3 de diciembre de 2017

LA NORIA DEL PRATER Y LA BELLA DURMIENTE

Viajar a Viena es viajar a una ciudad de ensueño. Un lugar donde nieva. Un lugar donde puedes subirte a una inmensa noria. Un lugar donde todo un reino se queda dormido en el instante en que una princesa se pincha un dedo con una rueca. Un lugar donde las hadas te cantan ópera mientras un príncipe te despierta con un beso. Un lugar con calles majestuosas y cafeterías de ensueño. Un lugar donde puedes recorrer atracciones de otra época.  ¡Hoy es un día especial! ¡Y lo sabemos! Por eso no nos cuesta nada madrugar.

Como nos fuimos a dormir pronto hemos dormido un montón. Que a las 4 de la tarde sea ya de noche nos tiene un poco confundidos a los niños: piensan que la hora de la merienda es la de la cena y que luego toca dormir.

Como no llueve, nos vamos paseando en dirección al Prater. Nuestra ubicación privilegiada nos permite hacerlo y así explorar un barrio como el del Leopolstadt. No es el centro histórico pero tampoco se le queda muy lejos en cuanto a avenidas amplias y edificios de fachadas imponentes. Ofrece también una amplia y variada oferta de restauración. De nuevo y pese a ser ya de día hace mucho frío. Tardamos cerca de una horita en llegar a la entrada del parque ya pasadas las 09:00; para nuestra sorpresa nos lo encontramos cerrado (nos habíamos imaginado que esto sería como cuando te plantas delante de la Torre Eiffel bien temprano y descubres que centenares de personas se te han adelantado). Casi no hay nadie; apenas vemos gente que se dirige a la estación de metro o algún runner corriendo por las calles. Para hacer tiempo nos metemos en una donutería que hay al final de la Praterstrasse que nos ha llamado la atención al pasar al lado. Entramos en calor y no podemos resistirnos a pedir un par de donuts y a acompañarlos de una bebida calentita. ¡Tienen una carta de donuts! Aprovechamos para pedir un Orange Punsch, una infusión muy especiada típica de aquí. La cafetería se anima rápido y pronto se llena de gente. 

Cuando nos decidimos a salir vemos que el parque ya está abierto. Sin perder más tiempo nos dirigimos a su atracción estrella: la Riesenrad. Dicen que no has visitado Viena si no te has subido en ella: ¡pues allá que vamos! No hay mucha cola a esas horas y llegas enseguida ya que está justo a la entrada del parque de atracciones. Los niños a partir de 3 años pagan pero sólo medio billete (subirnos nos sale por 26 euros). No cierra nunca afortunadamente (más tarde descubriremos que muchas atracciones del parque están cerradas en invierno).


Construida en 1897, mide 65 metros de altura y tarda unos 20 minutos en completar una vuelta. Te da tiempo suficiente para tomar fotos de la ciudad aunque la verdad es que mientras das el recorrido lo que más impresiona es el propio engranaje interior de la máquina. A nuestros niños les encanta; es un recorrido mágico. Llama la atención que hay vagones restaurante que puedes reservar con antelación ya sea de día o de noche y tomarte un menú degustación (es bastante caro y nos parece algo exagerado ). Los vagones son amplios y a esas horas dejan subir a pocos pasajeros a la vez (desconocemos cómo debe ser en horas más concurridas). Y lo más importante: ¡no hace frío! En la base de la atracción te encuentras con vagones antiguos dispuestos en una amplia sala con maquetas muy vistosas que escenifican diversas secuencias históricas. La verdad es que son muy chulas y hacen las delicias de nuestros peques. Hay una muy llamativa donde puedes ver la noria tras el bombardeo de 1945 completamente destruida.


El resto de la visita al parque de atracciones, el Würstelprater no tiene mucho interés a esas horas. Suponemos que una visita nocturna con toda la iluminación y todas las atracciones en funcionamiento debe ser mucho más interesante. Nosotros nos encontramos con un ambiente muy tranquilo. Hay gente, sí. Pero poca. Nos llama la atención que el resto de atracciones tiene ese sabor antiguo de feria. La verdad es que al recorrerla te entra cierta nostalgia de tu época de niño. Hay placas de hielo por el camino y de vez en cuando nos encontramos con empleados del recinto despejando el paseo o limpiando las propias mesas de los locales. 

