5 de julio de 2023

BELO SUR MER: POR FIN LLEGA LA CALMA

Después de descansar, desayunamos en la terraza con vistas del hotel. En la playa hay un equipo haciendo un entrenamiento (no sabemos de qué deporte); el entrenador es muy molongui, como sacado de una peli. 

Cuando llegamos al coche nos encontramos con la sorpresa de que se nos añade un mecánico. Resulta que a partir del punto donde estamos seguiremos una ruta muy poco transitada y si el vehículo sufre algún tipo de avería no habrá gente para ayudarnos. Qué tranquilizador.... Pasa que nos enteramos en el último momento, como de costumbre en este viaje. Andry siempre nos explica o pregunta las cosas en el último momento (como si no hubiera tiempo de sobras mientras vamos en el coche)… En fin…


Antes de salir aprovechamos para parar en un banco y cambiar dinero. A la que salimos de Morondava se acaba la ruta asfaltada y vuelven las dichosas piedrecitas, saltos de agua y tramos arenosos habituales. Más masaje malgache para no perder la costumbre. La diferencia es que esta vez “sólo” tenemos conducción matutina, ya que llegamos a nuestro alojamiento en Bello sur Mer (el Ecolodge Menabe) al mediodía. El ecolodge es muy chulo: bungalows a pie de playa, cerca de la aldea de Bello. Para bañarnos tendremos que usar botellas de agua que se calientan durante el día en unas plataformas acristaladas (rollo placas solares). No es nada del otro mundo, pero al menos nos podemos lavar con agua “templadita” en lugar de fría. El ecolodge lo regentan una pareja de franceses sesentones muy atentos y “despiertos”. Se nota que hay que tener un carácter emprendedor en este país para tirar un negocio adelante. Hablamos de muchas cosas y nos dan consejos acercan de la ruta. Nos desaconsejan parar en Manja al día siguiente y explican que es un pueblo donde no hay nada de interés y cuyo mejor hotel es un desastre. Cuando les explicamos adonde nos dirigimos, entienden porque hay que hacer la parada en Manja, pero nos comentan que se podría haber montado nuestro itinerario de otra manera para evitarlo. Pero ya es demasiado tarde para hacer cambios en el menú.


Comemos en el ecolodge: una ensalada bien completa y un guiso de pescado con patatas. Está para chuparse los dedos. Tienen jarra de vino blanco y macedonia de frutas de postre. El café es decente sin más, como la mayoría en el país.

Por la tarde hacemos una caminata por la zona norte de la playa. No es una playa como nos la imaginamos. Como la marea cambia constantemente, el paisaje va variando y se forman lenguas de tierra y arenosas. No tardamos en llegar a la aldea de Bello sur Mer. Aquí la actividad es frenética: canoas y piraguas que retornan de la pesca, gente transportando mercancías y recogiendo redes, rebaños de cabras y basura por todas partes. Es una pasada. Aquí está claro que no hay contenedores ni recogidas. Hay plástico y trozos de ropa por todas partes. Nos encontramos hasta el cadáver de una cabra. Aquí no tienen mucha concienciación ecológica, pero no se le puede reprochar nada a nadie cuando tu prioridad es poder alimentar a tu familia. Los niños no son nada pesados aquí: van a su bola, aunque nos miran con curiosidad y se les ve felices y sonrientes. Fani habla con unas niñas que le piden que les haga una foto.

Cuando llevamos más de una hora de paseo y nos plantamos regresar, Jordi intenta atravesar un canal de agua para llegar a una lengua de arena con casas. Mucha gente pasa por esa zona. Parece fácil. Al llegar, se nota que la marea sube y empieza a haber corriente. No tardamos en rememorar los fantasmas de Maldivas y Jordi da media vuelto en menos que canta un gallo.







Llegamos a tiempo de disfrutar la puesta de sol en el ecolodge. Preciosa. ¡Qué poco cuesta disfrutarlas en este país!

La cena está muy bien: crema de zanahorias, gambas a la cazuela con salsa de coco y puré de patatas. De postre un pastelito y crèpe para Laura. Está todo muy bueno, aunque a los niños les cuesta algo.

De vuelta al ecolodge, nos quedamos mirando el cielo estrellado.  



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