13 de julio de 2023

ISALO: EL OESTE AFRICANO

Días 12 y 13 de julio del 2023

Hoy toca de nuevo ruta en coche. Menos mal que se han acabado las incomodidades del jeep y que ahora vamos en la confortable furgoneta de Ayna, que es un sol. Están previstas unas 5 horas hasta llegar a nuestro alojamiento en Isalo. Hacemos una parada técnica en la ciudad de Tulear para trámites logísticos. La primera en un banco local, repleto de gente. A nosotros, como venimos a cambiar dinero y somos turistas nos dan prioridad. De todos modos, las chicas que nos atienden tardan un montonazo. Se miran los billetes de 50 euros veinte veces y el pasaporte de Jordi otras tantas. ¡Me lo van a gastar de tanto mirar! También retiramos algo de dinero de un cajero. Lo máximo que podemos retirar de una vez son 600000 ariaris (unos 122 euros) y tienes cerca un vigilante de seguridad pendiente de que todo vaya bien. Mola. La segunda parada la hacemos en un supermercado enorme y con los precios algo inflados a nuestro entender para lo que viene a ser Madagascar. Nos sorprenden sobretodo el precio de los productos de higiene y los bombones. No me extraña que aquí no usen ni jabón ni compresas y que los niños vayan pidiendo caramelos a diestro y siniestro. La lata de atún tampoco tiene desperdicio (igual que en España). Por el contrario, al salir compramos 2 barras de pan en la panadería y nos cobran aproximadamente 20 céntimos por cada una. Sorprendente. La ciudad de Tulear es más moderna que lo que veníamos viendo hasta ahora. Nos recuerda las de Tana o Antsirabe, por donde pasamos al principio del viaje. Lo que más llama la atención es algo que ya habíamos visto: hay mucha gente trabajando de lo mismo. Por ejemplo: en la panadería nos atienden 4 personas y en la gasolinera hay 3 personas llenando los surtidores. Qué diferente de España con sus colas en las panaderías o donde nos tenemos que poner nosotros la gasolina.

La ruta hasta Isalo es agradable. Ya tenemos conexión y los niños van bien entretenidos con las pantallas. También echan alguna cabezadita (Laura y hasta Fani). Paramos para ver de cerca un camaleón que cruza la carretera delante de nosotros y para hacer el pícnic en una zona sombreada. Los bocatas de atún están de rechupete y con las patatas Lays que pudimos comprar ni os contamos. ¡Sólo nos han faltado las olivas y la cervecita! Pasamos por diferentes pueblos; en esta zona llama la atención que hay mucha venta de piedras preciosas (concretamente zafiros). Vemos malgaches en el campo provistos de bandejas y coladores intentando hacerse con un buen botín. ¡Como en una peli del oeste! También nos encontramos gente que vende botellas de agua a pie de carretera. ¿Agua? Pues no precisamente. ¡Es ron blanco! En esta zona también es famosa la fabricación “casera”. Andry les pide una y nos la deja oler. ¡Para coger un buen pedal!

En otra ciudad nos topamos con un montón de adolescentes delante de un colegio. Andry nos explica que hoy les daban las notas de fin de curso y muchos de ellos se jugaban poder pasar al ciclo superior. Vemos todo tipo de rostros: desde sonrisas y alegría a tristeza o indiferencia. Muchos vienen acompañados de familiares. ¡Hay un gentío de miedo!

La última hora de trayecto pasa ya por dentro del Parque Nacional de Isalo. Es sencillamente espectacular. El paisaje cambia por completo y nos muestra grandes extensiones de tierra con montañas graníticas a lo lejos de formas muy diversas. ¡Parece que nos hayamos trasladado al cañón del Colorado, salvando las distancias! Antes de llegar al hotel, paramos en una zona llamada “ventana de Isalo”. Desde allí puedes disfrutar de una preciosa puesta de sol contemplando el paisaje característico del parque. Hay una formación rocosa en forma de ventana desde donde es muy famoso verla, pero enseguida descargan una furgoneta de chavales ruidosos que enturbian el momento. Optamos por buscar una zona algo alejada y más tranquila, desde donde se disfruta igual. ¡Otra puesta de sol para la colección!





                                      

El hotel está situado dentro del parque mismo. Se llama Jardin de Roy y es una auténtica pasada. Con un edificio principal imponente y de techos altos y con otros tantos donde están las lujosas habitaciones, a los niños les recuerda el Hogwarts de Harry Potter. ¿Qué residencia nos toca? ¿Griffindor? ¿Slytherin?

Lo que más valoramos es la comodidad de sus camas, el agua caliente sin restricciones y la super-WIFI de la recepción.

