8 de julio de 2021

LA CALDERA DE NGORONGORO: EN BUSCA DEL RINO

Abandonamos el Parque Nacional del Serengetti al mediodía y hacemos un alto en el camino para comernos el pícnic en uno de los merenderos del parque, cerca de las taquillas. Como de costumbre, cuando se trata de las “cajas o boxes” la cosa deja mucho que desear. A pesar de todo estamos animados y no dejamos de bromear con Michael. Además aquí hay lavabos!! 

Para entrar en la región del Ngorongoro también hay que pasar un control de acceso. Nos llama la atención que revisan el jeep y detectan un problema con el sistema de refrigeración. Nos envían un mecánico ( un chico que pone una gomita ) y nos dejan reanudar la marcha. Intentamos aprovechar para estirar un poco las piernas (se hecha de menos caminar en este viaje!) pero hace demasiado calor.

La región del Ngorongoro llama la atención por ser más montañosa. Hay mucha vegetación y está habitada por Masais. Repartidas por el camino, vemos algunas aldeas. También nos vamos encontrando Masais paseando el ganado, su principal sustento. De hecho nos paramos a visitar una ( está en el programa ). Nada más detener el vehiculo nos reciben dos de su caciques, que hablan en inglés y nos recuerdan al poco de entablar conversación que es muy recomendable dejar propina. Nos separan de Dani y Cristina, con la excusa de que así puden explicarnos mejor las cosas. Así, también nos podrán pedir la propina por dos. No logramos visitar el pueblo como nos gustaría; a diferencia de la experiencia vivida en el Lago Victoria, como aquí nos esperan, nadie se comporta con naturalidad. Primero se ponen a bailar, después nos disfrazan e intentan que participemos en una desigual competición de saltos, nos dejan entrar en una de sus casas, nos pasean por sus tenderetes al aire libre (con la esperanza de que les compremos algo) y, finalmente, nos enseñan su “escuela”. Sus cases son humildes y muy bajitas para lo altos que son. Están poco ventilades y hay mucha mugre (intentamos no tocar nada). 






Los abalorios expuestos en los tenderetes están descoloridos 1por la cantidad de horas que se pasan bajo el sol. En el aula de estudio nos recibe la “profesora” con unos 20-25 niños de diversas edades (entre 4 y 8 años) y una caja de propinas muy bien puesta para no pasar desapercibida. Un par de niños se ponen a recitar números y días de la semana en inglés y, luego, todos los ninos nos cantan una canción. Todo parece muy forzado. El cacique que nos acompaña nos recuerda que debemos dejar la propina. Le decimos que se la daremos al final. Cuando volvemos al jeep, Dani y Cristina ya llevan un rato esperándonos. Tampoco les ha gustado la experiencia. Le damos 5 dólares a nuestro “guia” y, después de intentar recibir propina extra para el “aulario” infantil, se marcha con cara de pocos amigos.

La siguiente parada nos lleva a un mirador que ofrece unas espectaculares vistes del cráter del Nogorongoro. Esta Área de conservación es la zona delimitada de menor extensión (“solo” 8288 km cuadrados) en la que es posible encontrar a los cinco grandes animales (recordemos: león, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte). Desde lo alto del mirador se ve enorme.

No tardamos en llegar al alojamiento, el Pakulala Safari Camp. Vuelve a ser un campamento que se encuentra en lo alto del cráter, aunque no tiene vistas tan llamativas. Nos recibe con amabilidad y nosotros les “obsequiamos” con nuestra habitual canción. Mientras nos hacen el habitual “briefing” sobre las normas del campamento, ya vemos que la temperatura empieza a bajar considerablemente. En efecto, tal y como nos habían avisado, aquí va a hacer frío. Conseguimos darnos una ducha y adecentarnos un poco para la cena. Como son sólo las seis de la tarde, nos queda tiempo para sentarnos alrededor de la hoguera que tenemos dispuesta delante de la tienda principal y tomarnos unas palomitas mientras charlamos con Dani y Cristina. Esta vez no me atrevo a pedir la habitual cerveza fresquita; en lugar de eso tanto yo como Fani nos envolvemos en las mantas que hay sobre las sillas. El atardecer está precioso. La conversación es muy agradable. Estos momentos también son impagables.




Nos sentamos todos a cenar. Como de costumbre todo está muy bueno y nos sirven con mucha amabilidad. No hay más turistas, así que estamos solos. Nos sirven sólo a nosotros. Todo un lujazo aunque no deje de ser un tanto extraño comer lasaña en un lugar así. 

Michael llega un poco más tarde: ha ido a lavar el coche y a convencer a un colega para que comparta sus datos de telefonia móvil por la noche para poder ver con Dani la semifinal de fútbol que enfrenta a España contra Italia en la Eurocopa. La verdad es que no deja de sorprenderme hasta donde puede llegar la pasión futbolera. A Dani se le iluminan los ojos. No puedo evitar sonreír y pensar que mal lo hubiera pasado en la selva peruana incomunicado durante la consecución del sextete.

