Nos ponemos en marcha pronto. Hoy tocan muchos kilómetros, aunque la mayor parte serán por autopista. Sólo tenemos que pasar el primer puerto de montaña, hasta llegar a la ciudad de Kalamata (ya nos lo conocemos del viaje de ida). Para aprovechar el día hemos decidido hacer una parada en la población de Nauplia. Llegamos en unas 3 horas de coche, con una paradita estratégica en un área de servicio.
Ya en Nauplia, nos vamos directamente a visitar la fortaleza
de Palamedes, en lo alto de una colina y con unas vistas impresionantes de la
ciudad. Situada a más de 200 metros de altura, tienes unas vistas que quitan el
hipo. Para poder disfrutarlas hay que hacer la visita ya que, desde el
exterior, no se ve gran cosa. Hay 2 puntos de acceso: uno desde el casco
antiguo de Nauplia y otro desde la carretera que sube por la colina. El
recomendable es este último, ya que desde el casco antiguo hasta la entrada
tienes que subir a pie por unos escalones muy empinados (hay que salvar un
desnivel de 200 metros). Vemos gente que llega así… ¡Qué locura! ¡Con el calor
que hace!
La visita es más que recomendable, aunque son las 12:00 hrs y hace un calor de mil demonios. La fortaleza es enorme y se recorre bordeando las murallas y disfrutando de las vistas. Vamos aprovechando las zonas sombreadas para dejar allí a los niños descansando, mientras los papis hacemos los recorridos más exigentes. De todos modos, una vez nos hemos hecho una idea de toda la vista panorámica, decidimos simplificar la visita y reducir el recorrido. Casi no hay estancias interiores y las pocas que hay no tienen nada dentro. Está todo en ruinas: no esperéis ni cañones ni nada por el estilo. Eso sí, las murallas se conservan bastante bien.
Tras la visita, bajamos a comer al casco antiguo. Nos cuesta
llegar porque hay mercadillo y hay un montón de coches por todas partes. Por casualidad, encontramos una plaza bien ancha cerca de la zona que nos
interesa. La verdad es que la zona del casco antiguo está muy cerca del puerto
y los diferentes embarcaderos. Inicialmente nos parece muy pequeña, pero si te
pones a recorrer todas sus callecitas, al final resulta una buena pateada. Hay
lo de siempre: un montón de tiendas, de alojamientos y de restaurantes. Comemos
en uno junto al puerto. Los niños se piden una hamburguesa que está bien
sabrosa y los papis ensalada griega y un plato de pez espada a la parrilla. El
pescado está tan bueno que lo acabamos compartiendo los cuatro. Una vez
repuestos hacemos un recorrido por el casco antiguo, a la sombra (son calles
estrechas). Hay turista, aunque nada de agobios. Son las 15:00 hrs y muchos
deben estar o de excursión o haciendo la siesta. Acabamos en una terraza
tomando los cafés y compartiendo con Laura un par de crèpes de chocolate que
están para chuparse los dedos. ¡Hay que ver cómo le gustan las crèpes a Laura!
¡Menos mal que hemos pedido dos!
Seguimos la ruta en coche ya directamente hasta Atenas. No queremos que se nos haga tarde ni de noche. Después de llenar el depósito del coche (hay que entregarlo así) hacemos el recorrido final (y temido por Fani) hasta el Pireo. Hay mucho coche, pero circulamos poco rato por ciudad. Tienen ramales de acceso que te permiten evitar mucho tramo por ciudad. Lo que ya no podemos evitar es la locura del Pireo: coches y más coches, semáforos, camiones, taxis, más semáforos, policías, … ¡En fin! ¡Toda una locura! Pero ya lo sabíamos. Como no es muy tarde y es de día, sobrevivimos a la experiencia y sin ningún rasguño al coche. Encontramos una zona para estacionar el coche cerca de la agencia y podemos hacer la entrega sin agobios. ¡Menos mal! Habíamos pensado pasar por el hotel para dejar las maletas, pero menos mal que no lo hemos hecho. Demasiado agobio.
Hasta el hotel el GPS nos da un trayecto caminando de
aproximadamente 20 minutos. A la práctica acabamos tardando algo más y es que,
entre las maletas, los pasos de cebra inexistentes (están todos como
despintados) y que la ruta es cuesta arriba, pues la cosa tiene mucho mérito.
Además, todo y ser un hotel de cuatro estrellas, nada de fachada iluminada y
recepción imponente. Entradita en una callecita estrecha y casi nos la saltamos
por pasar inadvertida. El recepcionista intenta ser amable pero el hotel no da
para mucho. En el ascensor caben 2 con las maletas y bien apretados. La
habitación, todo y ser nueva y familiar de 4, parece el camarote de un crucero.
En el WC resulta divertido ver cómo David tarda un buen rato en encontrar el
lavabo y es que quedaba escondido tras la puerta. ¡Vaya risas!
Salimos a comprar al super cuatro cosas para el viaje en ferry de mañana y después nos vamos a cenar al puerto del Pireo. Hay mucho ambiente, pero la verdad es que es bastante feo. Todo muy antiguo y con coches por todas partes. Nada de paseos peatonales ni de puerto con barcos de lujo. La verdad es que como no nos gusta acortamos el paseo. Cenamos en la terraza de un restaurante algo estresados porque David está algo asustado porque le ha entrado un poco de neura con los insectos. Conseguimos tranquilizarlo, pero no alargamos la cena más que lo imprescindible. Como toca madrugar no tardamos en ir a descansar al hotel.
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