17 de julio de 2019

ODAIBA Y LA MAGIA

Nuestro penúltimo día en Japón nos tiene reservada una visita muy especial: la de la isla artificial de Odaiba, situada en la bahía de Tokio. Hemos decidido pasar el día entero allí para no agobiarnos y poder disfrutar de un montón de atracciones turísticas. Además, amanece soleado. ¡Ya era hora!

La mejor manera de llegar a Odaiba es utilizar la línea de tren Yurikamome que une Shimbashi con Toyosu y que cuenta con un recorrido con varias paradas en Odaiba. Como ya tenemos decidido pasar el día allí y pensamos usarlo varias veces, compramos el pase de un día para poder subir y bajar las veces que queramos y sin tener que preocuparnos de volver a pasar por caja más veces. Es una línea un tanto peculiar comparada con otros trenes de la ciudad. En efecto, está completamente automatizada y no hay conductor. Además, la ruta está completamente descubierta, por lo que las vistas son realmente espectaculares. Conseguimos sentarnos en los asientos delanteros del primer coche y resultan una auténtica pasada: como no hay conductor, tienes la visión frontal del recorrido sólo para ti y eso es alucinante. Los niños no pueden dejar de mirar y señalarlo todo. Llega más gente con el mismo propósito, pero nosotros ya tenemos la posición tomada. Lo más espectacular es cuando el tren atraviesa el Rainbow Bridge, por su moderno monorraíl. El ambiente es tan futurista que parece que estés en otro planeta.


Nos bajamos en Daiba para nuestra primera parada, la visita al edificio de la Fuji TV, obra del arquitecto japonés Tange Kenzo en 1996. El diseño futurista del edificio no tiene desperdicio, con su revestimiento de aluminio y sus 25 plantas. Empezamos la visita accediendo a las plantas inferiores por unas escaleras mecánicas muy largas y cubiertas por una estructura acristalada. Allí nos espera una figura de gran tamaño de Laugh-Kun, el simpático perro azul que sirve de mascota a la Fuji TV y con el que volveremos a cruzarnos más veces a lo largo de la visita. Nuestros peques ya nos piden la foto con él nada más verlo. Compramos unas entradas para poder visitar el mirador Hachitama, situado en lo más alto del edificio y que ocupa su reconocible esfera. Subimos en ascensor y llegamos al mirador. No es muy alto, pero nos ofrece unas preciosas vistas de la bahía de Tokio y de la zona de Odaiba. Con día despejado no perdemos la ocasión de recrearnos con otra sesión de fotos panorámicas.  Además, se me acerca una simpática empleada del local y me da unas gafas de sol para que éste no me deslumbre durante la visita. ¡Que considerada! La esfera tiene 32 metros de diámetro, pesa 1200 toneladas y se sitúa a 123 metros del suelo. El mirador es de 270 grados y está orientado a la bahía, principalmente.  El Rainbow Bridge se ve precioso desde allí. Cuando terminamos la visita y nos disponemos a bajar Fani me pregunta de donde he sacado las gafas de sol. Yo le digo que me las han dejado para hacer la visita. Entonces miro alrededor y veo que nadie las lleva. O soy el único al que se las han ofrecido (poco probable) o es que se han pensado que eran mías. Votamos por lo segundo. Se las devuelvo a la empleada que me mira con cara de extrañeza. Tierra trágame. Bajamos a la planta 24 donde deambulamos por los pasillos del interior del edificio. No es que haya nada especial que ver pero desde sus ventanales puedes apreciar mejor la esfera y tienes vistas de la parte de la bahía que no se ven desde el mirador.



Los niños salen emocionados con tanta modernidad en un precioso día soleado. ¡Pobrecitos! ¡No saben que hoy les esperan muchas más sorpresas!

