No madrugamos tanto como el día previo: la agenda está poco cargada pues han dado lluvias y los niños están algo revueltos... Optamos por simplificarlo todo un poco conscientes de que vendrán jornadas más "duras".
Decidimos recorrer la ciudad con un tuk tuk. Nada más salir del hotel nos aborda toda una mafia de "tuk tukeros". Lo primero que comprendemos es que aunque queramos fijar un precio, como no tenemos claro qué vamos a hacer ni en qué orden, "el conductor designado por el grupo" nos dice que nos lleva a todas partes y que nos esperará pacientemente tardemos lo que tardemos. Añade que ya le pagaremos con lo que consideremos justo...y no tenemos ni idea de lo que es justo en este país.
En primer lugar nos dirigimos al Wat Phnom, el templo situado en la única colina de la ciudad. Por eso mismo nos parece original. La entrada para el turista es de 1$. La verdad es que a pesar de los comentarios que habíamos leído sobre las escaleras que llevan hasta la cima, comparado con los templos de Sri Lanka, dan risa.
Cuando estábamos a punto de irnos unas mujeres han liberado a cientos de pájaros que tenían en una jaula enorme. Ha sido muy curioso. Una de ellas, rezaba mientras los sujetaba con sus manos. El incienso invade la colina, donde turistas y locales se mezclan de forma extraña. Al margen del templo, en un lateral, hay otro templo más pequeño, lleno de dioses chinos.
Para premiar la paciencia de los peques, pasamos media hora en un parque que hay justo al pie del templo. De repente, parecen haber olvidado que estaban cansados.
Después vamos al Wat Ounalom, que está abierta al público, aunque no cobran nada por entrar. Leemos que es la más antigua de la ciudad y que esconde en una de sus estupas un pelo de la ceja de buda. La verdad es que está un poco descuidada. Prescindible, si tienes poco tiempo en la ciudad.
Cuando estábamos a punto de irnos unas mujeres han liberado a cientos de pájaros que tenían en una jaula enorme. Ha sido muy curioso. Una de ellas, rezaba mientras los sujetaba con sus manos. El incienso invade la colina, donde turistas y locales se mezclan de forma extraña. Al margen del templo, en un lateral, hay otro templo más pequeño, lleno de dioses chinos.
Para premiar la paciencia de los peques, pasamos media hora en un parque que hay justo al pie del templo. De repente, parecen haber olvidado que estaban cansados.
Después vamos al Wat Ounalom, que está abierta al público, aunque no cobran nada por entrar. Leemos que es la más antigua de la ciudad y que esconde en una de sus estupas un pelo de la ceja de buda. La verdad es que está un poco descuidada. Prescindible, si tienes poco tiempo en la ciudad.
Poco después, nos vamos al Mercado Central, famoso por su cúpula central. La entrada a la bóveda está custodiada por policías. Al entrar entendemos por qué; bajo la cúpula se aglomeran puestos de joyerías que lucen en sus escaparates de cristal piedras preciosas. No muy lejos se entremezclan los puestos de ropa, comida, peluquerías y electrónica. Todo unido por pequeños pasadizos por donde hay que caminar en fila de uno. Una mezcla curiosa de olores y ruidos. Lo que más llama nuestra atención, es ver el poco espacio que tienen las tenderas para situarse entre las mercancías.
Decidimos irnos después de dar una pequeña vuelta, Laura y David no aguantan los olores. Ni yo, tampoco. Nuestro conductor nos deja en el margen del río, cerca del Palacio Real, donde hay decenas de restaurantes de todo tipo. Haciendo caso a su recomendación, comemos en Khmer Saravan. Des de fuera el local no llama mucho la atención, es más, al verlo no entrarías a comer ahí ni en broma, pero la verdad es que los platos nos sorprenden. Pedimos Lok Lak de gambas y Seafood Amok, los mejores que hemos probado des de nuestra llegada a Phnom Penh. Incluso David ha disfrutado con la comida.
Volvemos al Hotel caminando y de nuevo nos perdemos. No hay forma de orientarse en esta caótica ciudad. Por el camino, nos cruzamos con un pequeño mercado local ( ¿ esto estaba aquí esta mañana ? ) que nos parece más auténtico que el famoso mercado central.
Llegamos al Hotel y toca chaparrón, piscina, y paseo nocturno con cena en una pizzería más bien regular, aunque los niños disfrutan. Volvemos al hotel mientras lloviznea.
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