26 de abril de 2008

GARÍFONOS

Había olvidado que una imagen vale más que mil palabras. Aquí van algunas fotos de Chachauate, de sus niños y su arena.

Allí nos acogieron sin prejuicios, sin preguntas ni condiciones. Nos contaron su historia; la historia de un pueblo, los Garífonos.

Tienen su propia lengua. Y sueñan con un mundo mejor, con niños que van a la escuela, con un agua limpia. Sueñan con agua.

Y no esperan a que nadie luche por ellos. Ellos luchan.







Unos meses más tarde Carlos y Marta recibieron por correo un proyecto para colocar placas solares en la Isla. Naum, como representante del consejo de la comunidad de Chachauate, recibió el dinero para poner el proyecto en marcha.

LOS NAÚFRAGOS DE CHACHAUATE


Los sueños empiezan con la responsabilidad de hacerlos realidad

Me he decidido a escribir éstas líneas porque estoy convencida de que a pesar de lo extraordinario de lo que hemos vivido, el tiempo, implacable en su sed de borrarlo todo, intentará que lo olvidemos. Y no podemos olvidar. No podemos.



Es lunes, 27 de noviembre del 2006. Estamos en Honduras. Es mi primera vez. Mi primer viaje de buceo. Aprendí a bucear a principios de mayo. Una buena amiga me convenció. O quizás fui yo la que la convenció a ella. Ahora no lo recuerdo. Yo no sabía que nunca más podría dejar de bucear.
No es por las burbujas, no es por el azul del mar, no es por los peces de colores. Es por el tiempo. Bajo el agua parece detenerse. Es por un mundo dentro de otro mundo.
Partimos juntos desde la playa de Sambo, situada entre la Ceiba y nueva Armenia, hacia Cayos Cochinos. Iba a ser una excursión tranquila.
Se acercaba el final de nuestras vacaciones. Pronto volveríamos a casa.
La primera vez que oí hablar de los Cayos fue en el aeropuerto de la Ceiba. Estaba lloviendo igual que lo había hecho durante todo el viaje. Agujas de agua pensé.
Vi una fotografía colgada en la pared y le pregunté a un desconocido qué era; - Cayos Cochinos - me dijo.
El azul turquesa del mar me llenó la cabeza de sueños. Pensé en aquella sensación de calma que tuve la primera vez que sentí el sol de Saint- Louis ( Senegal ) en mi piel, un amanecer tras de otro, en aquel embarcadero en el que la arena y la madera me acariciaban los pies. Era el paraíso. Y ahora volvía a tenerlo frente a mí, en aquella fotografía en las paredes de aquel aeropuerto.
Discutimos durante la cena cuáles iban a ser nuestros planes. La posibilidad de visitar Cayos Cochinos nos atrajo a todos. Aunque tengo que admitir que insistí como un niño pequeño. No quería perdérmelo.
Carlos y Marta se apuntaron en seguida. Creo que lo hicieron por mí, en parte, para hacerme feliz. Ellos han cambiado mi vida en muchos aspectos. Me han hecho sentir fuerte y valiente. Han hecho para mí un mundo más grande y me han enseñado que los sueños empiezan con la responsabilidad de hacerlos realidad.
Su historia me recuerda cada día que en algún lugar del mundo alguien me espera para enamorarse de mí.
A Diana le gustó la idea. Ya hacía días que tenía una contractura cervical y el resto de opciones ( montar a caballo por la playa, rafting o tirolina ) parecían dolorosas. Convencer de lo contrario a un fisioterapeuta, dos médicos y una enfermera, entiendo que pudiera ser complicado.
Se podría decir que la conocí bajo el agua. No importaba demasiado que los demás buceadores fueran expertos. Ella cuidaba de mí.
Diana me parecía un misterio. Reservada. Como el que esconde un secreto del pasado que no quiere desvelar. Como el que huye hacia ningún lugar.
A menudo creemos que huyendo lejos podremos olvidarnos de nosotros mismos. Descubrí hace tiempo que no es verdad. No podemos olvidar las cosas a las que no nos hemos enfrentado.
Francesc también se apuntó. No me importaba demasiado que sus ojos no fueran azules. Su mirada sí lo era. Es uno de esos chicos que desprenden calor cuando te rozan o al menos ésa era la sensación que me causaba. Siempre me hacía reír.
Al principio también Lluis y Ricard se apuntaron, pero en el último momento dieron marcha atrás ¿ sabrían de alguna forma lo que nos esperaba ? En el fondo todos nos alegramos un poco de que no vinieran. Las cosas habrían sido más difíciles. Cuestión de carácter.
Partimos temprano. A las 8:15 ya estábamos dentro de la barca, sujetando nuestros zapatos y doblando nuestros pantalones para que no se mojaran. Nos acompañaban Oscar, el guía, y tres hombres más, los tripulantes.
La barca era relativamente pequeña. Pintada de azul desgastado y con una capota blanca. Dos motores de 40 y 65 caballos la impulsaban a través de las olas. El cielo no era azul ni el mar turquesa pero no nos pareció que la travesía pudiera ser peligrosa.
Cuando llevábamos unos 30 minutos de travesía Marta sugirió que diéramos la vuelta. Ya hacía rato que el cielo se había encapotado. Llovía sin parar, como un grifo que alguien se deja abierto. El viento resoplaba con furia y atizaba la barca por todas partes. No divisábamos la costa ni ningún otro pedazo de tierra a nuestro alrededor que pudiera orientarnos. El agua entraba en la barca. Nos habíamos perdido.
Todo aquello de tierra a la vista empezaba a cobrar especial importancia en momentos como ése. El océano no tenía final. Tampoco principio.
A las 9:25 divisamos tierra. La Ceiba, pensé. Después de escuchar como los tripulantes hablaban entre ellos nos dimos cuenta de que en realidad nos estábamos acercando a los Cayos. ¿ no se supone que habíamos dado la vuelta ? Lo primero que se me ocurrió fue que en realidad nos habían engañado. ¿ Cómo iba a pensar que llegamos allí de forma accidental ? Habíamos estado navegando sin referencia!




