Primer día y jet lag superado con éxito. Aunque nos hemos despertado varias veces por la noche (algunos más que otros), dormimos las horas que tocan.
Toca madrugón: nos despertamos a las 06:00 am. Entra un solazo por las ventanas de cuidado. Parece que sea mediodía...
Se da una situación muy curiosa: en el mismo instante en que los amigos de David se dan las buenas noches por el grupo de whatsapp, éste ya da el saludo matutino.
Hoy es un día importante. MUY IMPORTANTE. Hoy Fani tiene que saldar una cuenta pendiente con China. Y es que han pasado quince años… Hoy toca visitar la GRAN MURALLA CHINA. ¿Lo conseguiremos?
Para asegurar el éxito, hemos decidido no correr riesgos y tenemos reservado a un conductor privado ( seguimos los consejos de una viajero bloguera que recomendaba la web ........ ). Leo y no habla nada de inglés. Nos comunicamos con él por una aplicación del móvil. Llega más que puntual y nos pilla desayunando todavía. Es un desayuno “occidental”: tiene tostadas de pan bimbo, salchichas, huevos revueltos, ensalada y nuggets de patata y pollo. Una mezcla que se puede considerar nutritiva pero de mediterránea tiene muy poco.
Para explorar la Muralla China desde Beijing, se puede ir a diversos puntos. Los hay que están más cerca y otros más lejos. Después de estudiarlos detenidamente, Fani se decanta por ir a la zona de Mutianyu, situada 90 km al norte de Beijing. A priori ni está demasiado cerca (más turistas), ni demasiado lejos (más tiempo invertido en desplazamiento). Tardamos una hora y media en llegar; pillamos algo de tráfico de salida, pero no hay tanto como de entrada. El camino resulta muy entretenido; y es que, mientras en la primera parte flipamos con el caos y el bullicio de la gran ciudad de Beijing, en la segunda nos maravillamos con tramos de puro bosque, salpicados por pequeñas poblaciones. Aqui no se respetan mucho las señales; nuestro conductor se salta diversos semáforos en rojo, adelanta por el arcén y “pasa” de las líneas contínuas.
Llegamos al enclave de Mutianyu a eso de las 09:15 hrs aproximadamente. Nos encontramos con la agradable sorpresa de que nuestro taxista ha conseguido con un colega suyo le compre las entradas por el camino. Nosotros le explicamos que hemos decidido subir con el telesilla y probar la experiencia de bajar de regreso con el tobogán. También se puede subir y bajar en telecabina, para los que tengan un poco de vértigo. Cada ticket sale por veinte euros ( incluye bus, telesilla y tobogán de bajada ). Intentamos comprarlos desde España, en la web oficial, pero solo puedes comprarlos con 10 días de antelación y la web funcionaba fatal ). Gracias al conductor, nos saltamos las colas de taquilla y el autobús de subida, ya que nos cuela con el mismo taxi. Todo muy cómodo para nosotros.
Hace un solazo espectacular. Esta vez sí. Tenemos Muralla China!
La subida con el telesilla es como en cualquier estación de esquí. En un plis plas estamos en la muralla. Si no haces locuras no tienes por qué caerte.
Lo primero que nos sorprende al llegar a la muralla es que hay muy poca gente. Es día laborable y esta semana los niños todavía van al colegio en China. ¡Qué suerte que hemos tenido!
La Muralla es sencillamente espectacular. Lo más bestia son las vistas. Pero no sólo de la estructura en sí de la muralla, sino también del imponente paisaje montañoso que la rodea. La estructura de la muralla se repite todo el rato: un paseo de ronda con numerosas torres defensivas. La muralla resigue las laderas de las montañas, por lo que se puede decir que no tiene tramos planos: o subes o bajas. Y en ocasiones el paseo se ladea; ¡hasta marea en algún tramo! Las torres están muy bien porque allí nos podemos resguardar un rato del sol y corre algo de brisa por sus ventanales. A lo largo de nuestro “paseo” los aprovechamos para ir descansado. Se puede hacer diversos recorridos. El nuestro abarca desde la Torre defensiva número 5 hasta la 14. No pudimos progresar más allá; después de más de 2 horas de caminata, nuestros peques se rebelan. ¡Hasta aquí hemos llegado! - nos dicen. ¡Sois unos maltratadores y se lo diremos a la yaya! ... .... ... Un poco de razón si tienen: toca desandar el mismo camino y estamos a más de 30º bajo un sol de justicia. La verdad es que el tramo que queda es infinito y la misma estructura se repite hasta el más allá. Decidimos hacerles caso y regresar. Fani está emocionadísima.
