Decidimos madrugar un poco para evitarnos sustos ya que esta vez tenemos que ser puntuales: hace días que reservamos desde España plaza para poder realizar la visita guiada a la cueva de La Verna (no se puede hacer por libre). Hemos quedado a las 10:30 hrs en el parking de la empresa que realiza las salidas, situada en el pueblo de Saint Engrace. Como esta vez tenemos la ruta más estudiada y no nos encontramos con ningún contratiempo resulta que llegamos a eso de las 09:15 hrs, más de una hora antes de lo previsto. Aprovechamos el tiempo para dar una primera vuelta por el pueblo tras pasar por oficinas a confirmar nuestra reserva.
La visita es
exclusivamente guiada y cuando la haces entiendes el motivo: primero porque
para llegar a la entrada hay que hacerlo en vehículo pasando por una estrecha pista
de montaña en un recorrido aproximado de 3 kms. Como se trata de un grupo
guiado casi todos cabemos en un microbús de la empresa. Los que no caben van en
su propio vehículo con el microbús abriendo paso por delante. Como se conocen
los horarios no se cruzan con vehículos que vayan en el sentido opuesto. El
segundo motivo es que la visita no es una turistada ni mucho menos: la
temperatura es de 6 grados todo el año (hace un frío de mil demonios), está
escasamente iluminada y hay zonas de acceso con techos bajos y piedras algo
resbaladizas. Es pues fundamental llevar ropa térmica, casco y seguir las
consignas del guía a rajatabla. Para poder escuchar al guía llevas unos
auriculares y una radio y puedes oírle perfectamente. Los niños pueden hacer la
visita a partir de 7 años (Laura cumple el requisito). Como somos los únicos
españoles del grupo tenemos la suerte de que nos asignan la guía de habla
hispana solo para nosotros y nos separan del grupo de franceses mucho más
numeroso (unas 15 personas aproximadamente); podemos hacer la visita de forma
privada (todo un lujazo).
Las explicaciones de la
guía son muy interesantes. Aprendemos que la gruta de La Verna es la cueva
visitable más grande de toda Europa y está ubicada dentro de la montaña de San
Martin. Fue descubierta en 1953 y se abrió al público en el 2010. Sus
dimensiones son 194 metros de altura y 245 metros de ancho. Estas dimensiones
permitieron que en el año 2003 un globo aerostático efectuara un vuelo dentro
de la sala de la Verna.
Para llegar a la sala excavaron un túnel en la montaña de aproximadamente 600 metros de longitud que tenemos que recorrer a pie. En esta parte es donde ya coges un frío de mil demonios, ya que la corriente de aire es bastante fastidiosa. Cuando llegamos a la gran sala la pasamos a oscuras pues la gracia de la visita es dejar la mejor parte para el final. Recorremos unas pasarelas y unas escalinatas que nos conducen a una segunda sala por donde accedieron a la misma los espeleólogos por allá la década del 60 (lo hacían desde la cima de la montaña). Aquí ya ves como el baja agua en dirección a la gran sala y te topas con una instalación hidroeléctrica construida en el 2000 que permite alimentar la central eléctrica de Saint Engrace. Los niños lo miran todo con la boca abierta y no pierden detalle de las explicaciones de nuestra guía. Después volvemos a la gran sala y allí podemos contemplarla ya iluminada desde diferentes miradores (hay un total de 3). Es difícil hacerse una idea exacta de las dimensiones porque la vista te engaña. Para ayudarte tienen colocados unos maniquíes de hasta 2 metros de altura de diferentes colores por toda la sala y así es algo más fácil situarse. La visita dura cerca de una hora, pero la verdad es que al final tienes tanto frío que sólo estás deseando salir para entrar en calor. Los niños se lo pasan bien, aunque al final les resulta algo pesado. Nosotros recomendamos la visita ya que, aunque no sea tan espectacular como otras cuevas que hemos visitado, la visita es más auténtica.
Por la tarde teníamos
previsto visitar la garganta de Kakueta. Como no es posible como explicamos en
el post previo, optamos por cambiar de garganta y nos vamos a visitar la de
Ehujarre. Dejamos el coche aparcado en Saint Engrace y nos plantamos a la
entrada de la garganta tras caminar un kilómetro por una pista de hormiguón que
desciende hacia el bosque y el río y con el sendero perfectamente balizado.
Llegados a este punto los niños empiezan a protestar, pero conseguimos ganar
algo de tiempo fijando un plazo de tiempo para recorrer la garganta y usando el
truco de encontrar las marcas. La garganta es muy chula: un bosque extenso con
un sendero rodeado de rocas musgosas y piedras por donde debía pasar el río.
Nos sorprende que está seco. El sendero lo va sorteando en zigzag y en
numerosos tramos atraviesas las rocas del antiguo cauce del río. A medio camino
nos paramos a tomar nuestros zumos. La verdad es que el bosque y la garganta
son preciosos y la visita es muy recomendable. Tras una hora de paseo por el
bosque damos la incursión por finalizada; los niños empiezan a rebelarse y con
razón. ¡Vaya palizón que les hemos dado!
Al volver a Saint Engrace aprovechamos para merendar en el bar del pueblo y visitar la iglesia gótica del siglo XII que tienen. Se ha celebrado un funeral al mediodía y todavía queda gente despidiéndose. Nos sorprende ver la naturalidad con que se abrazan y se saludan los asistentes, con una sonrisa en la cara. Están contentos.
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