Nos aproximamos a un pequeño embarcadero y uno de los hombres que nos acompañaban bajó, al parecer a buscar una brújula. No sé por qué pero me pareció muy gracioso. Al fin y al cabo, ya estábamos perdidos. Sin esperar que nos dijeran nada, nos bajamos también. Suelo. Tierra firme.
La isla era pequeña y las olas la bañaban sin miedo. Los árboles se plantaban a pocos metros de la arena. En ésos momentos no me pareció un paraíso perdido donde dos amantes pudieran descubrirse mútuamente.
Decidimos que aquel era un buen lugar para reflexionar sobre lo que nos estaba pasando. Bajamos de la embarcación no sin dificultad y aprovechamos las ramas de aquellos árboles para desprendernos de la ropa que nos ataba el frío en la piel. Estábamos mojados hasta la médula. El frío se nos enganchaba. Pero daba igual. Nos sentíamos afortunados.


La primera reacción fue de carcajadas histéricas y fotografías impulsivas. Queríamos presumir de nuestra aventura. Náufragos !!
Caímos en la cuenta de que no podríamos volver y tomamos conciencia de que estábamos allí por casualidad.
La isla no estaba deshabitada. Allí vivían un hombre viejo de complexión más bien pequeña, con un gorro de lana rojo muy gracioso y un perro, pulgoso. Ni se inmutaron ante nuestra presencia. Sentí que a lo mejor estaban acostumbrados a ser invisibles para el resto del planeta. Al parecer eran los encargados de vigilar la isla, que era propiedad privada de una compañía italiana. Una isla privada en una reserva natural. Extraño ¿ verdad ? La historia de la Isla de los Famosos nos estremeció a todos. Un cableado eléctrico se extiende por las profundidades del mar hasta la isla donde se rodó el programa italiano. A ésta la llaman Isla campamento base. Han hecho huir a los miles de pájaros tropicales que pintaban la isla de colores. Los insecticidas han auyentado a los insectos y las tortugas ya no ponen allí sus huevos.
El círculo de la vida se ha roto en ése lugar. Ni Dios ni Darwin han hecho nada para evitarlo.
Nos resguardamos del viento detrás de la casa, una construcción de madera que en otras condiciones se me habría antojado romántica. Parecía sólida.
El porche nos sirvió como centro de operaciones. Estaba lleno de trastos, algunas botellas de buceo, un asierra eléctrica, cuerdas, cajas bacías...
¿ Dónde estamos y adónde queremos ir ? preguntas fáciles de responder, ¿ cuándo y cómo ? éstas eran más difíciles. La situación no era tan grave. Podría haber sido peor. Todos coincidíamos en ello. Me tranquilizaba la idea de no estar sola. Estaba con cuatro amigos a los que gritar si lo necesitaba.
La frase “ ¿ qué te llevarías a una isla desierta ? “ nos condujo a revisar lo que llevábamos encima: dos frontales, un acuerda, agua, chicles, un cepillo de dientes, un tubo de pasta, algunas piezas de ropa, un mapa de honduras con propaganda, algunas facturas, algunos dólares, lempiras y euros, las cámaras de fotos ( aunque Francesc no la trajo ), dos toallas pequeñas, una mini linterna para llamar a superman, tabaco, un mechero, dos tampax, pañuelos de papel, un boli, una libreta… y alguna que otra cosa más que ahora no puedo recordar.
El tiempo no parecía mejorar. Óscar ( exmilitar naval ) hacía llamadas con su móvil a sus amigos para enterarse de por dónde iba la tormenta. No nos parecía demasiado fiable y más aún después de todo lo que había pasado.
A ratos dejaba de llover. Era como si el cielo se estuviera dando un respiro para luego volvernos a engañar. Dentro del archipiélago el agua estaba algo más apaciguada. La barrera coralina nos protegía.
Uno de los tripulantes habría un coco con un machete. Supuse que no era una tarea fácil.