Cruzamos a pie la isla (no tardamos más de 15 mins en línea recta de costa a costa) y llegamos al centro comercial DiverCity que no nos interesa en absoluto. Sí nos interesa su entrada donde se encuentra el espectacular Gundam de Odaiba, el RX-0 Unicorn (el modelo actual es de septiembre del 2017). Se trata de una impresionante estatua de 19.7 metros de alto que hace las delicias de niños y no tan niños. Cuando llegamos ya hay mucha gente por sus alrededores. Los niños flipan, claro. Descubrimos que faltan apenas 20 minutos para que empiece una de las sesiones de luz y sonido, la de las 13:00 hrs, en la que el Gundam cambia a modo Destroy. Decidimos hacer tiempo entrando al Gundam Café donde hay una tienda de souvenirs donde no podemos resistirnos a comprarles unas figuritas Gundam a nuestros peques y una camiseta para mí. Esperamos sentados a que empiece el espectáculo; los niños aprovechan para montar sus figuritas y jugar un rato. La sesión empieza y apenas dura un minuto, pero sorprende ver como se mueven algunas de sus piezas y, efectivamente, el robot cambia de posición (o más concretamente, de modo de ataque).


A esas horas el hambre empieza a apretar y decidimos ir a comer. Como no tenemos ganas de entrar en ningún centro comercial optamos por regresar caminando de nuevo al otro extremo de la isla para obsequiar a nuestros peques (¡vaya día que llevamos!) con unas hamburguesas hawaianas en el restaurante Kua´Aina. Están buenísimas, especialmente la de aguacate con sus patatas fritas. Los precios son ajustados y desde el restaurante seguimos disfrutando de vistas de la bahía. Al salir nos encontramos con la réplica de la Estatua de la Libertad. Es muy curiosa de ver, no porque sea espectacular (sus dimensiones son diminutas en comparación con la original) sino por la sensación de que algo no encaja al verla. Lo curioso es que en realidad es una réplica de la estatua que hay en el río Sena en París, no una réplica de la de Nueva York.


Para la tarde tenemos una sorpresa muy especial para todo el grupo: la visita al museo de arte digital Team Lab Borderless. Este museo de arte digital utiliza proyectores digitales para crear obras de arte animadas que se mueven por las paredes, el suelo y el techo en un espacio de 10000 metros cuadrados y es toda una sensación en la ciudad. Nosotros tenemos las entradas reservadas desde España y basta con enseñar el código QR que nos envían por mail la noche previa al día de la reserva. Dejamos nuestra mochila en una taquilla de la entrada y entramos a explorar un mundo virtual de luz y sonido que no deja indiferente a nadie. Nada más entrar nos explican que la visita es libre y que no hay un recorrido en concreto. No hay mapas, reglas ni límites. Nunca habíamos estado en un sitio así. Se trata de ir caminando libremente y de ir descubriendo las diferentes salas y exposiciones al azar. Pronto descubrimos que esta forma especial de visita tiene sus ventajas e inconvenientes. Las ventajas son que como hay TANTÍSIMA gente por todas partes, ésta se reparte enseguida por el museo y no tienes la sensación de hacer cola todo el rato. La segunda es que a los niños les encanta hacer de guías y llevarnos de un sitio para otro y eso les hace ser protagonistas. La desventaja es que, como todo está oscuro y hay poca señalización, enseguida empiezas a caminar por zonas donde ya has estado mientras intentas encontrar las exposiciones más destacadas. Como Fani ya viene estudiada, tiene fijado entre ceja y ceja recorrer una sala con lámparas suspendidas en el techo que van cambiando de color y una enorme sala con una cascada de luz. La segunda la encontramos rápido, afortunadamente. Lo difícil es poder hacerle una fotografía. Y es que la gente no para de hacerse selfies y estropea la experiencia de los demás. La verdad es que pronto descubrimos que, con tanta gente por todas partes, la visita pierde sentido. No entendemos para qué hay que reservar las entradas si luego entra todo el mundo (es como cuando vamos a Port Aventura) y porqué motivo permiten hacer fotografías, lo cual ralentiza mucho tanto la visita como el visionado de las obras.

No tardamos en toparnos con una primera cola; como es bastante larga y ya hemos explorado gran parte del museo, deducimos que debe ser para entrar en la sala de las lámparas de Fani. Avanza muy despacio y “perdemos” cerca de 45 minutos en ella (¡ni que fuéramos a subir al Dragon Khan!). Al final descubrimos que no es la de las lámparas: se trata de una sala donde te tumbas en una red suspendida (como una tela de araña) y ves un espectáculo de luz y sonido de aproximadamente 5 minutos de duración. La experiencia no está nada mal, sino fuera porque este mismo espectáculo ya lo hemos visto y sin colas en otra sala ( pero sin tela de araña ). ¡Rayos y truenos!




