Los
jardines Kenrokuen de Kanazawa son considerados como uno de los tres
jardines más bonitos de Japón y son visita obligada. Optamos por empezar por
ellos y dejar el castillo para después. El nombre de Kenrokuen significa
literalmente “jardín de las seis cosas sublimes” en referencia a la teoría
china para diseñar el jardín perfecto: espacio, aislamiento, artificialidad,
antigüedad, agua abundante y amplias vistas. Lo primero que podemos comprobar
es que el recinto es enorme y que nos va a llevar un buen rato recorrerlo; es
decir que espacio hay para parar un barco. Si por aislamiento entendemos que
estén en un entorno apartado de la ciudad, pues podríamos decir que también
cumplen con el requisito: están en lo alto de una colina desde donde divisas
los barrios colindantes (en medio de la ciudad). Vistas también hay,
especialmente del barrio de geishas (no tendremos tiempo de visitarlo), aunque
los árboles del parque las tapan bastante.
El criterio de antigüedad también lo cumplen: en efecto, datan del
período Edo cuando formaban parte de los jardines exteriores del
castillo de Kanazawa. Si por artificialidad entendemos construcciones hechas
por el hombre, pues también las tenemos: linternas de piedra, fuentes (la
fuente Funsui es la más antigua de Japón) y casas de té. Y, finalmente,
también tenemos agua abundante pues hay diversos estanques y riachuelos.
Está
el tiempo muy nublado y nos va lloviendo (poco, menos mal) de forma
intermitente. Visitar los jardines sin sol hace que la visita se vea un poco
apagada, la verdad. Está todo muy verde eso sí. Los niños se ponen a hacer de
las suyas por el parque (Laura se nos accidenta un poco tras patinar con unas
piedrecitas en plena carrera, pero nada que no se pueda solucionar con primeros
auxilios de Fani y acabando la visita a caballito mío). De los jardines lo que
más nos llama la atención es su enorme estanque central con una isla en medio
en forma de tortuga y una casa de té en una de sus orillas. Subimos
también a una pagodita desde la que se tienen vistas muy chulas y descubrimos
zonas apartadas también muy sugerentes (destaca una con un estanque más pequeño
flanqueada por una casa de té, una cascadita y una linterna de piedra).
Tardamos casi 2 horas en visitarlos. No nos parecen tan impresionantes como
decían, aunque quizá sea cosa del mal tiempo, o de que las expectativas estaban
demasiado altas o de que hemos visto ya jardines sencillamente espectaculares
antes (pondríamos por delante los del templo de Heian Shrine en Kyoto o
los de Koko-en en Himeji, por ejemplo).
Después de visitar los jardines nos vamos a ver el castillo de Kanazawa. Nosotros hemos sido previsores y ya habíamos comprado la entrada combinada antes, junto con la de los jardines. Te ahorras algo de pasta y colas, aunque hoy hay muy poca gente. ¿Será por el tiempo? ¿O porque estamos en temporada baja?
El
castillo está muy modernizado y es que la mayor parte de edificios que componen
el recinto son reconstrucciones recientes que se han ido realizando desde la
década de los 90, una vez se trasladó la Universidad de Kanazawa (que ocupaba
los terrenos del castillo) a las afueras de la ciudad. Estas reconstrucciones
se han hecho a partir de diseños antiguos y utilizando métodos de construcción
de la época. Lo más espectacular de la visita resultan ser los videos
tutoriales y las maquetas a escala que te muestran cómo se han ido ensamblando
vigas y pilares (cual mueble Ikea) y sin utilizar prácticamente tornillos.
Recorremos sus pasillos recordando con nostalgia nuestra experiencia en Himeji;
y es que tanta modernización le resta mucho encanto a este tipo de
edificaciones. Los niños se lo pasan bomba; no podía ser menos pues les han
vuelto a hacer descalzarse antes de entrar y mola mucho corretear por allí y
subir y bajar escaleras sobre un suelo de madera tan bien barnizado y
deslizante. A mí la experiencia me recuerda la de estar en un albergue de
montaña, aunque a lo grande y sin muebles.
Salimos
por la parte norte del castillo y, tras atravesar el foso y parte de su zona
ajardinada, volvemos a la ciudad de Kanazawa. Ésta sí es una sensación muy
chula; han pasado casi 3 horas en total y es como si hubiéramos estado en otro
mundo.
Decidimos
ir caminando a la estación pasando por el hotel (hay que recoger las maletas);
tenemos tiempo de sobres, la verdad. De camino, pasamos por el mercado de
Omicho. Es éste un mercado principalmente de pescado con montón de paradas y
puestecitos para comer algo por todas partes. Nos gusta mucho, la verdad.
También hay muchos puestecitos de verdura y fruta (no podemos resistirnos y
compramos sandía y melón para la merienda). De los puestos de pescado nos
llaman la atención su variedad y lo bien empaquetado que lo tienen todo. Los
enormes cangrejos que tiene allí (king size) son realmente
impresionantes. Acabamos comiendo en el restaurante cafetería que hay en una de
las esquinas de la calle, fuera del mercado (en el que cenamos el domingo):
tienen un menú de mediodía con ensalada y pasta muy resultón. A destacar la
ración de espaguetis con 2 clases de cangrejo que me pido; ¡sencillamente
espectaculares! Descubrimos que a Laura le encanta la pizza… será el hambre…
Nuestro siguiente destino es la ciudad de Nagano. Llegamos en tren JR directo en un recorrido de menos de una hora de duración. El tiempo sigue sin acompañar y llueve a ratos. De hecho, al llegar notamos que hace hasta frío. Afortunadamente nuestro apartamento está muy cerca de la estación y llegamos caminando en menos de 5 minutos. La sorpresa me la llevo yo, aunque nos habían avisado por mail: ¡es un cuarto piso sin ascensor! ¡Menos mal que en este país no hay entresuelo!
Nuestro siguiente destino es la ciudad de Nagano. Llegamos en tren JR directo en un recorrido de menos de una hora de duración. El tiempo sigue sin acompañar y llueve a ratos. De hecho, al llegar notamos que hace hasta frío. Afortunadamente nuestro apartamento está muy cerca de la estación y llegamos caminando en menos de 5 minutos. La sorpresa me la llevo yo, aunque nos habían avisado por mail: ¡es un cuarto piso sin ascensor! ¡Menos mal que en este país no hay entresuelo!
Como tiene una cocina bien equipada, los niños intentan convencernos de quedarnos a cenar. Llegamos a un pacto con ellos: como estaremos un par de noches en Nagano, la primera cenamos fuera y la segunda en el apartamento. Aceptan, aunque Laura a regañadientes. Compramos en el supermercado de la estación cosas para el desayuno y cenamos en un pequeño local donde finalmente podemos probar, y a muy buen precio, tanto ramen como gyozas (de carne y verdura). Está todo muy bueno. En el restaurante sólo hay japoneses, pero tienen carta en inglés y uno de los camareros lo chapurrea (en este país no hay tanta gente que hable inglés como inicialmente nos habíamos pensado.). Desde que dejamos Kyoto no hacemos más que encontrarnos restaurantes mucho más pequeños, habitualmente constan de 3 o 4 mesas (a lo sumo) y de una barra donde colocan a la gran mayoría de los comensales. A Laura las gyozas no le acaban de gustar, pero se va contenta pues sabe que mañana (pase lo que pase y tiene razón…) cenaremos en el apartamento. Y es que las promesas se tienen que cumplir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario