1 de julio de 2022

DELFOS: EL OMBLIGO DEL MUNDO SEGÚN ZEUS

Por desgracia tenemos que irnos de Meteora. ¡Y mira que nos ha gustado! Pues va a ser que lo alargamos mediodía. ¡Claro que sí!

Después de hacer el check out y de dejar las maletas en consigna, nos volvemos con el coche para los monasterios de las montañas de Meteora. Toca ir a Delfos, pero hemos calculado el tiempo y lo podemos hacer por la tarde si no nos entretenemos. Nos quedan un par de monasterios que no están muy lejos. Primero nos vamos a ver el de Roussanou, que ayer estaba cerrado. Tiene 2 puntos de acceso y nosotros (de pura chiripa) acertamos con el más asequible: el que queda más inferior. Y es que el acceso que queda más elevado parte de un punto panorámico del monasterio precioso, pero tiene un mayor desnivel tanto para bajar inicialmente como para subir después. La visita resulta más entretenida de lo esperado porque coincidimos con un grupo de españoles en viaje de fin de curso. Van detrás de un profe muy enrollado y son unos cuantos. Lían una buena en la entrada y es que no todo el mundo lleva la vestimenta “adecuada” (recordemos: nada de tirantes o rodillas al aire). Es bastante pequeño y los frisos de su capilla tampoco están restaurados. Pero, como todos los que hemos visto, tiene un gran encanto. Como siempre, lo mejor son las vistas y los sistemas de cestas y poleas que se hacían servir (y todavía se utilizan para mercancías). Otra de las cosas que más nos gustan de las visitas a los monasterios son las fotos o incluso documentos filmados que muestran cómo era hace años la vida allí. Casi todo en blanco y negro y de antes de la 2ª guerra mundial.








Nuestro último monasterio es el de San Nicolás. Son más de las 11:00 horas y hace un calor de mil demonios. Descubrimos que es de los que tiene un acceso más exigente y eso que es el que está más cerca del primer pueblo, Kastraki (hay gente que llega a pie). Pues tiene un montón de escaleras. Los niños maldicen lo que no está escrito, pero aguantan como unos campeones ya que saben que es el último. Por el camino nos cruzamos con un monje del monasterio que está trabajando en su huerto. Con la túnica y bajo la intensa soleada, la verdad es que lo suyo tiene mérito. Nos tenemos que parar a coger aire varias veces durante la subida. No somos los únicos que lo hacemos. Primero en una capillita excavada en la montaña y después delante de una mesita cerca del WC. Finalmente conseguimos llegar al monasterio. Lo mejor: las vistas desde lo más alto. Puedes ver el pueblo de Kastraki y las colinas circundantes. El paisaje es espectacular y la verdad es que, sólo por esto, la visita ya vale la pena. Las colinas están muy cerca y podemos ver ruinas de antiguos monasterios. No olvidemos que, aunque ahora sólo se puedan visitar 6, había muchos más. Hay un cuadro de un monje sentado y rodeado de gatitos: Jordi les pone el ejercicio a los peques de contar cuantos hay. La cosa no queda clara: ¿once? ¿doce? Finalmente parece que son once.






Después volvemos a Kalambaka. Nos vamos a visitar su iglesia bizantina. Por fuera es espectacular. Por dentro nos quedamos con las ganas porque está cerrada. Muy cerca de la iglesia está el restaurante Plátanos, en una terraza por donde corre un airecito agradable. Fani se esmera en aparcar el coche a la sombra y esperamos a que sean las 13:00 horas a que abran el local. La camarera, muy simpática, no entiende casi nada de inglés. Resulta muy divertido intentar comunicarse con ella. Al final acabamos echando mano del Google translator. Pedimos ensalada griega, albóndigas para los peques, filete para Jordi y guisado de cerdo con setas para Fani. Está todo muy bueno. Nos obsequian con el postre. Y nos tomamos un buen café. El griego que se pide Jordi viene bien cargado, con todo un sedimento en el fondo (¡flipante!). Todo va bien hasta que vemos lo tarde que se nos ha hecho (son casi las 15:00 horas) y Laura dice con una sonrisa inocente: “Mami: ¿no habías dejado el coche a la sombra?”.

Después de recoger las maletas, llega la parte más pesada del día. Tres horas de coche de Kalambaka a Delfos. Lectura, pantallas, “Jordi no te duermas”, más pantallas, “tengo pipi”, “qué sueño”, peaje, “paramos a tomar unas patatas y una coca cola”, más pantallas, otro pejae, “a ver que hay en la radio”, gasolina y olivos, más radio, más pantallas y más olivos… … …

Delfos es una población pequeña que vive por y para el turismo. O esa impresión nos llevamos. Casi todos los locales son hoteles o apartamentos, restaurantes y tiendas de recuerdos. Calles estrechas y poco sitio para aparcar. Nos alojamos en el Hotel Orfeas: sencillito, sin piscina y (a pesar de lo anunciado en su web) sin vistas. La habitación es amplia y el aire acondicionado funciona (menos mal).

