La mejor manera de llegar a Odaiba es
utilizar la línea de tren Yurikamome que une Shimbashi con Toyosu
y que cuenta con un recorrido con varias paradas en Odaiba. Como ya tenemos
decidido pasar el día allí y pensamos usarlo varias veces, compramos el pase de
un día para poder subir y bajar las veces que queramos y sin tener que
preocuparnos de volver a pasar por caja más veces. Es una línea un tanto
peculiar comparada con otros trenes de la ciudad. En efecto, está completamente
automatizada y no hay conductor. Además, la ruta está completamente descubierta,
por lo que las vistas son realmente espectaculares. Conseguimos sentarnos en
los asientos delanteros del primer coche y resultan una auténtica pasada: como
no hay conductor, tienes la visión frontal del recorrido sólo para ti y eso es
alucinante. Los niños no pueden dejar de mirar y señalarlo todo. Llega más
gente con el mismo propósito, pero nosotros ya tenemos la posición tomada. Lo
más espectacular es cuando el tren atraviesa el Rainbow Bridge, por su
moderno monorraíl. El ambiente es tan futurista que parece que estés en otro
planeta.
Los niños salen emocionados con tanta
modernidad en un precioso día soleado. ¡Pobrecitos! ¡No saben que hoy les esperan
muchas más sorpresas!
Cruzamos a pie la isla (no tardamos más
de 15 mins en línea recta de costa a costa) y llegamos al centro comercial
DiverCity que no nos interesa en absoluto. Sí nos interesa su entrada donde se
encuentra el espectacular Gundam de Odaiba, el RX-0 Unicorn (el modelo actual
es de septiembre del 2017). Se trata de una impresionante estatua de 19.7
metros de alto que hace las delicias de niños y no tan niños. Cuando llegamos
ya hay mucha gente por sus alrededores. Los niños flipan, claro. Descubrimos
que faltan apenas 20 minutos para que empiece una de las sesiones de luz y
sonido, la de las 13:00 hrs, en la que el Gundam cambia a modo Destroy. Decidimos
hacer tiempo entrando al Gundam Café donde hay una tienda de souvenirs
donde no podemos resistirnos a comprarles unas figuritas Gundam a nuestros peques
y una camiseta para mí. Esperamos sentados a que empiece el espectáculo; los
niños aprovechan para montar sus figuritas y jugar un rato. La sesión empieza y
apenas dura un minuto, pero sorprende ver como se mueven algunas de sus piezas
y, efectivamente, el robot cambia de posición (o más concretamente, de modo de
ataque).
A esas horas el hambre empieza a apretar y decidimos ir a comer. Como no tenemos ganas de entrar en ningún centro comercial optamos por regresar caminando de nuevo al otro extremo de la isla para obsequiar a nuestros peques (¡vaya día que llevamos!) con unas hamburguesas hawaianas en el restaurante Kua´Aina. Están buenísimas, especialmente la de aguacate con sus patatas fritas. Los precios son ajustados y desde el restaurante seguimos disfrutando de vistas de la bahía. Al salir nos encontramos con la réplica de la Estatua de la Libertad. Es muy curiosa de ver, no porque sea espectacular (sus dimensiones son diminutas en comparación con la original) sino por la sensación de que algo no encaja al verla. Lo curioso es que en realidad es una réplica de la estatua que hay en el río Sena en París, no una réplica de la de Nueva York.