Después de un rato aparecieron dos hombres. No los oí llegar. Estaban allí, sin más. De repente. Al principio pensamos que igual que nosotros estaban allí por casualidad, para protegerse de la lluvia y el viento que azotaban el mar. Eran pescadores.
En realidad sólo tenían curiosidad. Estaban pescando langostas y al ver nuestra pequeña barca anclada en el embarcadero se acercaron.
Naum y su hermano. Atléticos, enormes aunque bien proporcionados. Musculosos. Pertenecen a la comunidad Garífuna que vive en la Isla de Chachauate, una de las 16 islas que forman parte del archipiélago de los Cayos. No sé si Francesc se ha recuperado todavía de la conmoción. Yo tampoco. Pensaba que ésto sólo se veía en las revistas de la peluquería.
Les acabamos comprando unas 8 libras de langosta ( unos 4 kilos más o menos ). De acuerdo con ellos decidimos trasladarnos a Chachauate. La posibilidad de comer langosta y dormir en algún lugar resguardado nos convenció a todos. Además no podíamos quedarnos allí. La isla era como un grano de arena.


Conocimos a algunos de sus habitantes. En Chachauate viven unos 250 indígenas ( 50 de ellos niños ). En total unas 46 familias. Son bastante nómadas a causa del tiempo por lo que aquella noche tan solo había unos 50. Eso no me tranquilizó demasiado. Bueno, no me tranquilizó nada.
La comunidad Garífuna se reparte en Honduras por Roatán, Nueva Armenia y Chachauate. En general ocupan la costa. Según parece, los Garífonos son descendientes de los esclavos importados des del continente Africano. Hablan una lengua extraña que se tinta de tonos franceses, pensamos que nacida en la Isla de San Vicente. Su propia lengua. Mestizos de africanos y hondureños.
El archipiélago está declarado Reserva Biológica por el Congreso de la República en 1993, y monumento Natural Marino en el 2003; Cayos Cochinos es un paraíso en el que es difícil subsistir. Les permiten pescar langostas que ellos mismos venden en la costa. Los recursos dentro de la reserva son limitados ( excepto para las multinacionales que allí construyen grandes hoteles ). No disponen de agua potable ni de corriente eléctrica, a pesar de supuestos proyectos ya finalizados y impulsados por un gobierno corrupto y militarizado.
Los niños van al colegio a Cayo Mayor, me imagino que si no llueve demasiado. En cuanto aprenden a leer y a escribir, se tiran al agua para aprender el oficio de sus padres, abuelos y tatarabuelos. La isla está llena de basura por todas partes y lo que no cabe en la arena de la playa, flota en el mar. Un paraíso. Chabolas de paja, hojas de palmeras, frías, frágiles. Conchas en la playa, canoas en la arena.
Oscureció deprisa, casi no me di cuenta. Supongo que el sol no se pone en el horizonte los días en los que no se atreve a salir por culpa de la lluvia. El viento continuaba manejando las gotas de agua a su antojo como un crío consentido. De repente caí en la cuenta. Todos lo hicimos. Estábamos allí por algún motivo.
Así que Carlos, después de darle muchas vueltas, propuso una reunión con el consejo del pueblo. La frase: si conociéramos a alguien que pudiera ayudaros, qué le pediríais- desencadenó el resto de acontecimientos. El consejo del pueblo se reunió con nosotros. Después de unas horas teníamos una lista bastante sencilla de problemas a los que dar solución: un depósito de agua potable, luz, sistemas de reciclaje y compostaje y letrinas. Lo de plantar palmeras y flores y hacer correr a los turistas por la playa en top-les lo dejaremos para más adelante. Cambios imperceptibles para el resto del mundo, pero no para nosotros.
Un hombre se acercó a nosotros durante la reunión. Vestía una camisa sucia donde se dibujaba la bandera Americana ( ¡ qué irónico ¡). La llevaba abierta hasta la cintura dejando entrever su torso excavado en el pecho. Su aliento y su marcha inestable daban por echo que iba algo bebido. A pesar de todo, sus frases chillonas no eran del todo incoherentes. Conozco a poca gente borracha y sensata a la vez. Lo del machete ya no me hizo tanta gracia, aunque las risas de sus compañeros al verle caminar de un lado para otro me tranquilizaron. Inofensivo, pensé.