La cena es todo un lujazo: con un camarero bien atento, vino blanco local (¡ya era hora! ¡Más que decente!) y unos platos riquísimos y con precios no tan inflados como en el Salary Bay. Y se puede pagar con tarjeta. ¿Alguién da más?

Después de descansar y de un superdesayuno, nos vamos a la aldea de Ranohira (poco menos de media horita en coche) para pagar la entrada al parque y contratar los servicios de un guía (obligatorio para poder entrar). Nos toca con Jose, un cincuentón que vocaliza inglés perfectamente y que nos explica un montón de cosas durante la visita. También contratamos un servicio de pícnic casi al final del treck previsto que consiste en que te montan una barbacoa en una zona de acampada. Lo mejor de todo es que no tienes que llevarlo encima y que puedes pedirlo a tu gusto. Nosotros encargamos pollo a la brasa con patatas fritas y fruta. ¡A ver qué tal sale!

Escogemos el recorrido largo para hacer la visita al Parque. Consiste en unos 10-12 kilómetros aproximadamente y te lleva hacerlo unas 7 horas incluyendo paradas para descansar y comer. Ya vimos a nuestros niños en acción en el Tsingy de Bemaraha y no tenemos la menor duda que lo van a hacer sin problemas. El recorrido es un treck de montaña sin grandes desniveles con muchas zonas en plano. Hace calor a partir de media mañana, pero nada comparado con otros países donde hemos estado (Japón, Vietnam, Sri Lanka, …). Los primeros 3 kilómetros son espectaculares: tiene un par de miradores con vistas de impresión y formaciones rocosas donde la imaginación vuela. Nos paramos a escuchar las explicaciones de Jose sobre la flora local y los entierros temporales y permanentes que  hacen en el parque la tribu de los Bara ( para ellos es un lugar sagrado antes de considerarse como a un parque natural ). Esta primera parte de la ruta termina en una zona con una pequeña laguna en un palmeral. ¡Como si fuera un oasis! 










La segunda parte consiste en 4 kilómetros de recorrido por el valle. Son bastantes planos y se hacen con facilidad en los primeros 3. El único problema es que el sol aprieta y empezamos a estar algo cansados. Al final de este tramo nos encontramos con otro mirador improvisado con más vistas del valle. Espectacular. En el suelo nos vamos encontrando flechas pintadas de colores azul y verde por todo el parque. Resulta que en dos días se corre una maratón y los colores indicarán el camino (hay una carrera de 25 kms y otra de otros 45 kms). El último kilómetro es más duro: la ruita coge bastante desnivel en descenso y es más escalonada. Nuestras piernas lo empiezan a notar.









El recorrido acaba en una zona con un campamento improvisado con mesas y zona de barbacoa. Nos encontramos con la sorpresa de que como las barbacoas están en marcha y huele a comida han venido todas las especies de lémures del parque. Hay 3: el de cola rayada (o King Julian), el marrón común y el danzarín. Los 2 últimos ya los habíamos visto en Bemaraha, pero el de cola rayada no. Nos podemos acercar a ellos un montón y no parecen ser para nada tímidos. Está prohibido darles de comer. Están al acecho por si cae algo de comida.

El pícnic es todo un éxito. Como nos hemos quedado sin mesa, nos ponen el mantel en el suelo. Pero poco importa. El pollo está muy bueno y de las patatas fritas no quedan nada (¡y mira que la bandeja venía bien llena!). De postre nos sirven piña. Descansamos con la panza llena. ¡Así da gusto!

Hasta el parking quedan veinte minutos, pero como aún es pronto el guía nos ofrece prolongar la excursión visitando un par de piscinas naturales o bien una cascada. Para llegar a ellas el camino es forestal, con tramos de rocas y pequeños desniveles. Como ya hemos visto una laguna por la mañana y no pensamos bañarnos (aquí es invierno y el agua está muy fría), decidimos ir a ver la cascada. Tardamos una media hora en llegar y vale mucho la pena. Está escondida al final del sendero y aunque no sea muy caudalosa ni ancha, parece como si estuviéramos en el mismísimo Amazonas. Una sorpresa más para una excursión variada y realmente sorprendente. ¡Todo de diez!

 


Tras visitar la cascada desandamos el camino y tardamos apenas tres cuartos de hora en llegar al coche. Llegamos a eso de las 15:30 horas. En total han sido casi 7 horas de excursión. Después toca coche primero a Ranohira para dejar al guía y después hasta el hotel. Allí nos esperan una buena ducha de agua caliente, una nueva supercena y serie todos juntitos en la cama grande de la habitación. Ahora estamos con la segunda temporada de Stranger Things. ¿Alguién da más?

  


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