Quizá la mejor zona es la del paseo lateral que hay en la torre defensiva número 11. La gente pasa de largo y hacemos las mejores fotos. Volvemos al punto de partida tras más de 3 horas de intensa caminata. Suerte que le hemos hecho caso a David y hemos llevado agua de sobras y unos salvadores cacahuetes. De todos modos, hacia el final nos paramos en una terracita improvisada donde nos tomamos unos refrescos.
Cuando llegamos a la zona del tobogán nos encontramos con la única cola de la excursión. Nos lleva algo más de media hora llegar al tobogán. Nos sentimos como si estuviéramos haciendo cola en una atracción de Port Aventura. El descenso es muy guay y los niños se lo pasan genial. Lástima que con tanta gente y tanto vigilante, mucha velocidad no puedes coger. La espalda de Jordi resiste.
Una vez abajo nos reencontramos con nuestro taxista y aprovechamos para comer en el restaurante que hay cerca del parking. Comemos rápido y bastante bien. Ideal pues no queremos perder mucho tiempo si queremos aprovechar lo que queda de día. El viaje de vuelta en el taxi dura menos de lo previsto; apenas hora y cuarto. Nos plantamos en las Torres del Tambor y la Campana cuando apenas pasan 15 mins de las 16:00 hrs. Nos queda un poco más de una hora para hacer la visita. El suficiente para entrar en uno. Fani escoje la Torre del Tambor. Aquí nos despedimos de Leo y conseguimos pagarle. No resulta fácil pues aun no acabamos de estar familiarizados con el dichoso We Chat.
La visita de la Torre del Tambor es una pasada. Por un lado el edificio es imponente y está restaurado. Por otro lado, tras subir unos empinados escalones, disfrutas de unas vistas de la ciudad muy chulas; tienes los famosos tejados de los hutongs justo delante y los modernos edificios de la gran urbe al fondo. Tradición y modernidad en la misma foto . Finalmente destaca la sala del piso superior con sus 25 tambores, unos grandes y el resto más pequeños, que se tocaban para marcar los horas del día. A las 17:00 hrs aparecen unos percusionistas vestidos con ropas tradicionales y nos hacen una demostración sencillamente espectacular. Corta pero intensa. Un pasote. De salida aprovechamos para tomar unas fotos de la Torre de la Campana (está justo enfrente) desde la plaza central.
Se nos ocurre volver desde allí al hotel caminando. El recorrido parece corto en el mapa, pero pronto nos damos cuenta que aquí las distancias son enormes y al final tardamos cerca de una hora en hacerlo. Fani ya nos había avisado. Nos sirve para vivir el caos de la ciudad (especialmente de sus pasos de peatones) y para mezclarnos con su gente. Los niños aguantan estoicamente, pero están muy cerca de amotinarse. David lleva este último esfuerzo con una mezcla de careo y resignación. Laura acaba cantando con su padre, borrachos ambos de fatiga.
Descansamos un rato en la habitación y salimos a cenar. Esta vez entramos en un restaurante muy bonito que ya llamó la atención de Fani el día anterior. Resulta que es un japonés. Se llama Wiggly Jiggly´s y está situado en la avenida Dong Si Bei Dajie, a apenas 5 minutos caminando desde el hotel. Es todo un sorpresón. No sólo por el ambiente del local (con música occidental y decorado con gusto) sino por todo lo que comemos. Todo está riquísimo, especialmente el caldo de los udones con ternera y los nuggets de pollo con rebozado crujiente y la carnecita bien tierna. No queda nada y no resulta nada desorbitado de precio.
Al final el día acaba con todos bien contentos (nada como tener la panza llena) y con Fani ya coronada en Murallas. ¡Al fin! Porque ya se sabe que no se puede ir por ahí, teniendo sueños sin perseguir!
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