7 de diciembre de 2017

ARTE: DE GUSTAV KLIMT A HUNTDERTWASSER

Hoy es nuestro último día en Viena y queremos aprovecharlo al máximo. Amanece soleado y con las temperaturas algo más altas. También tenemos pensado hacer algo diferente: hoy intentaremos acercar el arte a los niños. ¡A ver qué tal nos sale!

Cogemos el metro y nos vamos a visitar el Palacio de Belvedere. Fue diseñado como residencia veraniega del príncipe Eugenio de Saboya (éste se había criado en la corte del Louis XIV, el Rey Sol, y se nota: este "chateau" rivaliza con el de Versailles). Es uno de los mejores palacios barrocos del mundo. Bueno, de hecho, hay 2: el Oberes Belvedere (Alto Belvedere: construido entre 1717 y 1723) y el Unteres Belvedere (Bajo Belvedere: construido entre 1712 y 1716). Uniendo ambos palacios te encuentras un enorme jardín barroco, de estilo francés. En leve declive, ofrece amplias vistas de Viena. Estamos en invierno: de nuevo nos encontramos con escaso verdor, nulo florecimento y con el consabido mercado navideño a la entrada del Oberes Belvedere, estratégicamente colocado junto a la ticketeria.



Puede comprar ticket combinado para visitar ambos palacios. Nosotros optamos por simplificar la visita y no poner a prueba la paciencia de nuestros peques: compramos la entrada para el Oberes Belvedere (15 euros cada adulto; los niños entran gratis). Como de costumbre, podemos descargar chaquetas y bolsa a la entrada del edificio (es habitual encontrarte con guardarropas en los museos). Se permite hacer el recorrido con carrito de bebé: Laura no está por la labor de abandonarlo y nosotros no queremos complicaciones antes de una de las visitas "must" del viaje. Nada más entrar subimos a la primera planta y nos encontramos con la Marmossal, la sala principal; con arañas de luces, mármol, estucos y coronada por un imponente fresco en el techo. Nos quedamos con la boca abierta.


En la primera planta nos encontramos con la colección de Gustav Klimt con una sala entera dedicada a él. Allí nos encontramos con obras muy conocidas del pintor austríaco: especialmente con Judith (1901) y El Beso (1908). Ambas se sitúan a cada extremo de la sala. El de Judith es bastante más pequeñito de lo que nos pensábamos. El Beso está ubicado en medio de un mural de color negro para que resalte más: mide 180 x 180 y para su ornamentación Klimt utilizó oro y plata. En la sala hay más retratos suyos. Muchos de los conocedores de la obra de Klimt echarán de menos el retrato de la Adele de oro. En febrero del 2006, junto a otros 4 cuadros más, tuvo que ser descolgado del palacio para ser restituido a su legítima propietaria. En efecto, los cuadros fueron robados por los nazis y el estado austríaco renunció a su derecho de compra preferencial, una vez los legítimos propietarios se descolgaron con una suma cercana a los 300 millones de euros. Ello constituyó una "pérdida inmensa" para la galería. La pintura ha pasado a ser la pieza central de la colección de Ronald Lauder (la compró por 135 millones de dólares) y se exhibe en la Neue Galerie en Nueva York. En las siguientes salas también nos encontramos con cuadros florales (vemos que le fascinaban los girasoles) y de otros artistas reconocidos. Nos encanta la majestuosidad de Napoleón cruzando los Alpes (Jean Louis David - 1801), El cocinero (de Claude Monet - 1882)) y el tranquilo Mujer leyendo cerca de una pecera (Lovis Corinth - 1911). También hay alguna sorpresita de Van Gogh o Münch. Dentro de dejan hacer fotos sin flash; nos toca abrirnos paso cerca de las obras más famosas.




Después de una hora de visita los niños empiezan a desesperarse así que damos por finalizada la visita al Alto Belvedere y salimos a despejarnos al jardín central. Son más de las 12:00 y hace un día de escándalo. Paseamos un rato y tomamos fotos de todo. Como locos.



Después toca caminar hasta el Statdpark. Llegamos a la hora de comer y con David cansado, con frío y con hambre (Laura va en el carro). Optamos por recompensarle con un restaurante italiano donde entramos rápido en calor y llenamos nuestras panzas con pizza y unos espaguettis boloñesa. Fani se pide una pannacotta de postre: sencillamente espectacular. Nos sale algo más barato que los restaurantes de los 2 días previos aunque nos acabamos dejando 65 eurillos.

 

Después recorremos un poco el Stadtpark: un tranquilo rincón verde en medio de la ciudad (no tan verde en esta época del año) con caminos serpenteantes y un estanque con patos. Lo cruza el río Wien, que desemboca en el Canal del Danubio. Hay unas inmensas pasarelas para atravesarlo pero la verdad es que nos sorprende que el cabal es muy escaso. Nos hacemos las fotos de rigor delante de la estatua de Strauss y dejamos a los niños jugar un rato en la zona infantil. Los niños se lo pasan bomba: nos dicen que es el mejor momento del día y que no quieren salir de allí. Les convencemos con el argumento del frío y que después de "una última visita de nada" volveremos al apartamento. ¿Colará?

Queremos ver la fachada de una casa. Sólo es eso. Nos ha llamado la atención. La hemos visto en algunas postales. Es la casa Kunst Haus Wien. La diseñó un arquitecto que aborrecía las líneas rectas. Tenemos curiosidad. Después de serpentear por las calles, mapa en mano, llegamos a la casa.


No podemos resistirnos a entrar y acabamos comprando entradas para visitar el museo que esconde entre sus paredes. Los suelos no son rectos, no, no lo son. Son ondulados. De las ventanas salen ramas de árboles, sí, ramas de árboles. Tiene hasta cuatro plantas que puedes visitar. La última está dedicada a exposiciones itinerantes. Las tres primeras albergan cuadros y proyectos de Hundertwasser, hasta ahora completamente desconocido para nosotros. En resumen era ( murió en el 2000 ) un artista- arquitecto obsesionado por las espirales y el agua. En el museo, no sólo hay cuadros, también hay enormes tapices colgados de las paredes, minúsculos sellos y maquetas de algunos de sus proyectos arquitectónicos. Me atrevería a decir que es una mezcla entre Gaudí y Dalí, algo muy loco. Fue incinerado y enterrado en un lugar de Nueva Zelanda al que consideraba el paraíso.

Acabamos comprando algunas postales de recuerdo mientras los peques jugaban a crear espirales de colores.
Volvemos a casa. Nos despedimos de las calles de Viena recorriendo por última vez, sus impresionantes avenidas. A lo lejos, vemos la noria del Prater adornada con luces.

Creando espirales 







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