Salimos a dar un paseo y buscar un lugar para cenar. El recepcionista del hotel nos recomienda un local llamado “Ta Skalakia”. Se trata de un local situado en una zona de escaleras y con terraza muy acogedor. El camarero (¿dueño?) es muy amable y habla muchos idiomas (se defiende con el castellano). El menú es amplio y hay de todo a buen precio. Resulta todo un acierto, especialmente la moussaka que se pide Jordi y el conejo con tomate que comparten los peques (nos recuerda al de la yaya Antonia). De postre sandía (buenísima). Unos lindos gatitos (¡para variar!) amenizan la cena con sus ronroneos y sus paseos llamando la atención de los peques; les damos de comer también. La verdad es que, como descubriremos al día siguiente, en Delfos hay gatos por todas partes. Es muy gracioso ver como se colocan dentro de las macetas de las plantas a dormir. David y Laura disfrutan con ellos.

Las vistas del Golfo de Corinto des del pueblo nos dan una idea de lo enorme que es.

1 de Julio del 2022

El desayuno del hotel es un desastre: poca leche, ningún cereal, huevos duros, pan sin tostar y (¡oh my god!) café de sobre. ¡Un horror! Mañana habrá que buscar alternativa.

Podemos llegar caminando al complejo arqueológico de Delfos. Son poco más de las 09:00 hrs y, como siempre, hace mucho calor (como si fueran las 12:00 hrs en España). Compramos las entradas (12 euros cada adulto y los niños entran gratis): incluyen entrada tanto a las ruinas como al museo. Decidimos empezar con la visita a las ruinas y dejar el museo (y su aire acondicionado) para el final.

El lugar en sí es espectacular: situado en la ladera de la montaña, la visita a las ruinas supone ir ascendiendo de forma progresiva mientras vas descubriendo los diferentes yacimientos. La vuelta mola más porque hace bajada. Las vistas son muy chulas; sólo por ellas ya vale la pena la visita. Jordi va algo estudiado y intenta aportar datos a la visita. La gente peregrinaba a Delfos para hacer ofrendas y visitar al oráculo para hacerle una pregunta sobre su porvenir. Lo primero que nos encontramos son diferentes bases de templos pequeños a ambos lados de la vía principal de acceso donde la gente entregaba sus ofrendas para poder pasar. Hay uno que se conserva muy bien y permite hacerse una idea de cómo debían ser los demás. Durante la visita nos encontramos algunos turistas, pero la verdad es que nos sorprende descubrir que hay poca gente y que tenemos la sensación todo el rato de hacer la visita en familia. Nos encontramos una familia de españoles (sus niños ya son adolescentes) muy simpáticos que les preguntan a nuestros peques en tono jocoso porque les hemos hecho la faena de llevarlos de vacaciones a un lugar así, lleno de piedras y con un calor del copón. David y Laura se quedan mirándolos divertidos; se nota que están por darles la razón.


Después de pasar la zona de los pequeños templos, nos topamos con la piedra del templo. Dice la leyenda que la arrojó Zeus desde los cielos para marcar la zona divina donde se cruzaron las 2 águilas que mandó desde direcciones opuestas para encontrar el ombligo del mundo ( que según la cultura maya, está en Cuzco ). 

Después nos encontramos con una muralla muy bien conservada: el perfecto encaje entre sus piedras da una idea de la pericia de los constructores griegos. Tiene inscripciones que hablan de la liberación de esclavos. Después ya llegamos al templo de Apollo: conserva la base y algunas de sus columnas que te permiten hacer una idea de su grandeza. Hay algunos altares cerca. Destaca un pilar de 3 columnas verdes que representaban 3 serpientes entrelazadas (falta la parte de arriba). Nos pasamos todo el rato buscando sombra para los niños. El calor aprieta de lo lindo y se les nota muy cansados. Menos mal que llevamos mucha agua.

Al poco de caminar llegamos al plato fuerte de la visita: el teatro de Delfos. Espectacular. Se conserva muy bien. Hay muchas zonas desde donde se pueden tomar muy buenas fotografías, aunque quizá la más bonita sea la que se toma desde lo alto y con la vista de toda la ladera de la montaña y del valle a sus pies. Decidimos dejar a los niños a la sombra de un enorme árbol provistos de pistachos (hay restos de cáscaras en el suelo de gente que tuvo la misma idea) mientras exploramos la zona sin alejarnos mucho. Bastante más arriba está la zona del estadio donde celebraban competiciones y juegos. Como no se ve desde el teatro y supone alejarnos mucho de los niños decidimos que Fani se quede con los niños y que suba Jordi. Todo un acierto porque el estadio está muy arriba y se tarda bastante en llegar. Te lo imaginas en lo alto de la montaña, pero sorprende descubrir que sigue estando en la ladera. Es enorme y se conservan parte de las graderías, por lo que te puedes hacer una idea fidedigna de cómo era el lugar. Vale la pena subir a verlo. Jordi se entretiene algo explorando la zona y tomando fotos; al bajar resulta que David no se encuentra muy bien. Tiene dolor de barriga y ganas de vomitar; parece un golpe de calor. Decidimos dar por finalizada la visita y volver a la salida. Tras pasar por el WC y descansar.








Nuestra segunda parada es el museo. La visita es muy agradecida por fresca (el aire acondicionado ayuda mucho). No es muy grande, pero es muy interesante. Con maquetas de cómo debía ser el recinto de Delfos y muchos de los tesoros o ofrendas que se hallaron durante las excavaciones. De las esculturas que nos vamos encontrando durante la visita destacan un toro reconstruido de bronce y oro y otra gigante de una esfinge que coronaba una torre. También hay restos de los frisos del templo de Apollo. Pero la pieza más espectacular del museo es la escultura de un auriga de bronce que tiene una mirada que parece mirarte todo el rato mientras la rodeas. Lleva la corona de vencedor de la carrera. Tiene una sala para ella sola. No se conservan ni el carruaje ni los caballos; sólo algún resto suelto. Hay bocetos sobre cómo debía ser la escultura completa. Un terremoto la salvo del pillaje y es una de las esculturas de bronce más antiguas que se conservan. Los niños muestran mucho interés por diferentes piezas del museo. Se confirma una constante de este tipo de visitas: siempre nos acaba gustando más la visita al museo que a las ruinas. Será cosa del estado de conservación. O será cosa de aspectos más logísticos como el calor y el sol.





Volvemos al pueblo de Delfos caminando y nos paramos en el primer local que hay con una terraza con vistas al valle espectacular. Nos atienden muy bien y eso que los camareros no lo tienen fácil ya que para llegar hasta la terraza desde el local hay que cruzar la carretera. Pedimos un plato típico (tomate y pimiento al horno) y unos socorridos giros de pollo y cerdo que compartimos todos. Todo muy bueno. Mención especial para el medio litro de cerveza fresca que se pide Jordi: ¡Qué bien entra!

La primera parte de la tarde nos la pasamos descansando en el hotel. Después salimos a tomar unos zumos y unos helados en otra cafetería del pueblo con unas espectaculares vistas del valle. Aprovechamos para jugar un rato con los niños con un juego de mesa que nos llevamos de casa. Sigue sorprendiendo descubrir que hay muy poco turista y que tenemos casi todo el pueblo para nosotros solos (y no estamos exagerando en absoluto).


Después nos vamos a visitar unas ruinas que nos han quedado pendientes y que no están incluidas en la visita “oficial” del santuario de Delfos. Sabíamos de su existencia por los blogs que hemos leído de otras personas. Están al otro lado de la carretera y decidimos ir a última hora de la tarde para aprovechar la luz de la puesta de sol y que hace menos calor. Lo que no sabíamos es que están algo alejadas de Delfos y que, aunque se puede llegar caminando perfectamente, hay un buen trecho a pata. Seguro que mucha gente que hace la visita a Delfos se las salta. Tardamos algo en llegar y casi no podemos hacer la visita (cierran a los 20:00 horas). La visita es libre y no te cobran entrada. ¡Y vale mucho la pena! Entre las diferentes ruinas te encuentras con el templo de Atenea Protenea, un tholo circular precioso y bastante bien conservado. A esa hora la luz está muy chula y corre un vientecito muy agradable. No exagero si digo que hacemos la visita con un par de turistas más y que el vigilante que hay nos acompaña hasta la salida con las llaves en la mano para cerra el recinto. ¡Más que recomendable!

Para cenar repetimos en el local Ta Skalakia. Comida típica y a buen precio. Laura repite con el conejo con tomate y disfruta como nunca (comparte con Fani pues las raciones son abundantes). También caen la ensalada griega y un souvlaki de pollo muy sabroso que comparten Jordi y David. Aprovechamos para pedir vino blanco (en la mayoría de restaurantes de Grecia te suelen poner una jarra de medio litro de vino local a un precio muy ajustado). Volvemos a conversar con el camarero – dueño del local. Al final también sale el cocinero. Todo muy agradable y familiar.  

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