Fani empieza a desesperarse, pero intentamos animarla. La sala de las lámparas no puede estar muy lejos. ¡Nos queda la segunda planta por explorar! Descubrimos que llegar hasta ella no es nada fácil, pero utilizando el ingenio y gastando un poco más de tiempo lo logramos. Allí nos encontramos con una zona del museo donde el visitante puede interactuar más con el entorno. De hecho, hay zonas especialmente diseñadas para que los niños jueguen: desde colchonetas, hasta toboganes y globos. Hay ballenas, lagartijas, peces y flores que se mueven por el suelo, por las paredes y por el techo. Imposible atraparlas. Nos sorprende sobretodo una zona donde puedes crear diferentes animaciones en un mural que interactúan de diferente forma con las animaciones que han creado otros. Es muy curioso, la verdad. En esta sala David y Laura pasan un buen rato. Al final los tenemos que “obligar” a salir y es que el tiempo pasa más deprisa de lo que nos pensamos y seguimos sin dar con la sala de las lámparas. 



Después de seguir recorriendo la 2ª planta llegamos a la conclusión de que la sala allí no está y volvemos a bajar a la planta principal a volver a “probar suerte”. Esta vez optamos por hacer trampas (la sala se ha convertido ya a estas alturas de la visita en una “cuestión de estado”) e interrogamos a una de las empleadas del museo sobre su ubicación (foto del móvil en mano). Y es que ya no estamos para tonterías. Llegamos finalmente al lugar y nos encontramos con una pequeña cola. Los niños empiezan a estar irritados. Logramos convencerles: la cola es corta y al acabar nos iremos. Acceden. Lo que no saben (nosotros tampoco) es que esta primera cola te permite acceder a una 2ª zona de espera donde un auténtico gentío espera pacientemente su turno para acceder a la dichosa sala, con perdón. La zona de espera es como las de Port Aventura, con vallas que separan interminables carriles zigzagueantes repletos de gente. ¡Es desesperante! Pero esto es ya una cuestión de estado, repito. Hay que entrar en la sala sea como sea. Invertimos más de media hora. Cuando logramos entrar nos dan apenas 5 minutos de tiempo y nos ponemos como locos a recorrerla. Realmente es muy chula y merece mucho la pena, pero es bastante agobiante para que engañarnos. ¡Misión cumplida Gorbat!




Cuando salimos del museo son más de las 18:00 hrs. ¡Hemos estado dentro más de 3 horas! ¡Para flipar! Estamos cansados y sedientos. Decidimos merendar algo en el centro comercial. Compramos unas chocolatinas en un súper y entramos en un Starbucks a por leche fría para los niños y cafés para los papis. Nos tomamos un merecido descanso.

Decidimos acabar nuestra visita de la isla de Odaiba disfrutando de la puesta de sol cerca de su playa con vistas al Rainbow Brige y la bahía. Lo de playa es un decir porque nos encontramos con una inmensa valla que te impide acceder a ella y hasta con un vigilante incorporado. El acceso está prohíbido y el baño también. Las luces empiezan a encenderse y vemos un montón de barcazas encima del agua con música y turistas dentro disfrutando de una entrañable experiencia y… ¡puajjj! ¡Qué horror! ¡Odiamos los tours organizados! ¡Vámonos de aquí!



Recorremos un rato el paseo marítimo y su enorme oferta lúdica y de restauración. Pero optamos por iniciar el camino de regreso para cenar cerca de nuestro hotel. Estamos cansados, hemos merendado tarde, los precios son altos y no queremos llegar tan tarde como ayer. Volvemos a subir al moderno tren de la Yamanote Line pero esta vez la experiencia no es tan “auténtica” como por la mañana; el tren viene repleto de gente (para variar) y viajamos enlatados. Aunque el día nos depara una ultima sorpresa: desde los ventanales del tren y abriéndose uno paso entre el gentío, asoma una luna llena enorme y preciosa con su reflejo sobre la bahía y el Rainbow Bridge iluminado. ¡Sería precioso en otro contexto! Pero la realidad de Tokio nos engulle. ¡Bienvenido al mundo real! ¡Haber tomado la pastilla azul!

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