Para la tarde tenemos una sorpresa muy
especial para todo el grupo: la visita al museo de arte digital Team Lab
Borderless. Este museo de arte digital utiliza proyectores digitales para
crear obras de arte animadas que se mueven por las paredes, el suelo y el techo
en un espacio de 10000 metros cuadrados y es toda una sensación en la
ciudad. Nosotros tenemos las entradas reservadas desde España y basta con
enseñar el código QR que nos envían por mail la noche previa al día de la
reserva. Dejamos nuestra mochila en una taquilla de la entrada y entramos a
explorar un mundo virtual de luz y sonido que no deja indiferente a nadie. Nada
más entrar nos explican que la visita es libre y que no hay un recorrido en
concreto. No hay mapas, reglas ni límites. Nunca habíamos estado en un sitio así. Se trata de ir caminando libremente y de ir descubriendo las diferentes
salas y exposiciones al azar. Pronto descubrimos que esta forma especial de
visita tiene sus ventajas e inconvenientes. Las ventajas son que como hay TANTÍSIMA
gente por todas partes, ésta se reparte enseguida por el museo y no tienes la
sensación de hacer cola todo el rato. La segunda es que a los niños les encanta
hacer de guías y llevarnos de un sitio para otro y eso les hace ser
protagonistas. La desventaja es que, como todo está oscuro y hay poca señalización,
enseguida empiezas a caminar por zonas donde ya has estado mientras intentas
encontrar las exposiciones más destacadas. Como Fani ya viene estudiada, tiene
fijado entre ceja y ceja recorrer una sala con lámparas suspendidas en el techo
que van cambiando de color y una enorme sala con una cascada de luz. La segunda
la encontramos rápido, afortunadamente. Lo difícil es poder hacerle una
fotografía. Y es que la gente no para de hacerse selfies y estropea la
experiencia de los demás. La verdad es que pronto descubrimos que, con tanta
gente por todas partes, la visita pierde sentido. No entendemos para qué hay
que reservar las entradas si luego entra todo el mundo (es como cuando vamos a
Port Aventura) y porqué motivo permiten hacer fotografías, lo cual ralentiza
mucho tanto la visita como el visionado de las obras.
No tardamos en toparnos con una primera
cola; como es bastante larga y ya hemos explorado gran parte del museo,
deducimos que debe ser para entrar en la sala de las lámparas de Fani. Avanza
muy despacio y “perdemos” cerca de 45 minutos en ella (¡ni que fuéramos a subir
al Dragon Khan!). Al final descubrimos que no es la de las lámparas: se trata
de una sala donde te tumbas en una red suspendida (como una tela de araña) y ves
un espectáculo de luz y sonido de aproximadamente 5 minutos de duración. La
experiencia no está nada mal, sino fuera porque este mismo espectáculo ya lo
hemos visto y sin colas en otra sala ( pero sin tela de araña ). ¡Rayos y truenos!
Fani empieza a desesperarse, pero
intentamos animarla. La sala de las lámparas no puede estar muy lejos. ¡Nos
queda la segunda planta por explorar! Descubrimos que llegar hasta ella no es
nada fácil, pero utilizando el ingenio y gastando un poco más de tiempo lo
logramos. Allí nos encontramos con una zona del museo donde el visitante puede
interactuar más con el entorno. De hecho, hay zonas especialmente diseñadas
para que los niños jueguen: desde colchonetas, hasta toboganes y globos. Hay ballenas, lagartijas, peces y flores que se mueven por el suelo, por las paredes y por el techo. Imposible atraparlas. Nos
sorprende sobretodo una zona donde puedes crear diferentes animaciones en un
mural que interactúan de diferente forma con las animaciones que han creado
otros. Es muy curioso, la verdad. En esta sala David y Laura pasan un buen
rato. Al final los tenemos que “obligar” a salir y es que el tiempo pasa más
deprisa de lo que nos pensamos y seguimos sin dar con la sala de las lámparas.
