tridente). En esta zona no hay casi nadie y estamos muy tranquilos.
De
salida me da por buscar el monumento con las huellas de Buda talladas en
piedra. No entiendo como lo henos podido pasar por alto. Una cosa es que no dé
con la llave en el templo y otra que no encuentre las dichosas huellas.
Finalmente damos con ellas: están pasada la puerta Sanmon, a su izquierda y
tras recorrer un pequeño sendero.
Como
son casi las 13:00 hrs, decidimos ir volviendo en dirección a la estación de
tren. Ha dejado de llover, aunque hace bastante frío por la humedad (¡y
nosotros con calzado abierto!). Por el camino encontramos una hamburguesería con
decoración de estilo hawaiano que nos llama la atención y decidimos comer allí.
Sus hamburguesas de ternera están muy ricas especialmente la que me pido con
aguacate. Las de los niños (de pollo) no están tan buenas así que decidimos
repartir las nuestras con ellos. Al salir está cayendo una verdadera tromba de
agua así que acabamos corriendo con los chubasqueros y paraguas en mano hasta
llegar a la estación (menos mal que la hamburguesería estaba cerca). Nos
tomamos un café calentito en un Starbucks para entrar en calor… ¿Pero no
estábamos en verano?
Nuestro siguiente destino es Yudanaka, situada cerca del valle de Jigokudani. Para llegar hasta allí no nos sirve nuestro JR Pass; tenemos que subir en un tren limited express de la Dentetsu Nagano Line. El viaje en tren es cortito (no llega a una hora) y el viaje es una gozada no sólo por las vistas (el tren está modernizado y tiene unos ventanales espectaculares, especialmente en la parte trasera) sino por cómo se desarrolla pues va salvando (sin que apenas de des cuenta) un desnivel importante.
Una vez en la estación nos vienen a recoger del alojamiento que tenemos reservado. Hemos decidido vivir aquí nuestra experiencia ryokan de Japón (aunque ya tuvimos un anticipo en Miyajima). Nos alojamos en el Yudanaka Yasuragi: se trata de un ryokan pequeño de apenas 6 habitaciones regentado por una pareja de japoneses de avanzad edad, pero muy amables (aunque casi no hablan inglés, especialmente ella). Esta vez sí que las habitaciones son de estilo japonés e incluyen suelo de tatami, futones y batas yukata. El lavabo es público, pero dispone de baños termales. Al llegar descubrimos que esta noche somos los únicos clientes del alojamiento así que nos dejan bañarnos juntos en el mismo baño (habitualmente hay separación por sexos, lógicamente). Tras pasar por el supermercado que hay enfrente (compramos el desayuno del día siguiente), no nos lo pensamos 2 veces: nos ponemos nuestras batas y bajamos a los baños. Primero nos duchamos y luego nos metemos en el baño. El agua está muy caliente y no podemos entrar de golpe (entramos poquito a poco). Laura consigue entrar de cintura para abajo y David sí lo logra. Enseguida nos ponemos rojos como un tomate y no tardamos en salir. David va entrando y saliendo varias veces y no para de reír. Donde se lo pasan mejor es en la zona de duchas: hay unos pequeños barreñitos donde acumulas el agua para luego tirártela encima y quitarte el jabón: pues los llenan de agua fría, y se los van tirando encima entre ellos para recuperarse del “calentón” del baño. La verdad es que nos lo pasamos muy bien. Cuando vemos que la cosa ya empieza a desmadrarse (con nuestros peques siempre acaba pasando) decidimos salir.
A
las 19:00 hrs tenemos reservada una cena japonesa kaiseki tradicional. Comedor
con tatamis, mesa baja y bien agachaditos. Nos empiezan a traer un montón de
platos y la verdad es que está todo buenísimo, especialmente la ternera (que
nos cocinamos nosotros mismos con la ayuda de un pequeño hervidor). A los niños
les sirven un menú infantil con un poco de todo, incluyendo algún plato
occidental (aunque la tempura siempre es un socorrido recurso). Estamos solos
en el comedor y la señora no hace más que traernos platos y más platos. Cuando
ya no podemos más la cosa se acaba (¡menos mal!). ¡La verdad es que estaba todo
buenísimo!
Al
final conversamos con nuestra anfitriona, con la inestimable ayuda del google
translator, acerca de la logística de la excursión del día siguiente y le
damos las gracias por la cena.
¡Arigato
gozaimasu!
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