Salimos del parque y nos aventuramos a entrar al segundo parque del Prater: el Unterer Prater: una descomunal extensión boscosa donde solían cazar los Habsburgo. Vemos mucha gente paseando a pie o en bici y también diversos runners. Sale el sol y la temperatura asciende. Es muy agradable, especialmente si recorres la Hauptallee, su avenida principal cerrada al tráfico y rodeada de esculturales castaños. Además, como curiosidad, en esta zona te encuentras con el Kugelmugel. Es una extraña casa con forma de esfera y flanqueada por una valla que constituye una república independiente o micronación. Nace de la rebeldía contra el Gobierno de Viena de un artista, Edwing Lipburger.



Salimos del parque y nos aventuramos a entrar al segundo parque del Prater: el Unterer Prater: una descomunal extensión boscosa donde solían cazar los Habsburgo. Vemos mucha gente paseando a pie o en bici y también diversos runners. Sale el sol y la temperatura asciende. Es muy agradable, especialmente si recorres la Hauptallee, su avenida principal cerrada al tráfico y rodeada de esculturales castaños. Además, como curiosidad, en esta zona te encuentras con el Kugelmugel. Es una extraña casa con forma de esfera y flanqueada por una valla que constituye una república independiente o micronación. Nace de la rebeldía contra el Gobierno de Viena de un artista, Edwing Lipburger.



Buscamos un sitio para comer. Justo al lado de la Hauptallee nos encontramos con el Kolariks-Praterfee. Es un restaurante familiar donde dispones de mucho espacio, zona de recreo infantil y hasta te viene un señor y se lleva los niños un rato para explicarles un cuento (¡lástima que sea en alemán!). Las costillas están buenísimas y el menú infantil está muy bien. Nuestros peques se ponen las botas, especialmente David que nos pide un segundo plato. Después se van a jugar mientras nos tomamos los cafés. Jordi se pide un Eiskaffee: un café frío con helado de vainilla y nata montada.

Con el estómago lleno nos volvemos para el apartamento. Recorremos otra vez las calles del barrio del Leopolsdatd, ésta vez en sentido inverso. Se nota que es domingo y hay poca gente. Después de calentarnos un rato en nuestro apartamento, volvemos a aprovecharnos de nuestra privilegiada ubicación y nos vamos paseando a la sala de conciertos MuTh justo a la entrada del parque de Augarten. El edificio es moderno y muy vistoso. Tiene un auditorio de 400 plazas y muy buena sonoridad. Nos espera una ópera infantil que hemos reservado desde España (tenemos las entradas impresas: 19 euros cada adulto y 12 euros la entrada infantil). Es una adaptación de La Bella Durmiente. 


Tienes un guardarropía en la entrada para soltar lastre. Los niños disponen de alzadores para sentarse como en el cine. La sala se llena: hay mucha expectación y montones de familias. Nosotros no las tenemos todas. Imaginaos: ópera, en alemán, una hora sin moverse y con niños pequeños.
Pues... va y sale bien.
Lejos de lo que esperábamos, David y Laura escuchan con atención. La música en directo inunda la sala. En el escenario, nada de famosos ni grandes vozarrones: sólo un grupo de niños, estudiantes que ofrecen al público, la sencillez de una historia de príncipes y princesas, reinados y brujas. Es un espectáculo de calidad. ¡Nos encanta a todos!

Salimos y ya es de noche. Volvemos para el centro: hay menos gente que ayer y podemos pasear con más calma. Esta vez sí nos metemos en una concurrida cafetería cerca de la Catedral donde los niños devoran unos sandwiches mientras nosotros compartimos una crepe con un chocolate caliente. Mañana nos espera un gran día. Y seguro que hará mucho frío!


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