Después de seguir recorriendo la 2ª planta llegamos a la conclusión de que la sala allí no está y volvemos a bajar a la planta principal a volver a “probar suerte”. Esta vez optamos por hacer trampas (la sala se ha convertido ya a estas alturas de la visita en una “cuestión de estado”) e interrogamos a una de las empleadas del museo sobre su ubicación (foto del móvil en mano). Y es que ya no estamos para tonterías. Llegamos finalmente al lugar y nos encontramos con una pequeña cola. Los niños empiezan a estar irritados. Logramos convencerles: la cola es corta y al acabar nos iremos. Acceden. Lo que no saben (nosotros tampoco) es que esta primera cola te permite acceder a una 2ª zona de espera donde un auténtico gentío espera pacientemente su turno para acceder a la dichosa sala, con perdón. La zona de espera es como las de Port Aventura, con vallas que separan interminables carriles zigzagueantes repletos de gente. ¡Es desesperante! Pero esto es ya una cuestión de estado, repito. Hay que entrar en la sala sea como sea. Invertimos más de media hora. Cuando logramos entrar nos dan apenas 5 minutos de tiempo y nos ponemos como locos a recorrerla. Realmente es muy chula y merece mucho la pena, pero es bastante agobiante para que engañarnos. ¡Misión cumplida Gorbat!
Después de seguir recorriendo la 2ª planta llegamos a la conclusión de que la sala allí no está y volvemos a bajar a la planta principal a volver a “probar suerte”. Esta vez optamos por hacer trampas (la sala se ha convertido ya a estas alturas de la visita en una “cuestión de estado”) e interrogamos a una de las empleadas del museo sobre su ubicación (foto del móvil en mano). Y es que ya no estamos para tonterías. Llegamos finalmente al lugar y nos encontramos con una pequeña cola. Los niños empiezan a estar irritados. Logramos convencerles: la cola es corta y al acabar nos iremos. Acceden. Lo que no saben (nosotros tampoco) es que esta primera cola te permite acceder a una 2ª zona de espera donde un auténtico gentío espera pacientemente su turno para acceder a la dichosa sala, con perdón. La zona de espera es como las de Port Aventura, con vallas que separan interminables carriles zigzagueantes repletos de gente. ¡Es desesperante! Pero esto es ya una cuestión de estado, repito. Hay que entrar en la sala sea como sea. Invertimos más de media hora. Cuando logramos entrar nos dan apenas 5 minutos de tiempo y nos ponemos como locos a recorrerla. Realmente es muy chula y merece mucho la pena, pero es bastante agobiante para que engañarnos. ¡Misión cumplida Gorbat!
Cuando salimos del museo son más de las
18:00 hrs. ¡Hemos estado dentro más de 3 horas! ¡Para flipar! Estamos cansados
y sedientos. Decidimos merendar algo en el centro comercial. Compramos unas
chocolatinas en un súper y entramos en un Starbucks a por leche fría para los
niños y cafés para los papis. Nos tomamos un merecido descanso.
Decidimos acabar nuestra visita de la
isla de Odaiba disfrutando de la puesta de sol cerca de su playa con vistas al
Rainbow Brige y la bahía. Lo de playa es un decir porque nos encontramos con
una inmensa valla que te impide acceder a ella y hasta con un vigilante incorporado.
El acceso está prohíbido y el baño también. Las luces empiezan a encenderse y
vemos un montón de barcazas encima del agua con música y turistas dentro
disfrutando de una entrañable experiencia y… ¡puajjj! ¡Qué horror! ¡Odiamos los
tours organizados! ¡Vámonos de aquí!
Recorremos un rato el paseo marítimo y
su enorme oferta lúdica y de restauración. Pero optamos por iniciar el camino
de regreso para cenar cerca de nuestro hotel. Estamos cansados, hemos merendado
tarde, los precios son altos y no queremos llegar tan tarde como ayer. Volvemos
a subir al moderno tren de la Yamanote Line pero esta vez la experiencia
no es tan “auténtica” como por la mañana; el tren viene repleto de gente (para
variar) y viajamos enlatados. Aunque el día nos depara una ultima sorpresa:
desde los ventanales del tren y abriéndose uno paso entre el gentío, asoma una
luna llena enorme y preciosa con su reflejo sobre la bahía y el Rainbow Bridge
iluminado. ¡Sería precioso en otro contexto! Pero la realidad de Tokio nos
engulle. ¡Bienvenido al mundo real! ¡Haber tomado la pastilla azul!
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