La temperatura baja rápido y tenemos que cenar envueltos en las mantas. Michael nos dice que nos espera una sorpresa al llegar a la tienda. Qué poco nos podemos esperar que se trate de una esterilla calentita que nos va a acompañar durante toda la noche dentro de nuestras mantas. Su calorcito parece no acabarse nunca. Ríete del conejito de las pilas.

Al día siguiente Cristina y Dani están algo moscas; parece que alguién les “tocó” las maletas durante la cena. No les falta nada, pero el hecho en sí nos fastidia bastante. España perdió en los penalties. 

Después de desayunar, reanudamos la marcha (son las 06:00 am) y bajamos directamente con el jeep hacia el cráter del Ngorongoro. Como sigue haciendo mucho frío vamos con las ventanillas y el techo bajados. Somos de los primeros en llegar. Ya vemos animales despiertos. Nos reciben leones (algo alejados del camino; el nivel estaba muy alto) cebras, búfalos, y (para deleite de Dani) algun que otro ñú. Hay vegetación y zonas embarradas que evitamos (todavía tenemos muy presente la experiencia vivida en el Serengeti). El gran objetivo del día sigue siendo encontrar al rinoceronte. Y la verdad es que Michael se pasa toda la mañana intentándolo, sin éxito. Hay un momento en que divisa uno a lo lejos, en la ladera del cráter, escondido entre matorrales y durmiendo. Pero está tan lejos que no logramos indentificarlo ni con sus prismáticos. Pero no pasa nada. Hemos visto muchos animales! Y de muy cerca!







La visita al cráter es muy chula aunque llevamos tantos días de jeep y de “masaje africano” que estamos ya un poco cansados de tanto safari. Pero la visita no tiene desperdicio. Remontamos un poco la ladera del cráter y disfrutamos de sus vistas. Atravesamos una zona que parece sacada de “Jurassic Park” con un montón de árboles pero sin dinosaurios ( me da algo!). Hacemos un alto junto a un lago con hipopótamos y un árbol enorme (te colocas en su base y nos parece estar sentados en el trono de “Game of Thrones”). Y, finalmente, la última sorpresa: un gato serval. Precioso y junto al jeep; una mezcla entre gato y guepardo realmente sorprendente.







Abandonamos el cráter al mediodía y hacemos un alto en la carretera para comer. Esta vez no llevamos las dichosas “boxes” sino pícnic grande y nos lo comemos en unes meses de un restaurante donde nos sirven bebidas frías. Un gustazo! Junto al restaurante hay una tienda de souvenirs y una lujosa galeria de arte que visitamos. Por supuesto, también se puede regatear.


Después nos vamos al pueblo de Mto Wa Mbu, de casas bajas y dispersas entre plantaciones de plátanos . Está todo bastante animado y tiene hasta mercado local. Pasamos por nuestro alojamiento, el Manyara Wildlife Camp. Muy chulo, con bungalows cerca del lago y todo tipo de lujos que incluyen hasta una piscina. Es un lugar muy bonito y tranquilo. Pero no tenemos mucho tiempo porque tenemos cena fuera del alojamiento. Michael nos recoge a las 18:00 pm para ir a una casa del pueblo, donde nos espera una cena tradicional africana sólo para nosotros. Tanto para ir hasta la casa como para volver recorremos una senda entre plataneros iluminados por la luz de nuestros frontales y el móvil. Escuchamos gente cantando; Michael nos explica que se trata de un funeral y que aquí velan al difunto con canciones. La experiencia es muy recomendable porque se trata de una casa donde vive una familia que te prepara una cena con muchos platos sabrosos, preparados en ollas de barro. Esta todo buenísimo aunque hay poca luz y tenemos que improvisar una lámpara con uno de nuestros frontales. Hay un gato que incomoda a Cristina (les tiene fobia!) aunque una de las niñas de la casa se esfuerza en ahuyentarlo todo el rato. Es nuestra última cena con Michael (mañana nos despedimos), así que todo tiene un aroma algo nostálgico después de tantos días de risas. La verdad es que nos lo hemos pasado muy bien con él y no perdemos la ocasión de compartir números de teléfono por si alguna vez volvieramos a este rincón del planeta. No lo dudariamos. Nos explica parte de su historia. La verdad es que tiene ideas que nos parecen muy occidentales. Durante la cena nos explica que la comida que nos han preparado le recuerda a la de su abuela y su mamá. Él tiene claro que no quiere tener hijos a los que no pueda mantener. El país no puede progresar así. De echo, consiguió acabar los estudios e irse de su aldea Masai a la ciudad de Arusha, donde por 50e al mes alquila una habitación que comparte con sus hermanos, a los que les está pagando los estudios. Toda una historia de lucha y superación. Un ejemplo a seguir. 




Manyara Wildlife Camp
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