En
nuestra última mañana en Lanzarote decidimos no madrugar demasiado. Dejamos
a los niños dormir hasta tarde, cerramos maletas, cargamos el coche y adecentamos
un poco la vivienda. Nos espera un vuelo con Aerolíneas Binter a la isla de la Gomera,
pasando previamente por Gran Canaria (no hay vuelo directo).
De camino aprovechamos para hacer una paradita en la rotonda donde está ubicado el Monumento al Campesino. Hemos pasado por delante casi todos los días y no podíamos irnos sin visitarlo. Se trata de un conjunto arquitectónico, obra de César Manrique, dedicado a los campesinos de Lanzarote. Está formado por una serie de edificaciones donde destacan un patio interior con diferentes tiendas de artesanía, un gran – salón comedor en el sótano al que se accede por un túnel y la escultura de la glorieta central, llamada “Fecundidad” dedicada al campesino lanzaroteño (simboliza una persona sobre un animal de carga). No hay casi nadie y, después de tantos días encontrándonos gente por todas partes, es un gustazo hacer la visita con tanta tranquilidad.
Marcial,
nuestro anfitrión de Airbnb, nos ha contado que en realidad no
suele haber tanta gente en la Isla, pero que este año, y tras poder volver a
viajar, han recuperado la fuerza de sus atractivos turísticos, y es que
Lanzarote nos ha fascinado. No caeremos en el típico tópico de decir que es
como estar en Marte, porque no, no hemos estado en Marte. Pero la verdad es que
tanto los paisajes volcánicos como la costa, los pueblos de casas pintadas de
blanco, con sus puertas y ventanas verdes, sus puestas de sol, su arena negra,
la intensidad de sus rojos, marrones y amarillos nos ha hechizado. El intenso
azul del cielo no hemos podido verlo mucho. Una extraña nube de polvo
subsahariana cubre estos días la isla y le da al cielo un aspecto entre
fantasmal, desértico (de peli de Mad Max), caluroso y espeso. Muy
especial.
Llegamos al aeropuerto algo justos de
tiempo: queda poco más de una hora para la salida del vuelo desde la Terminal
2. El problema logístico lo plantea que la garita de Topcar está en la Terminal
1, un poco alejada para acercarse con maletas todos. Decidimos separarnos: así,
mientras Jordi se desplaza entre terminales y devuelve las llaves del coche,
Fani y los peques aprovechan para facturar las maletas. Todo un éxito. Después
pasamos el control de seguridad y al poco rato embarcamos. Ambos vuelos son de
menos de una hora. Aprovechamos la parada en el aeropuerto de Gran Canaria para
comer.
Llegamos
a la Gomera sin muchos planes. Nada habitual en nosotros. Solemos planear todos
nuestros pasos cuando viajamos, y en general improvisamos poco. Eso nos da
seguridad. Esta vez, después de haber vuelto de nuestro safari en Kenia-Tanzania
hace poco más de 1 mes, sólo hemos reservado los alojamientos y transportes.
Nos hospedamos en el Hotel Jardín Tecina.
Hotelazo (eso sí). A causa de - llamémosla ERA COVID - el hotel se ha adaptado
a la tecnología. Tiene App para hacer el check-in y App para reservar los
horarios del desayuno y la cena, las hamacas de la piscina y/o cualquier
actividad que desees realizar ( tenis, padel, yoga, sala de fitness, aquagym,
baile, espectáculo nocturno...y un largo etc…). La primera impresión (sin
referirnos a lo bonito que es el hotel, en lo alto de un acantilado, lleno de
palmeras y flores tropicales, con vistas a la playa de Santiago, a la luz de la
luna llena) es muy mala. ¿Horarios? Uff!!! Viniendo de Villa Pico Partido en
Lanzarote, la verdad es que nos cuesta un poco. Jordi en seguida lo compara con
la misma sensación de estar en un crucero. Además, tanto el desayuno como la
cena son tipo buffet. Más a su favor.
De todas formas, no tardamos en adaptarnos
y entendemos que todo forma parte del protocolo de seguridad de un lugar que
apuesta por hacer bien las cosas y donde hay un montón de gente alojada y de
alguna manera hay que poner orden.
La llegada la dedicamos a eso, a adaptarnos,
a planificar un poco las rutas que queremos hacer (hay más de 600 rutas de
senderismo en esta Isla) y conseguir coche de alquiler, un Seat Ibiza con un
maletero más bien justo, pero resultón. Ya habíamos reservado el coche con Gomera
Cars desde España. Tras un momento de confusión ( en el hotel no sabían nada de neustro coche ), contactamos enseguida con un agente
de la empresa para la entrega del coche en el mismo hotel la mañana del segundo
día. Menos mal, porque al llegar al aeropuerto, el taxista nos ha dicho que era
muy difícil conseguir coche estos días a causa de la elevada demanda.
Para los que todavía no lo sepan, en la
Gomera se encuentra una de las últimas selvas subtropicales del planeta, en el Parque
Nacional de Garagonay, Patrimonio de la UNESCO. Aunque la Gomera no es sólo
eso. Profundos barrancos que desembocan en el mar, laderas cultivadas, palmerales
y plataneros, miradores de infarto y pueblecitos de colores.
Cuando
hablamos de Parques Naturales, ya sabemos lo que significa: toca caminar. Las sendas
del parque, en general, están bastante bien señalizadas. Indicándote la
dificultad (que nosotros asociamos al desnivel), duración y kilometraje de las
mismas. Jordi (él suele encargarse del qué ver en cada viaje y yo más de la
logística de transporte y alojamiento) se revisa mapas y rutas y nos decidimos por
aquellas que pensamos que son factibles con los peques. Cada vez nos cuesta más
que quieran hacer eso de caminar, así que habrá que manipularlos/ chantajearlos
(somos plenamente conscientes de ello) con algo a cambio (piscina, Nintendo, un
helado para la merienda…)
En los
días que estamos en la isla conseguimos realizar cuatro rutas de senderismo. La
mañana del primer día hacemos una ruta corta para ir abriendo boca, la ruta
12 del Raso de la Bruma. Es cortita y lineal, de apenas 1.3 kilómetros.
Permite recorrer un precioso bosque de laurisilva, como salido de un cuento.
Hay un montón de árboles con musgo tanto en sus ramas como en su tronco.
Destacan también los helechos en el suelo. Todo ello indica la importancia del
agua que descargan las nieblas al chocar contra el bosque. La ruta cuenta con
un mirador en los Risquillos del Bosque que nos regala una bonita panorámica de
la cuenca de Vallehermoso.
Al mediodía, paramos en el pueblo de La Haya a comer en el restaurante de Casa Efigenia, muy famoso y con comida típica gomera. Nos sorprenden dos curiosidades: la primera es que este famoso local es puramente vegetariano. La segunda es que es el favorito de la canciller Angela Merckel, cuando viene de visita a la isla (sorprendente…). El menú incluye un puchero vegetal, una ensalada y gofio con almogrote para los papis y una cremita y huevos fritos con patatas para los peques. No está nada mal y es bien sano, pero de ahí a considerarlo el mejor de La Gomera pues… lo vemos un poco exagerado quizá (lo demostraremos más adelante con nuestras siguientes elecciones). Sí nos encanta la limonada que nos pedimos con miel de palma. Riquísima. El sitio, como es de esperar, está lleno hasta los topes y al final cuesta que nos hagan caso para pagar la cuenta. Menos mal que llegamos pronto porque no admiten reservas.
Por la tarde hacemos otra ruta. Escogemos la ruta 5, la de Las Creces. Es una ruta circular de 4.5 kilómetros, que salva un desnivel de 90 metros, no muy difícil. Nos lleva apenas 2 horitas. La gran ventaja es que, a pesar del intenso calor, la sombra de los árboles ayuda a sobrellevarlo todo mucho. Eso y el agua que llevamos. Antes de empezar la ruta nos encontramos con que una familia que viaja en una enorme furgoneta queda atascada en el margen de la carretera principal al intentar reincorporarse a la ruta asfaltada. Una de sus ruedas delanteras se ha quedado hundida en una zona embarrada. Nos trae recuerdos de nuestra experiencia en el Serengetti con Michael y decidimos ayudar. Para más gente y, entre todos, con algo de ingenio y mucha fuerza, conseguimos sacar a la furgoneta del fregao en que se había metido. Nos dan las gracias y nos vamos felices de haber podido ayudar. Es complicado aparcar en el parque. Realmente no hay zonas amplias habilitadas para ello y, con tanta gente, aparcas donde puedes. Y a veces la elección puede ser de riesgo, como esta vez.
La ruta
de Las Creces es preciosa y muy tranquila. Hay poca gente y la hacemos casi
solos. Hay un montón de hayas y brezos que, por cierto, son enormes. También hay
muchos árboles caídos, lo cual nos indica la antigüedad del bosque. El nombre
de la ruta se refiere al cres o fruta de la haya; formaba parte de la
alimentación de los antiguos gomeros. El momento más espectacular y que
justifica la ruta por sí sola surge a medio camino, al llegar a una zona
conocida como cruce de las hayas. Vemos hileras de hayas en una recta casi
infinita con sus ramas unidas en los más alto, asemejando un techo abovedado.
Es realmente impresionante. Llegados a este punto los niños ya están muy
cansados, especialmente Laura. Toca no alargar la ruta e ir volviendo (nosotros
hubiéramos seguido por el hayedo). A Jordi le toca cargar con Laura a
caballito. David sigue caminando como un campeón. La verdad es que la perspectiva
de piscina en el hotel y cena buffet ayuda bastante.
Esto es lo que hay.
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