La reunión acabó tarde. Una bombilla brillaba ténue gracias a una diminuta batería. Sentados en el suelo, los hombres y mujeres a nuestro alrededor, curioseaban. Nos contaron su historia, la de un pueblo que lucha como David luchó contra Golliat.
La vida se acaba al caer la noche. Nos dispusimos a una retirada a las 20:00 más o menos. Ya hacía unas 12h que habíamos salido del hotel; aquel hotelazo con aquella cama enorme de sábanas blancas, con aquella ducha caliente, con aquella bata que no nos pondríamos para dormir... La cabaña que nos adecentaron no estaba mal. Con vistas a la cocina para no perder detalle, amigos que se acercaban a la luz de las velas ( me negaré a explicar con detalle lo de ponerles nombres ), puerta blindada , vistas al mar ( en cualquier dirección ), lavabo la primera saliendo a la izquierda y sin ascensor. Eso sí, era un primero. Una buhardilla acogedora.
El recate no pintaba muy bien. Un helicóptero militar aparcado en Tegucigalpa sin poder despegar a causa del mal tiempo y un barco atracado en el puerto de la Ceiba, a más de dos horas de Chachauate. A lo mejor se acordarían de nosotros al día siguiente. Esperaríamos.
Marta nos leyó un trocito de “ Carta de una desconocida “. Carlos se entretenía haciéndoles fotos a unos bichitos voladores que pasarían la noche con nosotros. Francesc intentaba introducirse pañuelos de papel por los orificios nasales ( y lo consiguió ) porque debido a su rinitis no podía hacer otra cosa.
Yo escuchaba a Marta, que siempre intenta enseñarme cosas sobre el amor ( a veces acierta ). Quién me iba a decir que terminaría leyendo el libro " Carta de una desconocida " con Diana, en el autobús, de camino a San Pedro de Sula.
Me pareció tan tierno y triste a la vez! El amos debe ser así.
No dormí mucho esa noche. Pasé frío y calor. De vez en cuando abría los ojos y escudriñaba en la oscuridad al resto del grupo. Estaban allí. Mañana me matan, pensé ( porque la idea de la excursioncita fue un capricho mío... ) Oí a Carlos bajar temprano para inspeccionar el cielo. Bueno, el hombre del tiempo también se equivoca... A las 5h de la mañana ya era de día. Bajamos a ver la playa y vimos des de la orilla la silueta de la costa hondureña. Un pasillo de luz gris partía en dos el cielo. No hacía viento, las olas no se levantaban del mar... En menos de tres minutos recogimos las cosas y subimos disparados a la barca. Sabíamos que podía ser peligroso. El tiempo nos había engañado antes. Nos arriesgamos de todas formas. Reconozco que esperar a que nos vinieran a rescatar habría sido la opción más responsable.
Eché un último vistazo a la isla sin miedo a convertirme en una estatua de sal. Un último suspiro. En la barca nos mirábamos sin decir una palabra. A lo lejos vi la isla por última vez. La barca golpeaba con fuerza el agua. Mi cuerpo se estremecía con cada golpe.
En unos 30 minutos nos plantamos en la costa.
Estábamos nerviosos. ¿ Cómo íbamos a explicar todo aquello ? ¡qué emocionante aventura ! Nadie nos esperaba en la puerta del hotel para daarnos la bienvenida. ¿Se habrían olvidado de nosotros ? Empapados y pegajosos desayunamos tranquilos. La estampa de cinco turistas sucios y despeinados en mitad del comedor de un hotel de lujo era bastante graciosa.
Alguien se acercaba de vez en cuando y nos preguntaba por el hotel donde se suponía habíamos pasado la noche. ¿? Dimos nuestra versión de los hechos, que no se parecía en nada a la versión oficiosa ni tampoco a la versión de Francesc ¡! Los indígenas de Chachauate no van en taparrabos ni llevan orquídeas en el pelo. La ducha de agua caliente nos devolvió a la vida pero no borró el olor de aquella isla de mi piel ni el sabor a sal. . Así acabó nuestra aventura.

Y allí, en esa aguas, en esa arena, en esa gente, hemos dejado un pedacito de nuestros corazones. Algún día tendremos que volver para recuperarlos. Porque todo el mundo sabe que no se puede ir por ahí dejando sueños sin perseguir.